Fernando Galindo, la captura del instante

ENTREVISTA

El fotógrafo ciezano abre su memoria: desde los altos hornos hasta el milagro que fotografió

Miriam Salinas Guirao

Las leyendas sobrepasan lo real, culminan la fantasía, enaltecen lo humano. Las historias de los pueblos, sus fábulas, sus cuentos y coplas configuran el ideario, la esencia. Algunas leyendas se crean tras el final, otras cohabitan –de humano a humano- con el personaje, la hazaña o el hecho. Si yo nombro a Fernando Galindo Tormo lo más probable es que en las mentes, desde el primer al último lector ciezano, aparezca un chispazo, un flash, una imagen. “Soy extrovertido, soy abierto, soy géminis, comunicativo y eso es algo que ayuda cuando tienes que pedir permiso al fotografiar a alguien. Puedo asegurar que el 95% de las personas se presta a colaborar” y eso ha permitido que Fernando tenga más de un millón de fotografías: cientos y cientos de ciezanos inmortalizados para siempre.

Fernando ha sido Catedrático de Dibujo y profesor de Comunicación Audiovisual en el Instituto Los Albares  de Cieza durante muchos años. Ha publicado diversos temas fotográficos en diferentes revistas de ámbito local y nacional y ha creado publicaciones como: ‘50 Ciezanos de mi Tiempo’ y ‘La Floración en Cieza’.

Lo que guardan las imágenes

Antes de la docencia, el camino iniciado por Fernando se dirigía a los altos hornos: “Estudié Ingeniería Técnica Metalúrgica por acercarme un poco a mi padre”. Fernando nació en los cuarenta, en una Cieza de posguerra. “Yo tuve suerte porque mi padre tenía un buen trabajo, era mecánico, una persona muy activa, muy dinámica. En casa éramos 4 hermanos más mis padres. Con quince años mi padre falleció y su falta me marcó, pero tuve una madre que era buenísima que duro hasta los 92 años. Siendo un chaval cometí muchos errores, no era buen estudiante, no estaba centrado, aun así, el día que me decidí a estudiar lo cogí con fuerza”. Se marchó a Cartagena a formarse y a hacer ‘la mili’ voluntario en el mismo cuartel que la hizo su padre. “Había un sargento de Cieza, Bartolomé Carrillo que comenzó de soldado y llegó a comandante y yo estuve a sus órdenes 20 meses. Allí aprendí muchas cosas: a valorar una cama limpia, el cuidado de la familia,  a obedecer y a respetar”, recuerda. “Mi padre hizo un garaje primero, en los años treinta, junto al teatro. Él  aprendió con 12 años en el Garaje Inglés. La guerra le pilló con el garaje ya montado y al tiempo montó la primera estación de servicio de Cieza con venta de electrodomésticos, a finales de los cuarenta. Fue el maestro mecánico de muchos aquí. Falleció con 53 años, fumaba mucho”.

La Cieza que vio Fernando en su niñez “no se parece en nada a la de ahora, la Gran Vía estaba sin asfaltar, tras una guerra, años malos, una época de mucha penuria. La gente se iba a Francia a por trabajo”. En ese escenario no hace mucho tiempo, Cieza tenía más caminos que calles asfaltadas, más tierra que pavimento, más burros que coches. Afuera se recorría la vida las horas en la fuente, en el río, en los campos, en el juego de los niños, en las charlas en corro. Y entre medias había hambre y enfermedades. La difteria, enfermedad infecciosa muy contagiosa,  obligó al reposo al pequeño Fernando, siendo un niño recuerda cómo le ponía los sueros Rafael ‘el practicante’.

El padre de Fernando puso un taller donde el Teatro Galindo, no es casualidad que se repita el apellido. El abuelo de Fernando, Antonio Galindo Flores hizo una plaza de toros y luego un teatro que llenaba Cieza de vítores, de idas y venidas. “Era negociante, mi abuelo tuvo visión. El espectáculo acabó con la llegada de la televisión y los videos, fue la muerte. Los sábados y domingos el pueblo estaba vivo, vivo. Íbamos al Paseo a dar vueltas arriba y vueltas abajo para hacer la ronda y ver si te podías arrimar a alguna pandilla nueva”.

El ojo fotográfico

Se inició a los quince años en el mundo de la fotografía, experimentó primero con el blanco y negro llegando a revelar él mismo sus imágenes comprando los líquidos en la antigua droguería Esparza, frente al Convento.

A Fernando lo que le fascina de la imagen es la composición, el “ojo fotográfico”, “los modos expresivos”. Es un apasionado de la fotografía, ha aprendido a mirar, a ver, y luego a sentir: “La gente va por la vida, ve, oye, pero no siente nada, y yo me voy fijando en lo positivo de la vida, me enamoro de la luz y del color, como en el arte de Pepe Lucas, artista que admiro”. Fernando fue el organizador del ‘Concurso internacional de fotografía Ciudad de Cieza’: “El concurso se inició en los 90, llegaban fotografías de diferentes países, muchos buenos autores y un importante jurado, se daban 25.000 pesetas y luego, con los euros, hasta 7.000 en premios. Hasta que dejó de celebrarse, una pena”.

La fotografía es el medio de expresión de Fernando, donde se comunica. “Piénsalo, lo único que te queda cuando mueres son tus imágenes, tus recuerdos; me gusta pensar que yo he inmortalizado a miles de personas. Cuando yo fallezca podrán ver mi vida, en mis momentos, completa”, declara emocionado.

Fernando atesora más de 60 exposiciones y más de 50 premios de fotografía, ¿Qué me queda por hacer? “Ir a Islandia; he recorrido los carnavales de Venecia, el otoño en Cuenca y en el Pirineo, pero me queda ver esa tierra, aunque una cosa digo, soy un enamorado de Cieza”, reconoce.

Lo que más le hace sentir orgulloso a Fernando no es otra cosa que “poder enseñar a mirar”: “Me gusta saber que he logrado que Cieza se sienta orgullosa de sus lugares, de sus colores, como los de la floración. La primera vez que inmortalicé ese abanico cromático fue cuando mi hija era pequeña, le hice una fotografía al lado del río. Se veían todos los colores en aquellos años, los ciruelos, los melocotoneros, los albaricoqueros, la gran tonalidad de colores era lo que hacía que fuese especial. Ahora sigo creyendo en el proyecto, en dar a conocer la ciudad, por eso sigo enviando paisajes de Cieza y consigo la mejor publicidad: millones de personas viendo Cieza en el tiempo de las televisiones nacionales y regionales. El potencial estético del fenómeno floración es grandísimo, yo trato de buscar el equilibrio armónico de composición y color, yo trato de crear una obra de arte con diversas formas de interpretación”.

De leyendas y hasta de milagros. Fernando ha fotografiado miles de caras, incluida a la reina emérita, pero hay una que no se le olvida: “En Lourdes iba una señora joven en un carro y le hice una fotografía y le seguí haciendo fotos, me enrollé con el grupo que iba y le pedí permiso para acompañarlos en la travesía. Estando allí, en una de las capillas, la chica se quedó mirando arriba y le hice la fotografía. No miraba con normalidad, se quedó como extasiada. Tanto me impresionó que le mandé la imagen y al poco me escribió una carta  contándome que se había curado, fue un milagro”.

Las leyendas sobrepasan lo real, hay fantasías que alimentan razones, hay historias que quedan en la esencia de los pueblos, hay personajes que permanecen en las memorias, y Fernando Galindo amarrado a su cámara no pasará desapercibido en la historia de Cieza.

 

 

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