El cuaderno de Opinión de Antonio Balsalobre

Franquear ese postigo

Hay un periódico cerrado sobre la mesa del bar de la esquina. Alguien llega y se sienta a esa mesa. Es un hombre moreno y de ojos vivos. Mientras espera que aparezca la camarera, le echa un vistazo a la portada. “Portada” viene de “puerta”. La abre, pasando la página, que es la forma que tiene de penetrar en su interior. Ya está dentro. Mira de arriba abajo la hoja de la izquierda. Esboza una sonrisa con la viñeta de Sabiote. Entretanto aparece el camarero, al que le pide un cortado. Se detiene ahora en la página de la derecha (Montiel no deja a nadie indiferente). O en la página de noticias del pueblo, que firma Javier Gómez Bueno. Llega el café y mientras lo saborea va brincando de página en página como un saltamontes. Ojeando, leyendo lo que le interesa. Con el último sorbo sale por la contrapuerta. Pero antes de levantarse se pregunta una vez más, como aquel personaje de La historia interminable, ¿qué pasa en un libro -en un periódico en este caso- cuando está cerrado? Es como si las guerras, las injusticias, los oprobios de este mundo se detuvieran hasta que no lo vuelva a abrir. Piensa incluso si no sería mejor no volver a franquear ese postigo si de este modo el mundo queda parado.

No, decide. Mejor seguir leyendo, hoy, mañana y pasado, para despertar a esas letras y despertarse a sí mismo.

Narges

Reconozco que me pasó algo desapercibida en octubre la concesión del Premio Nobel de la Paz a esta mujer iraní. Me desquito, ahora que se lo han entregado, leyendo lo que se está publicando sobre su vida. Una existencia heroica. En realidad, no ha sido la galardonada quien ha ido a recogerlo, sino sus hijos, ya que ella lleva años entrando y saliendo de prisión, y ahora está dentro. Me entero de que a sus 51 años Narges Mohammadi es ingeniera y periodista y que se ha convertido en el gran referente del movimiento iraní “Mujer, Vida, Libertad”. Un “honor” que le debe al régimen iraní y a su temida policía de la moral que la persiguen encarnizadamente. Hasta el punto de que no solo la encarcelan por luchar contra la opresión de las mujeres, sino que le impiden, además, en su condición de alpinista, participar en ascensos. Su última condena por “propaganda”, “difamación” y “rebelión” ha sido a 15 años de cárcel y a recibir 154 azotes. No se amedranta, sin embargo: “Hasta la abolición de la obligación de llevar el velo, seguiré caminando con la cabeza descubierta”, ha dejado dicho. El pasado domingo 10 de diciembre se conmemoró el 75 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. Hay motivos para celebrar esta proclamación, un hito en la historia, pero también para seguir empujando para que se cumpla lo que proclama.

El juez de la horca

¡De buena nos hemos librado! Al menos, de momento. Porque, que se sepa, Feijóo no renuncia a seguir haciéndolo, llegado el caso, su vicepresidente. Si exceptuamos alguna declaración de intenciones estrambótica como la de aquel exmilitar franquista que proponía hace dos o tres años “empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta” para salvar a España, lo dicho por Abascal en Argentina, junto al histriónico Milei, es de lo más “fuerte” que se ha oído últimamente. Se empieza acusando al presidente del Gobierno legítimo de dar un golpe de estado, de ser un dictador, de vender España, y no se sabe cuántas majaderías más, y como todo eso al final, a fuerza de repetirlo, acaba pareciendo poco, ¿qué se hace?, pues subir la apuesta. ¿Cómo? Fantaseando con que “habrá un momento en que el pueblo querrá colgarlo por los pies”. Créanme, no sé qué decir ante semejante barbaridad. Ante esta más que evidente incitación a la violencia política. Tal vez diría una sola cosa. Que en democracia no se cuelga a nadie. Y que para juez de la horca ya nos sobra con el de la ocurrente película de John Huston. Por si no lo recuerdan, un forajido que acaba impartiendo su propia justicia.