Hermanos de leche en Cieza

ama de cria

Las nodrizas, las mujeres que alimentaban a los niños de otros

Miriam Salinas Guirao

“Ama de cría, para casa de los padres, dentro o fuera de esta población, se ofrece. Edad veinte años; leche de siete meses. Informes inmejorables. Razón en esta imprenta o casa de Concepción Molina en el Paseo”. Este anuncio fue publicado en el periódico ciezano Eco del Segura, el 3 de marzo de 1912.

No hace tanto que el alimento original se vendía y compartía, que  la miel de los pechos de las mujeres daba para otros hijos, que los hermanos no solo se contaban por la sangre, también se contaban por la leche.

Hay que echar la vista atrás para entender el origen de esta práctica. Ya los romanos establecieron el amatiatium o contrato de amamantamiento, por el que se  pactaba con la nodriza para nutrir o amamantar a un niño. Desde el derecho romano se elaboró un contrato de amamantamiento por el cual se fijaban las condiciones que debían tener las amas de cría respecto a su salud y ascendencia, así como las contraprestaciones que debían tener y la duración del contrato. “Amatiatum era un contrato oneroso y bilateral del cual se entrega a un menor para su alimentación y educación, determinándose si se realiza en la casa del ama de cría o en la de los padres, la cantidad a pagar anualmente, el tiempo del contrato y los requisitos del ama de cría” (Diccionario Panhispánico del Español Jurídico). Durante el derecho común la regulación se hizo especialmente rigurosa, fijando salarios (que eran diferentes según los lugares) y “excluyendo del amamantamiento de niños cristianos a judías y moras”, como figura en el Ordenamiento de menestrales y posturas, al arzobispado de Toledo, en las Cortes de Valladolid de 1351, ley 17.

Un asunto real

Se recogió también el amamantamiento de los príncipes e infantes, cuya elección de ama de cría quedaba en manos de la reina con supervisión del rey. “En el caso de la casa real había, ya desde el siglo XVIII, un gabinete cuya misión era llevar a cabo la selección de las nodrizas reales. (…) Los criterios físicos que se establecieron para las amas de cría eran variados y se tenía en cuenta diferentes aspectos. Debían tener una constitución fuerte y robusta, con un desarrollo torácico adecuado, que debía ir acompañado de facilidad en la respiración. Se excluía, sin embargo, a las excesivamente robustas ya que eso complicaba una adecuada lactancia. Se realizaba también un análisis de la boca. De forma positiva eran valoradas las encías sanas, rosadas y firmes, evitando el mal aliento, pues se creía que este hecho podía hacer que el bebé rechazara la leche. Otro punto negativo sería la falta de dientes, las caries u otros problemas bucales debido a la estrecha relación que habría entre las funciones digestivas y la lactancia. En cuanto a la edad, el ama de cría debía estar entre los 19 y los 26 años, aunque no había reglas muy rígidas en este aspecto. Se prefería a las mujeres que habían dado a luz al segundo o tercer hijo, puesto que de este modo tendrían mayor experiencia. (…)También se prestaba especial atención a las enfermedades de la piel. Ni ella ni su marido, así como ningún familiar, podrían haber tenido enfermedades de la piel. Se hacía especial hincapié en el tema de la tuberculosis, y se rechazaban aquellas mujeres que tuvieran antecedentes de esta enfermedad en su familia. Tampoco eran consideradas aptas las que padecieran epilepsia, ni las que presentaran marcas de enfermedades venéreas, especialmente de sífilis.” (‘Amas de cría: un oficio real’ de María del Carmen Gómez Magdaleno).

Las nodrizas de la Región

El cronista oficial de Ulea, Joaquín Carrillo Espinosa, relata como el amamantamiento se convirtió en un modo de subsistencia para algunas familias: “Las mujeres recién paridas eran solicitadas para que dieran de mamar a los hijos de las mujeres de mayor alcurnia que ‘aunque portaban unos senos muy aparentes, no tenían teta’; no podían alimentar a sus hijos con leche materna”.

Una práctica popular fue el surgimiento de asociaciones de mujeres lactantes, las que no se contactaban personalmente dejaban las razones en lugares de recreo o de paso e incluso los anuncios se publicaban en prensa.

La irrupción de los preparados que sustituían la leche materna empezó a fraguar en el siglo XX, hasta entonces la ausencia del líquido inicial se suplía con la leche de otra mujer. “Mujeres a las que la naturaleza concedía no solo leche abundante para amamantar a sus propios hijos, sino que proporcionaba el líquido alimento del que se beneficiaban aquellas, faltas del mismo. Desde la prehistoria hasta el segundo tercio del pasado siglo. Desde las reinas hasta las gentes de más humilde condición, tuvieron amas de cría para alimentar convenientemente a sus vástagos”, escribe José Antonio Melgares Guerrero para La Verdad.

Amas de cría de Cieza

En Cieza también queda registro de aquellos anuncios, y la memoria de algunos coetáneos alcanza a recordar lo que era ser “hermano de leche”. Las mujeres ofrecían sus servicios en anuncios donde se aclaraba la edad, el mes del parto, si era primeriza, dónde se podía solicitar su presencia, si se desplazaba o si realizaba la labor en su hogar e incluso el apodo de la familia. En ocasiones figuraba hasta si la mujer era viuda, casada, soltera o si su esposo estaba en el frente, como ocurrió en el Diario de avisos de Lorca, el 11 de noviembre de 1893, donde Carmen Lucas se ofrecía como ama de cría, con leche de 5 meses, “para la casa de los padres por encontrarse en la situación más precaria, efecto de tener a su esposo militando en el ejército de operaciones en Melilla”.

Los anuncios también se hacían para promocionar  pomadas para las grietas y escoriaciones de los pechos, como la preparada por el doctor en farmacia Miguel Domingo y Roncal, que se vendía en la localidad.

El 20 de octubre de 1912 en Eco del Segura se anunciaba una ama de cría “para casa de los padres, para dentro o fuera de la población (Cieza)”, se explicitaba que era primeriza, de 24 años y que la “leche era de un mes”. Para contactar con ella se debía ir a la imprenta. El 13 de julio de 1913, mientras en portada se daba noticia del fallecimiento de Virginia Marín-Blázquez Baldrich, a los 5 meses de edad, en el interior, Carmen Julián Moreno anunciaba los servicios de ama de cría “para casa de los padres, dentro o fuera de la población”, la leche era de un mes, y se debía preguntar en la calle de Herreros 37.

En la investigación de Alberto Sanz Gimeno ‘Infancia, mortalidad y causas de muerte en España en el primer tercio del siglo XX (1906-1932)’ se analizan los datos del Movimiento Natural de la Población y nos encontramos que, en 1906, la mortalidad en los primeros años de vida, pese al descenso experimentado a finales del siglo XIX, sigue siendo bastante importante. La proporción de difuntos entre 0 y 4 años se sitúa en torno al 43 por 100 de la mortalidad general, siendo calificada como “excesiva” por diversos autores de la época. Por ello la posibilidad de tener un ama de cría, un hermano de leche, fue, al menos, un refugio mínimo. Pues no hace tanto que el alimento original se vendía y compartía, que los hermanos no solo se contaban por la sangre, también se contaban por la leche.

 

 

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