Réquiem por todos los corderos, por José Antonio Vergara Parra

Réquiem por todos los corderos

Una flor sobre su tumba se marchita

Una lágrima sobre su recuerdo se evapora

Una oración por su alma la recibe Dios

San Agustín

 

Por mucho que nos atormente, el dolor debe ser recordado. Es una forma de honrar la memoria de los corderos sacrificados y una oportunidad para reflexionar sin paños calientes ni coartadas con pies de barro. Si no lo hacemos, el horror tendrá nuevas oportunidades.

Desde el 6 de abril de 1992 al 14 de diciembre de 1995, en pleno corazón de Europa, tuvo lugar la guerra de Bosnia. Cien mil personas perdieron la vida y hubo casi dos millones de desplazados. De las 97.207 víctimas documentadas,  el 65 % fueron bosnios-musulmanes y el 25 % serbios. En cuanto a las víctimas civiles, los bosnios, con un 83%, se llevaron la peor parte.

Como toda guerra, la de Bosnia-Herzegovina reveló la miseria ética del hombre hasta límites inimaginables. Hoy les hablaré del genocidio de Srebrenica pues, no ya como europeos, que también, sino fundamentalmente como seres conscientes, debemos dar voz a los miles de seres humanos asesinados.

Srebrenica es una pequeña ciudad montañosa situada en el este de Bosnia Herzegovina. El líder político de los serbobosnios, Rodovan Karadzic y el general  Ratko Mladiz, ejecutor directo de la matanza, planificaron el exterminio de la población bosnia-musulmana de Srebrenica. El genocidio fue consumado en el mes de julio de 1995; entre los días 13 al 22 de dicho mes. 8.373 PERSONAS CONSTAN COMO ASESINADAS O DESAPARECIDAS. Había preparado un rosario con algunas de las atrocidades cometidas contra hombres, mujeres y niños que ningún mal hicieron salvo nacer en un mundo desquiciado. Pero no entraré en detalles pues, de hacerlo, el relato no podría zafarse de un magma viscoso de sordidez, escabrosidad y abominación inasequibles para la más perversa de las imaginaciones.

La Europa de Masstricht y la ONU de Boutros Ghali, aun conociendo la  gravedad de los hechos que allí ocurrían, sencillamente miraron para otro lado. Maquillaron su deplorable indiferencia enviando cascos azules, cuán convidados de piedra, y declarando zonas de seguridad en las que la inseguridad campaba a sus anchas. La Europa de Masstricht y la ONU de Boutros Ghali ningunearon la mayor limpieza étnica en suelo europeo desde la II Guerra Mundial, bajo el cínico y mendaz pretexto de que aquella contienda era poco menos que una simple cuita religiosa. Según parece, Bosnia fue vista como un territorio antes musulmán que europeo y, por tanto, potencialmente peligroso para occidente. Tal vez, sólo tal vez, si Europa y la ONU hubieran evitado aquel genocidio, el mundo musulmán vería a occidente de otra manera, aunque eso nunca lo sabremos. Y en todo caso, y esto es lo importante, de haberse evitado aquel holocausto, eso que eufemísticamente llaman civilización tendría una muesca menos sobre su consciencia.

Lo que sí sabemos es que las armas las carga el diablo y cuando rara vez podrían haber sido mínimamente santas, va leviatán y las descarga. El hombre europeo y transatlántico, níveo y puro como pocos (cuyos más remotos y azabaches orígenes lo sitúan hace doscientos mil años en el Sur de África), debió pensar que, tras la desinfección étnica en Bosnia, emergerían  nuevos Estados con superior pedigrí.

Allá por abril de 1994, África también tuvo su Srebrenica particular aunque de proporciones considerablemente más dantescas. El Mundo jamás debería olvidar el holocausto de Ruanda, en el que el 70% de la población Tutsi (unos 800.000 seres humanos, según datos de Amnistía Internacional) fue aniquilada por las fuerzas del gobierno ruandés para preservar su hegemonía política. Una eficiente y criminal forma de alterar el censo electoral. Cien días de brutalidad extrema que sólo el hombre, poseído por Lucifer, podría cometer. El horror se colaba cada día por nuestros televisores mientras la Comunidad Internacional permanecía impasible.

Consumado el mal, toca el lavado de consciencia cuyo protocolo conocemos bien. Se detiene a los más altos responsables de las matanzas, se les pasa por un Tribunal Internacional preexistente o creado ad hoc, para que una sentencia (que será publicitada a bombo y platillo) falle que esos hombres fueron muy malos y que pagarán por ello. Y pelillos a la mar.

La Historia esté repleta de matanzas, holocaustos, limpiezas étnicas y religiosas. Lo que demuestra que el hombre no se hizo a imagen y semejanza de Dios sino a sus espaldas. De admitir lo contrario, LE dejaríamos en una situación muy comprometida. Eso que llaman libre albedrío parece estar reservado a unos pocos privilegiados pues millones de semejantes no han tenido ni tendrán una sola oportunidad. No acaba aquí el desastre pues quienes pueden ejercerlo (el libre albedrío, digo), sirven al mal mientras el bien calla y otorga. En cierto modo, el mal es también la inacción del bien.

Antes la fuerza de la razón que la razón de la fuerza pero entiendo y justifico la legítima defensa particular y colectiva. Sólo que cuando el particular o el colectivo están en franca inferioridad, parecería razonable que alguien les echare una mano. Una reflexión acertada pero igualmente cándida pues, a estas alturas, ya debería saber que el mundo se mueve por intereses y no por convicciones. Lo lamento pero no me rindo. Mi grito es sordo y mudo pero me recuerda que estoy vivo. No puedo caminar sin levantar la vista, aunque duela. No puedo caminar ignorando las llagas de mis pies, aunque duelan. Duele más el cielo nebuloso que apaga las estrellas. Duele el clamor de almas profanadas como la indiferencia de los oyentes. Tiene que haber un cielo; necesariamente, por narices. No hay otra. Y tiene que haber un infierno; a la fuerza, por justicia. No sé cómo será el cielo ni cómo el infierno, ni tengo urgencias por saberlo. Pero debe haber una explicación para todo esto. Una esperanza, al menos. Y una mortificación también. No imagino una consciencia sin memoria, ni tamaño desbarajuste sin aurora. Lo sé. Sólo son querencias y presunciones pero me sirven para aplacar, por un instante, parte de mi rabia. Porque, a medida que el horror cabalga sin descanso, mis introspecciones desfallecen por estériles.

La inmensa mayoría de los seres humanos carecemos de la fuerza y de la oportunidad para evitar los infiernos que salpican la Tierra. Nos queda la razón y el lamento. También la oración cuya extraordinaria fuerza transformadora no aceptamos de todo. La oración no es escamoteo ni huida ni debilidad. Todo lo contrario. Cuando, por fin, reconocemos nuestra fragilidad y nos abandonamos a los cinceles de Dios, un camino insospechado y maravilloso asomará en el horizonte.

Descansen en paz todos los corderos del Mundo. Que así sea.