Hay ocasiones en la vida en la que uno realiza una acción con un propósito determinado y, sin embargo, consigue el efecto contrario de lo que se pretendía. El caso del que hablaré hoy es uno de ellos. Este mes se cumplirá el 40 aniversario de lo que se denominó en su momento como ‘La matanza de Atocha’. Cinco miembros de un despacho de abogados laboralistas, situado en el número 55 de la madrileña calle de Atocha, y vinculados al Partido Comunista y a CCOO fueron asesinados por pistoleros de extrema derecha. Era una época convulsa y delicada: en plena escalada de atentados que ponían en peligro la frágil Transición que debería llevarnos a la democracia.
Nunca ha sido sencillo defender los derechos de los más débiles. Ni en mis tiempos, ni en aquellos, ni ahora. Aunque actualmente es más plácida la vida de los representantes sindicales y dirigentes de izquierda. Sobre todo si se es un Moral Santín de la vida con tarjeta black y carta libre para comidas opíparas superiores al medio millón de euros. Pero aquellos abogados sólo cobraban si ganaban el caso. Y defendían a trabajadores en un tiempo en los que los derechos de estos brillaban por su ausencia la igual que la propia democracia. Era una lucha desigual donde David intentaba plantarle cara a Goliat, y este gigante tenía muy malas pulgas y una retahíla de pistoleros descerebrados de gatillo fácil.
Mucho se ha hablado y especulado, con posterioridad, sobre los verdaderos motivos del hecho. Se argumenta que buscaban quitarse de en medio a Joaquín Navarro, sindicalista de CCOO, que molestaba bastante a los patronos por Los Madriles, y que como no lo encontraron allí decidieron limpiar a los presentes. También que la extrema derecha estaba un tanto molesta con las víctimas que sufrían las fuerzas de seguridad del Estado a manos de ETA, GRAPO y organizaciones izquierdistas. Y además, y esto es bastante factible, que lo que pretendían con la matanza era reventar el proceso de la propia Transición para perpetuarse en el poder otros cuarenta años, como mínimo.
En mis tiempos yo también quise defender a los necesitados, aunque ya he aclarado en otras ocasiones que no era lo único que pretendía, y acabé en el cadalso. Sin embargo, las circunstancias y los contextos históricos parecen repetirse en la vida de la humanidad. Y es entonces cuando, para cambiar el orden impuesto se deben manifestar los espíritus inconformistas, acuciados por el idealismo o por la necesidad. O por una mezcla de ambos, porque cuando uno tiene hambre sólo piensa en comer.
Lo que no se esperaba la casta oligárquica (curiosa palabra y tan de moda últimamente) era el efecto que produciría la acción. Al igual que un boomerang, volvió y rebotó en sus dientes. Querían dinamitar la Transición y consiguieron justo los contrario: su aceleración. El pueblo dijo basta. Ese atentado deleznable y deshonroso logró los efectos contrarios a los deseados. Aunque la tensión fue máxima, pues las bases del Partido Comunista, por entonces ilegal pero con muchísima fuerza, pedían venganza. Tuvo que ser la dirección, en numerosas ocasiones errática, la que acertase y contuviese a los suyos. Les solicitó resignación, que las muertes no serían en vano y que los enterrasen en silencio, alejados del ruido de las balas.
Y se consiguió una democracia y una Constitución. Una carta magna que guía los designios de los españoles, con su limitaciones, para muchos, e inamovible, para otros muchos. Inamovible no debería ser nada en la vida sino más bien mejorable. Y aquellos que, furibundamente, alegan el precepto de legal cumplimiento cuando consideran que se ve atacada en su integridad, por ejemplo por las fuerzas independentistas, no ponen el mismo énfasis para cumplir otras leyes, como la de la Memoria Histórica. Alegan que sólo producirá división entre los españoles. No aprendieron nada de Atocha, 55. Con echar un vistazo a la Historia de España se puede observar que esa división de la que hablan se remonta a la época de las tribus iberas. Aquí, los paisanos siempre han andado a espadazos y chucilladas por ‘quítame estas pajas del jubón’. Y es muy difícil la reconciliación y el olvido si tus familiares duermen en una cuneta y sus verdugos, no sólo no fueron castigados, sino que son venerados. Y esta ya no es una opinión únicamente personal sino que así lo advierten organismos curtidos en divisiones poblaciones en sus informes, como es la ONU. Poco ayudan declaraciones como la del ‘ínclito Alonso’: ‘Sólo se acuerdan de su padre cuando hay subvenciones de por medio’.
El consenso y el diálogo no debería causar miedo. España es una sociedad madura que no tiene miedo al diálogo, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario para que nada cambie. Y sírvales para quitarse ese miedo a los estancadores el triste ejemplo de arraigo cultural sucedido esta pasada semana. Dos jóvenes concursantes del programa ‘¡Ahora Caigo!’ debían averiguar un conflicto bélico sucedido en España en el siglo XX. Las pistas para resolverlo eran clarísimas y, ante el asombro del personal, no supieron decir que era la Guerra Civil Española. Así, pues, las nuevas generaciones de españoles, ya sea por asimilación y altura de miras o por ignorancia, no padecen ese miedo a la división.
Es justo reconocer que la muerte de los abogados laboralistas no fue en vano. Con ellas, a pesar de lo pretendido, se evitó un aumento en la escalada de la violencia y quien sabe si el inicio de algo peor. Por cierto, un detalle. Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, se libró de la matanza porque Luis Javier Benavides, uno de los abogados fallecidos, le pidió su despacho para una reunión y por ello la actual alcaldesa no estaba presente. Quizás algunos que tanto miedo tienen a la división en España desearan que sí lo hubiera estado.