Juguetes bajo los escombros, según María Bernal

Juguetes bajo los escombros

Hay peluches, muñecas mutiladas, coches sin ruedas y otros juguetes rotos y sepultados bajo los macabros escombros que han empezado a arropar la ciudad.

Si observamos bien ese panorama desolador, podemos apreciar cómo estos seres, más que inertes, intentan asomarse entre las ruinas de las ciudades, tal vez con miedo por si los terminan de aniquilar. Los escombros, que ahora se han apoderado de muchas calles por culpa de los bombardeos, son la única trinchera que los muñecos tienen para poder defenderse de otro posible ataque. Quizá no haya más, pero son sumamente conscientes de que la guerra los ha dejado tan débiles y demacrados que es relativamente imposible seguir acompañando a  esas inocentes manos que los acariciaban y a esos humildes brazos que tan fuertemente los han acurrucado ante el inevitable miedo de las sirenas que anuncian, sin piedad alguna, ese momento incierto de que todo salga volando por los aires.

La guerra es el ogro más terrible que puede aparecer en un cuento de niños. La gravedad del asunto aumenta cuando comprobamos que no se trata de ficción, sino de realidad. Los egoístas  intereses políticos son la tortura de tantos y tantos civiles que resisten y no abandonan su país hasta que la muerte repentina decida por ellos, repercutiendo esto en la felicidad de los menores.

Está claro que en esa vorágine de que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos hay un denominador común, los niños. Nos han dibujado una imagen de los malos contra los buenos. ¿Pero quién es quién? Porque no se trata de un conflicto entre buenos y malos, se trata de un problema entre dos países que, sin consideración alguna, porque cada uno mira por su propio beneficio, están acabando con la vida de tantas personas buenas que lo único que piden es que los dejen vivir en paz en sus respectivos países.

Putin es un sanguinario; no hay evidencia más clara que esta, además ha empezado esta barbarie sin mirar quién es el que se pone de frente, lo que lo convierte en un auténtico dictador que utiliza una estrategia muy similar a la de otros crímenes de guerra que se han producido en otros lugares. Su objetivo  es también civil, y al igual que la muerte este no entiende de edades.

Independientemente de las razones militares y políticas que haya de por medio, independientemente de la responsabilidad de Ucrania en esta lucha, es irrefutable que Rusia ha enterrado juguetes bajo los escombros. Putin es un psicópata que está bañándose en la sangre derramada de esos 2.000 civiles que hasta ahora han muerto. Su objetivo es invadir y matar, igual le da si se trata de una zona residencial, que de un hospital o de una guardería. Ha dado la orden de aniquilar a todo el que se ponga delante.

Y en medio de ese exilio de refugiados duele ver cómo las personas tienen que dejar atrás su vida, pero nos remata todavía más ver a niños huyendo, a veces acompañados, a veces solos. Ahora estos no llevan sus juguetes, no han podido rescatarlos, no han podido perder ni un minuto en volverse a escarbar entre las ruinas porque un segundo en los países en guerras es crucial para actuar y evitar la muerte.

El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania no es la única guerra que maltrata a los niños. Hay más países: Siria, Yemen, Afganistán o Palestina, entre otros. Y el trasfondo común de todas es otro mal que ataca lugares del mundo, estén o no en guerra. El egoísmo, tan latente en todas las sociedades, también sepulta los juguetes bajo los escombros, y con esta sepultura desaparecen muchos de los sueños de los más pequeños. Hay tantas personas egoístas que vuelcan su frustración en los niños que al final las generaciones actuales están resultando ser bastante infelices, además de carecer de valores.

A los niños hay que enseñarlos, no atormentarlos, y esto es precisamente lo que se está consiguiendo en esos núcleos familiares en los que se sobreprotege, se les da la razón, se les halaga continuamente y se les convierte en el ombligo del mundo, cuando ningún niño lo es porque a fin de cuentas nadie es mejor que nadie, simplemente somos diferentes. Ese egocentrismo se convierte cada vez más en el arma de combate que no mata en el instante, como los misiles de Putin, pero sí lo hace a largo plazo.

Que cesen las bombas, que cese la avaricia de las grandes potencias del mundo, que cesen las actuaciones inequívocas con los niños, que cesen de enterrar juguetes bajo los escombros, porque no solo mueren ellos sino las posibilidades de reconstruir un mundo mejor.

 

 

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