Obituario a Antonio Navarro Cremades

Juan José Ríos

Conocía su dolencia, pero todavía no me hago a la idea de su prematura pérdida. Hace año y medio él mismo me dijo que le habían detectado un tumor, pero que seguía trabajando como terapia necesaria para mantener la cabeza ocupada y no deprimirse, junto a sus habituales paseos por el monte.

En febrero de este año, coincidimos en un restaurante de Cieza y me confesó, con una entereza que me dejó sin palabras, que la quimioterapia no había sido efectiva, pero que confiaba en un tratamiento innovador que le iban a aplicar en Barcelona.

No resulta fácil conjugar la lógica preocupación por la salud de un amigo con el tipo de seguimiento que refleje el interés sincero por la evolución de su enfermedad, sin resultarle molesto o inoportuno.

Durante este tiempo hemos mantenido una relación esporádica, sobre todo por whatsapp. El  último mensaje suyo recibido fue de felicitación por mi santo. Ahora me arrepiento de no haber sido más insistente, de no haber intentado estar más cerca de Antonio en este período  tan crítico; pero la verdad es que no esperaba un desenlace tan rápido.

Conozco a Antonio Navarro desde que empecé el Bachillerato, en la Academia de don Manuel, aunque él era tres años mayor que yo. Compañero de curso de Daniel Avellaneda, años después compartimos piso los tres en Valencia, junto a otro buen amigo ciezano: Pepe Menchón, hace casi cincuenta años ya, tempus fugit.

Compartí también habitación con él durante un tiempo en aquel piso de estudiantes del valenciano barrio de Orriols, lo que propiciaba que fluyeran las confidencias entre nosotros, en su caso, casi siempre centradas en sacar la oposición para casarse cuanto antes con el amor de su vida, María Dolores, a la que envío desde aquí mis condolencias, junto a toda su familia, lamentando no haber podido asistir al funeral.

Gran cinéfilo, dedicaba su única tarde libre, la del sábado, a ver películas de arte y ensayo, poco comerciales, repartidas por diversos cines de Valencia. Hasta cinco películas llegó a ver en su particular maratón sabatino; algunas en francés, sin subtítulos.

Antonio es, era, por desgracia, una de las mejores personas que he conocido, además de ser un brillante y aplicadísimo estudiante lo que le valió para ser uno de los notarios más jóvenes de España y, luego, un magnífico profesional que siempre ha gozado del respeto y del aprecio de todos sus clientes.

Me habría gustado haber mantenido con Antonio un trato más habitual, como me ocurre con algunos amigos de Cieza, a los que no frecuento todo lo que quisiera, como José Antonio Izquierdo, Pepe Menchón, Antonio Ruiz o Bartolo Marcos, por citar algunos nombres.

La distancia, aunque sea corta, siempre condiciona las relaciones personales, pero las amistades desinteresadas que se fraguan en la juventud suelen tener unos cimientos tan sólidos que perduran en el tiempo.

Hace 15 años nos dejó el añorado Daniel Avellaneda, más recientemente Pepe Morote (‘Vincent’) y ahora Antonio Navarro. Nos hacemos mayores y, junto a la creciente inquietud por la propia salud, miramos al futuro con la ilusión de ver crecer a nuestros nietos, al tiempo que mantenemos vivo el dulce recuerdo de nuestros familiares y amigos que ya no están con nosotros.

Gracias por aparecer para siempre en el reparto de la película de mi vida con un papel relevante, querido Antonio.