Editorial

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ANÁLISIS DE LOS RESULTADOS ELECTORALES

Pedro Sánchez es un superviviente nato; un funambulista cuyo hábitat natural es vivir en el alambre y que es capaz, como MacGyver en la mítica serie de los 80 de nombre homónimo, de transformar un mechero en un coche. El peculiar caso del actual presidente de España en funciones debería estudiarse en todas las facultades de Ciencias Políticas: en 2016 fue “guillotinado” por los barones de su partido; en 2017 volvía a ser el secretario general del PSOE, tras ganar las elecciones primarias del partido; y en 2018 era presidente del Gobierno de España, después de salir adelante la moción de censura que le hizo a Mariano Rajoy. Por tanto, en apenas dos años, un breve lapso de tiempo en estas lides, pasó de ser un “cadáver” político, sin futuro en dicho ámbito, a tocar el cielo con las manos, llegar a la cúspide y dirigir los designios de España, el país que ocupa la decimoquinta posición en el ranking de economías mundiales. Pero, para rizar el rizo, ahora, contra todos los pronósticos, que prácticamente lo daban nuevamente por desahuciado, está a un paso de volver a ser el presidente de España los próximos cuatro años. Es como la hidra mitológica a la que se le cortaba una cabeza y volvía crecerle otra, pero más fuerte que la anterior. Cosas veredes que non crederes.

Pedro Sánchez, tras la debacle de la izquierda en las elecciones municipales, ideó una estrategia, adelantando las elecciones generales, para taponar la sangría y el desgaste gubernamental que conllevaría esperar hasta noviembre para llevar a cabo los comicios en su fecha. Lo que para la mayoría resultaba ser una jugada arriesgada, cuyo único objetivo era taponar la herida y perder el menor número de diputados posibles, ha resultado ser una jugada maestra, al conseguir movilizar a los votantes de izquierdas ante la casi segura llegada de Vox al Gobierno nacional. Históricamente, la izquierda siempre ha estado dividida y era difícil movilizarla (más difícil todavía en fechas vacacionales). Pero el miedo palpable a la pérdida de derechos adquiridos (como ya se está reflejando en los ayuntamientos y comunidades autónomas donde han pactado PP y Vox) ha provocado (junto a la decisión del PP de embargar su futuro a su alianza con Vox) lo que parecía improbable.

El PP confiaba en que se produjese un resultado más favorable para sus intereses, confiando en la dinámica y en la inercia de las elecciones autonómicas y regionales. Por ello, evitaba los debates; se mostraba ambiguo respecto a su programa político; y resucitaba los fantasmas de ETA y el independentismo catalán (hay que ver cómo ha cambiado la situación en Cataluña desde aquel otoño de 2017; de hecho, la fuerza política más votada en dicha comunidad autónoma en estas elecciones generales ha sido el PSOE).

El inesperado resultado electoral (se vaticinaba la debacle socialista) puede (todavía no es seguro y queda mucho camino y negociaciones por realizar) que evite que llegue a la Moncloa Alberto Núñez Feijóo, un candidato que lo ha basado todo en el populismo y en incentivar el miedo a la ruptura de España, sin tener apenas un programa político en materia social y económica. Este también sería un caso merecedor de estudio en las facultades de Ciencias Políticas.

Otro hecho destacado, y evidente, es la caída de Vox. Su populismo, carente de alternativas prácticas, le ha lastrado, lo cual le ha conllevado la pérdida de 19 diputados, provocando que se desinfle el globo. A tal grado llega su mal perder y desesperación, que Espinosa de los Monteros apela ahora al transfuguismo, buscando “socialistas buenos”, que apoyen la investidura de derechas, dejando de manifiesto que la voluntad democrática de las urnas poco le importa con tal de alcanzar el poder.

En realidad, actualmente se barajan tres alternativas: un Gobierno central de derechas (muy poco probable, puesto que el PP ha lastrado su futuro al pactar con Vox y, por tanto, se queda sin, prácticamente, ningún otro apoyo más allá de Vox); un Gobierno de izquierdas (si el malabarista Pedro Sánchez logra reeditar los apoyos de la última legislatura); o la repetición de las elecciones. Ahora mismo, la opción más factible es la segunda. El tiempo dictará sentencia.