El coño de la Bernarda, por Pep Marín

El coño de la Bernarda

Me he hecho voluntario para curarme de lo mío. ¿Y qué es lo mío sin una brújula clavada en el cerebro que me de alguna pista? Quizá voluntario para ligar con alguna chica, también voluntaria, que esté igual de desnortada que yo, o no tanto; para hincharme a follar como primer objetivo, NO para que surtan cambios sociales por imitación o contagio y servir de foco de atracción a otros muchos y muchas en pro de los tan apremiantes cambios por los que habría que luchar: más equidad, solidaridad, cooperación, ecología, feminismo, denuncia social. Primero yo, luego ya veremos. ¿De qué sirve que regale mi tiempo en forma de brazos y manos para llenar una carreta de mondongos y repartirlos con una sonrisa bíblica si esa actuación no lleva a que el que se lleva el mondongo no vuelva el próximo mes? ¿Cinco años la misma persona todos los meses a por el mondongo? NO veo el cambio, solo veo que peino monos con lo que se despeinan los monos a lo largo del día.

Ahora bien, pensaba que mi labor de voluntario se iba a basar en actividades generales como recoger y llevar comida, preparar kits de emergencia, transportar agua potable y ladrillos de adobe.

No pensaba que me iban a poner de buenas a primeras como ayudante de cirujano, y mucho menos que iba a coger yo mismo el bisturí. “Señora, le he visto también una piedra en el riñón en la radiografía ¿Quiere que se la quite y hacemos un dos por uno?”.

Me resulta fascinante como a Sidonie, el hecho que en muchas ocasiones cuando las cosas son gratis, parece que da igual quien voluntariamente hace un trabajo no sea poseedor de los conocimientos y la titulación expresa para ese trabajo. Muchos ni se preguntan si realmente estas personas están tituladas o no, con tal de que se les arregle lo suyo. Hay actividades realizadas por voluntarios y voluntarias que se llevan la palma en estos menesteres. Asuntos que transitan entre la gratuidad, a ojos del que pide, del género que se solicita (un recibo de luz, una bolsa de comida, una letra del alquiler) y la perdida de dignidad en pro de conseguir gratis lo que se desea, dándote igual quien esté delante, como si es Don Pimpón quien te pregunta por qué te casaste con ese mal bicho. Pero, ¿oiga?

Puede ser una persona cualquiera y, poco a poco, le va a ir tomando el gustillo a lo que hace, se va a, como se dice mucho ahora, “empoderar”. Va a tomar la voz cantante y va a decidir unilateralmente dentro de un equipo inconexo y desigual. Es más, algunos y algunas se van a enfadar muy seriamente y van llamar a la dirección si no son ellas y ellos quienes han tomado una decisión de dar algo y, en su lugar, ha sido un profesional que bajo su cuenta y riesgo ha bajado al sótano a por un abrigo y una manta sin consultar a nadie. Todo esto, claro está, sin pisar la universidad, sin exámenes, sin pagar una tasa, sin viajes para allá y para acá durante largos años, sin el calambre del madrugón, sin la soledad del estudio, sin prácticas y sin sufrir el síndrome de las notas y el tablón de anuncios.

Y el voluntario o voluntaria te va a pedir documentación, como piden los profesionales, pero sin serlo. Te va a preguntar aspectos de tu vida. Un repaso histórico. Te va a preguntar por tu economía, por el trabajo, por el no trabajo, por tu familia, por tu vida conyugal, incluso porqué ingresaste en prisión, ojo, y la sentencia: “Tráete la sentencia que la incluya en el expediente”. La cosa es tan sustantiva y formal que uno se cree que está en la Seguridad Social, una burocracia útil, necesaria por los huevos de San Nicolás.

Te va a decir que lo mejor sería que te arreglases con tu hermana, que hagas borrón y cuenta nueva, aunque tu hermana sea una arpía de libro que te está vendiendo hasta los azulejos del baño por una micra de base. Te va a preguntar por tu salud y el tratamiento que tienes. Te va a pedir, porque sí, la hoja de tratamiento y el informe médico, un dato muy muy importante si quieres que te den una caja de galletas. Y te preguntarán por tu hija y ese novio que tiene que no goza de buena reputación. Y te dirá lo que es bueno para ti. Claro, ¿es que no te das cuenta? YO, yo, yo, “y aquí me tienes, te hago un camión con una rueda”.

Y tú, y la mayoría como tú, vas a dar respuesta a todo lo que ha preguntado. Y le vas a llevar todo lo que te ha pedido. Y no te harás ninguna pregunta; pues tú vas a lo que vas, a por la ayuda, o es que estás tan desarraigada/o y tan inflamada/o de desesperación profunda que te da igual ocho que ochenta. Como si me quiere pedir un análisis de orina reciente en plan CAD.

Sin embargo, otras personas preguntan después de ser preguntadas. Preguntan por la especialidad, o que ha estudiado la persona que tanto pide o pregunta. Y preguntan qué conexión hay entre una candidiasis vaginal y un bote de leche condensada como para que preguntar por lo primero sea indispensable para recibir lo segundo. Yo fui en su momento, modista, responde. Entonces se levantan y se van, se van sin la ayuda.

Quien quiera saber que se compre un libro, no le voy a contar a cualquiera mi vida, bastante tengo con lo que tengo, ni mucho menos porqué tengo esta cojera crónica, si lo supiera, con pelos y señales, no estaría preparada para soportarlo.