El gerundio del verbo destacar, por María Bernal

El gerundio del verbo destacar

Después de este mes de junio en el que ha habido eventos varios, solo me viene una palabra a la cabeza, el gerundio del verbo destacar.

Destacando en todo momento. Desde hace años, con la hartura de exhibir por redes sociales hasta el número de glóbulos rojos que tenemos en sangre para que la gente sepa que gozamos o no de buena salud, ya empezaba a palparse en el ambiente un afán inevitable de querer destacar, mostrando una realidad que dista mucho de lo que verdaderamente nos sucede. Filtros y postureo son los alicientes de nuestro día a día que, en palabras de psicólogos y psiquiatras, forman el cóctel perfecto para dar respuesta a la baja autoestima de una persona en un momento determinado.

Publicar en redes no me parece nada malo, es más, yo lo hago también, de hecho, compartir experiencias es positivo. Ahora bien, el objetivo de comunicarnos, de compartir una información concreta o de mostrar lo justo y necesario se nos está yendo de las manos entre imágenes y palabras.

Este mes de junio me he dado cuenta de cómo los comentarios incongruentes siguen aumentando continuamente, además, me ha dado la clave para reafirmar más lo que vengo observando y evitando hace tiempo: seguimos etiquetando. Siempre les digo a los alumnos que no hay nadie mejor que nadie, que todos somos diferentes y que unos tienen unas posibilidades y otros tienen otras. No por eso nadie destaca por encima de nadie, ya que es una evidencia que conforme vamos avanzando nos damos cuenta de que hay habilidades para todos los gustos y de que las personas sorprenden, cuando menos lo esperamos. Pero la sociedad reinante no contribuye mucho a que las personas se crean este mensaje.

Un alardeo constante y preocupante es lo que más subyace ahora, y una vez más he comprobado cómo al ser humano solo le interesa fanfarronear a cambio del aplauso pelota tan fácil de conseguir en redes sociales y de la aprobación mental de la que hablan los psiquiatras, aunque sea sin fundamento, no valorando la esencia de lo que se tiene.

Notas finales. Algunos centros educativos se han dedicado a mostrar quiénes han obtenido matrícula de honor al finalizar segundo de Bachillerato. Por un lado, estas criaturas merecen su reconocimiento (no porque ellos lo pidan; en el fondo son prudentes y quieren siempre pasar desapercibido), pero sí por su constancia y sacrificio. Pero claro, ¿qué sucede con el resto de chavales? Los que nos dedicamos a la docencia comprobamos que no solo se esfuerzan los que consiguen matrícula, sino que hay miles de alumnos que se dejan la piel para conseguir aprobar y no llegan, por tanto, la ovación tiene que ser para todos, ya que no es el resultado; es el intento constante de haberlo conseguido. ¿Objetivo? Vender el centro para que el próximo curso haya más matrículas.

Festivales fin de curso. Desde los celebrados en los centros educativos (en los que se forma una competición sobre mejor vestuario, mejor temática de baile…) a los que se celebran en distintas academias, clubes y escuelas de danza u otras artes y deportes. Se está más pendiente de la repercusión social, que del propio trabajo mostrado (que debería ser los más importante). La gente prefiere comentar quiénes han ido a un sitio y quiénes a otro; opina sobre cuántos alumnos hay en un lugar y sobre cuántos en otros, muchas se vanaglorian de que sus hijos están en equis centro, presumiendo de ser el más frecuentado o el más famoso, dándole ese matiz de elitismo que todavía gusta y con el que habría que acabar para alcanzar la igualdad de oportunidades. Y todo esto se desarrolla en un clima en el que no se tiene ni la más remota idea de la actividad que practican los hijos, mostrando así poco criterio y mucha tontería.

No vamos por buen camino en la herencia de valores que como adultos nos toca transmitir. Cada vez más la estupidez que tienen las personas clama al cielo e influye negativamente en los más pequeños y en nuestros adolescentes que, en lugar de valorar el lugar donde están, se están acostumbrando a la aprobación de todo lo que deciden hacer a su libre albedrío, fruto del consentimiento y del postureo que  llevan entre manos los adultos, donde la competitividad para hundir al de al lado aumenta a merced de aparentar antes que valorar un trabajo por el que muchos se esfuerzan y otros tiran por la borda.

No se olviden: no alcanzan la gloria los que primero llegan a la cima, alcanzan el éxito los que desde la más estricta prudencia trabajan por y para las personas sin esperar nada más que respeto. Por tanto, destacando poco o nada se consigue.