Generación de ninis, según María Bernal

Generación de ninis

Esta semana me contaba una compañera la actitud que unos padres de un niño de primero de la ESO habían tenido en una de las tutorías semanales. Lo sorprendente es que ninguno de los profesores que había en la sala se alarmó ante la experiencia vivida por esta compañera.

Imaginen. Los típicos padres, defensores a ultranza de un nenico, cuyo comportamiento no es precisamente muy católico, ahí sentados, esperando a la tutora para ponerla a caldo porque ¡claro! mi hijo dice que usted le ha dicho y…¿por qué no voy a creer yo a mi hijo?

Y es en ese enunciado interrogativo con tono de soberbia y una educación bastante dudosa donde lo que se imponía en el aula y se conocía como autoridad queda totalmente sepultada.

Pero no voy a entrar en el discurso de la transformación que han sufrido los padres del siglo XXI en lo que a protectores se refiere. No. Porque es un hecho más que evidente y, al parecer, con pocas posibilidades de que estos cambien su postura. Y a las pruebas me remito: son muchos los docentes que sufren acoso y derribo por culpa de tal talante.

Como consecuencia temible, desde el punto de vista académico, se está desarrollando una sociedad de vagos que trabajan atendiendo a la ley del mínimo esfuerzo. No les pueden mandar muchos deberes, no pueden coincidirles dos exámenes en un mismo día, si se les mandan trabajos grupales, hay que dejar un margen considerado de tiempo…Y ante estas estupideces recuerdo con mucho orgullo la cantidad de deberes que nos mandaban o el hecho de enfrentarnos a dos exámenes el mismo día, porque nuestros docentes no eran tan permisivos y flexibles como los obliga a serlos ahora el sistema. Y nuestros padres no metían tanto las narices en temas que no les importaban. ¿La consecuencia? Personas eficientes desde que teníamos uso de razón.

Nosotros éramos personas normales, no estábamos prácticamente estimulados e íbamos  aprendiendo lo relativo a cada edad; no íbamos por delante, como sí ocurre ahora, y conservamos hasta la edad adecuada una de las mejores palabras que tenemos en el léxico de nuestra lengua: la inocencia.

Pero ahora, apriétense los cinturones que vamos a despegar: en un panorama donde las leyes no castigan lo suficiente, aparecen como protagonistas unos niños y adolescentes armados de derechos, pero carentes de deberes, y en consecuencia, de valores.

Y como doble consecuencia, en las aulas encontramos un panorama desolador, una situación de gandulería inadmisible y que aparentemente no tiene solución. No quieren hacer deberes, no quieren leer, no quieren investigar, no quieren escribir y no les puedes mandar para casa tarea porque “es viernes, tengo actividades extraescolares, tenemos que estudiar de otras materias…” y entre tantas y tantas razones de peso mayor para ellos y de peso menor para los docentes, surge el apoyo de los padres con el argumento bananero de “estoy en contra de los deberes”. Y es ahí donde empieza a forjarse esa generación de ninis que es consentida por esos padres que se sacrifican hasta llegar a extremos. En las aulas están atontados, solo piensan en sacar el móvil, en revisar las historias de Instagram. Solo están preocupados por los seguidores que tienen, siendo víctimas de un proceso de idiotización consentido desde el momento en el que en su primera comunión les regalan un teléfono móvil.

De esta manera y durante la etapa de Secundaria, porque es a partir de los últimos cursos de la ESO cuando los babys, cansados de pasear libros, abandonan las aulas, se forja la primera piedra de su proyecto de arquitectura (saltarse clases), después siguen con la estructura de hormigón (frecuentar lugares pecaminosos y tener juntas de dudosa moral y civismo), hasta que empiezan a tabicar (quedarse en casa y vivir a costa de los padres para dar por finalizada la mayor obra que van a realizar en su vida).

Y resulta curioso que, a pesar de no dar palo al agua, lleven los mejores smarthphones, todos obtengan el permiso de circulación con dieciocho años recién cumplidos y ya, el colmo de los colmos: que mamá se tenga que quedar sin coche porque lo necesita su hijo para pasearse por el pueblo con los colegas y faldar con acelerones y frenazos, y con la música atronadora para decirle a la peña: sí, aquí estoy, tocándome los huevos y con todo lo que pido por mi boca.

Y en entre este vendaval de violación al principio de la inteligencia, los ninis son felices porque pasan olímpicamente de todo. Sin embargo, sus padres solo están preocupados por las charlas que pueden recibir en los centros educativos, por el adoctrinamiento, y no parecen ser muy conscientes de lo que hacen cuando están fuera de casa.

Evidentemente, hay excepciones y todavía encontramos a alumnos maravillosos, pero perjudicados por la actitud de los disruptivos. Son la resistencia y son por los que los docentes deben luchar hasta el final

 

 

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