Sin cordura, según María Bernal

Sin cordura

Esta semana se producía la muerte de Juan, un joven de Íllora (Granada), que perdió la vida, presuntamente, a través de una paliza que no buscó, pero que sí recibió. Según fuentes cercanas, el chaval, de 19 años de edad y bastante responsable, se recogía de una noche de Feria en la que había disfrutado sin polémica alguna, como cualquier joven cuerdo que sale a divertirse, cuando se topó contra una banda de descabellados parásitos, porque claro, por sí solos no saben actuar, y le dieron patadas y puñetazos hasta que el pobre Juan dejó de respirar. No conozco a Juan y la noticia me ha impactado como si fuera un hermano, porque la piedad es para las víctimas y no para los malvados, los cuales deberían pudrirse en sus celdas hasta que ellos pasaran también a mejor vida, si es que después les espera algo.

La vorágine de drogas y de alcohol que campa a sus anchas es casi insostenible e incontrolable y es este torrente, que se lleva a tantas personas por delante, uno de los motivos por los que la juventud está casi enloqueciendo. No se olviden de las redes sociales y esa permisividad por parte de las plataformas que permiten la publicación de vídeos donde podemos ver cómo los salvajes de turno le pegan a una persona y el idiota de oficio lo graba y lo publica. ¡Qué ganas de un año con la suspensión de las redes sociales!

En muchas ocasiones, las fuerzas de seguridad, los equipos directivos de los centros o los familiares lo saben y no actúan. Por un lado, por lo que respecta a las fuerzas de seguridad, es por la dichosa burocracia que es el velo tupido que impide ver cómo los sinvergüenzas y mal nacidos hacen lo que les da la real gana. Por otro lado, la inocuidad de centros educativos por no querer manchar la educación impartida haciendo oídos sordos y que sea lo que Dios quiera. Y el miedo de las familias que, ante las posibles represalias, prefieren dejar que el río siga su cauce.

¿Qué coño está sucediendo? Porque yo vengo difundiendo esta situación por mis redes desde hace ya mucho tiempo con el fin de concienciar y de apelar a la cordura. En el aula de algunos centros educativos la violencia es el deporte olímpico por excelenia, respiramos palabras de odio e insultos cada diez minutos, y somos protagonistas de escenas donde los muertos de los alumnos no descansan en paz, porque ya ellos se encargan de removerlos diariamente.

Este es el ambiente que tenemos en las calles. Ahora, la moda es salir para hinchar a puñetazos a una persona a sabiendas de que la justicia en este país es tan benóvala y humanitaria que, con suerte, los homicidios salen casi gratis para los despreciables agresores, si tenemos en cuenta la magnitud de los hechos. Lo que sucedía en los circos romanos era un susurro a los oídos en comparación con la batalla campal a la que asistimos en el momento en que ponemos un pie en la calle.

Para colmo, la actución de la justicia es pausada y, en algunos casos, poco eficaz, dando la sensación de que esta se posiciona más a favor de los criminales que de las víctimas que bien acaban sepultadas, bien quedan marcadas de por vida. Tal vez por falta de recursos que permitan gestionar con celeridad los trámites pertienentes es un hecho evidente que, aunque nuestro sistema judial funcione, necesita con urgencia una acelereación que permita castigar instantanemante a todo aquel o aquella que cometa un deilto.

Lo de los derechos humanos o lo de la presunción de inocencia son razones cuerdas sensatas para aquellas personas que sean acusadas injustamente, pero convendrán conmigo en que quien la haga, que la pague. ¿Qué es eso de derecho a un juicio para este tipo de energúmenos que parecen multiplicarse como las plagas de cucarachas? ¿Dónde queda el derecho de la víctima que una vez aniquilada ya no puede reclamar? ¡Basta ya de tanta clemencia! Lástima del que se muere, pero por la escoria, que sale a patear las calles, ni una lágrima. Estos criminales, antes o después, acabarán en la cárcel, concretamente en las de España, donde los penales son lugares lujosos que quedan muy lejos de la inseguridad que se muestra en otras cárceles de otros países.

Imaginen a esa localidad, clamando justicia para el pobre Juan que nunca hubiera imaginado morir a los 19 años y menos de la manera tan cruel como ha sucedido. El dolor de unos padres que desquebraja poco a poco el sentido de sus cuerpos y la pena en la que sus amigos habrán quedado sumidos con sed de venganza, una venganza que nos perjudicaría como ciudadanos, pero que quizá nos sanaría. Pero las personas cuerdas no somos caníbales y confiamos en que, tarde o temprano, estas ratas acaben en lo más profundo de las alcantarillas, aunque nos duela el alma eternamente.

No olviden que en nuestras manos, como padres o educadores, puede haber palabras de concienciación, actos preventivos y conductas humanas, muy lejos de la chusma que se dedica a cometer estas atrocidades y muy cerca de conseguir ese mundo por el que tanto luchamos.

 

 

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