Los milagrosos prodigios de fray Juan Blasco y fray Eugenio de Losa y otros milagros en Cieza

Entre los hechos asombrosos que se les asignan destacan la aparición de frailes voladores, cambios de sexo, caballos resucitados y sanaciones

Antonio Guardiola Sánchez

Lo que  a continuación pretendo mostrar no tengo duda que será ampliamente discutido: estará mi discurso cuajado de acontecimientos que se escapan a la compresión lógica, situándose de forma equidistante entre lo real y lo imaginario, pero sin alejarnos de una metodología histórica e historiográfica: tratando tímidamente de hacer una aproximación a los acontecimientos que envueltos en la atmósfera que le imprime el Convento de San Joaquín y San Pascual de Cieza, comenzarán a quedar recogidos en los archivos parroquiales del citado lugar.

Como no pretendo jugar a ser historiador, me limitaré a presentar unos acontecimientos más próximos al misticismo y la fe. Tendremos que hacer un ejercicio de fe, como bien decía San Pablo en sus discursos, más que a la razón y al relato histórico. No es mi función juzgar su veracidad: no puedo, ni debo, dar o quitar crédito a lo narrado. Me limitaré a recoger lo escrito por otros autores sobre ilustres personajes que en algún tiempo pretérito fueron de trascendental importancia para la construcción de la sociedad ciezana.

La primera vez que tengo constancia de esto viene de la diestra pluma del cronista local Ramón María Capdevila. Ya en su obra hace mención, de forma muy somera, a una serie de hombres piadosos, próximos a la santidad según la opinión del pueblo, y muy vinculados a la fábrica del propio convento, haciéndose eco de otra fuente a la cual he acudido. Se trata de la obra de fray Pascual Salmerón: “En lo que se refiere a cosas milagrosa, y sobrenaturales, he pretendido huir de los extremos viciosos, de misma credulidad, y de misma dureza y tardanza en darles crédito…Los milagros que aquí se refieren, no se han tomado de dichos vulgares, y leves, sino de historias, informaciones, y testimonios graves, y fidedignos”. (Salmerón, 1774: 26)

Antes de la publicación de la obra del fraile franciscano, este es obligado a matizar sus palabras, la Santa Inquisición le hace incluir una aclaración previa sobre las afirmaciones de santidad y hechos sobrenaturales que de forma detallada narrará a lo largo del capítulo XXX, aunque en capítulos anteriores ya hace mención sobre cierto hechos inexplicables vinculados a la construcción del citado convento, como veremos en su debido momento. Esta imposición inquisitorial da muestra latente de la importante repercusión que estos acontecimientos tuvieron en su momento; por esto se nos hace extraño el desconocimiento en el presente de estas historias de supuestos milagros, ya que antaño despertaron una auténtica devoción beata:

«PROTESTA: Obedeciendo, como debo, los Decretos Pontificios, y de la Santa Inquisición, protesto que en cuanto digo milagros, y cosas sobrenaturales, ó que suenan á santidad, no se entiende contrario á dichos Decretos; sino en el sentido vulgar, y usual, que permiten los prelados de la Católica Iglesia; a cuya corrección sujeto humildemente todo lo escrito en este libro (ó cualquier otra parte). Así lo protesto, y firmo en este Convento de Franciscos Descalzos de la Villa de Cieza en 19 de Agosto de 1774” (SIC). (Salmerón, 1774: 26).

Por la comprensible razón de la limitación del soporte en el cual nos estamos expresando, no profundizaré en los acontecimientos que forjaron la necesidad imperiosa de construir este convento, muy vinculado al Convento de Santa Ana de Jumilla y las visitas asiduas de Frailes Limosneros a esta Villa de Cieza: “El sobredicho convenio…fue en el año 1602. Desde aquel tiempo empezaron a acudir a la Villa de Cieza los religiosos del Convento de Santa Ana del Monte a pedir limosna…”. (Salmerón, 1774: 191). Fue una demanda popular muy determinante, que no gozó del apoyo de otros enclaves cercanos que protestaron contra esta constitución, y que veían con recelo la posible pérdida de derechos de limosna en esos territorio, demandada por otros conventos ya erigidos. Muy desdeñable sería el ejemplo de la ciudad de Cartagena, que encabezó las demandas y pleitos para que fueran impugnados dichos permisos reales, que hicieron peligrar su existencia. No obstante desestimadas las paralizaciones, la ejecución e instauración de la orden de Franciscos Descalzos en Cieza terminó aprobando su edificación:

“…Fray Manuel Marín, Religioso descalzo de N.P.S. Francisco de la provincia de S. Juan Batista….Consiguio la licencia Real para la fundación de este Convento de Cieza, y dexó manuscrito un tomo en quarto Historia de la fundación del Convento de D. Joachin de la Villa de Cieza. Se conserva en el archivo de este Convento… (SIC) (Salmerón, 1774: 181). “…Sé colocó la primera piedra con mucha solemnidad, habiéndola bendecido primero dicho fray Salvador Avellan…” (SIC). (Salmerón, 1774: 181).

La construcción del edificio, desde sus comienzos, fue una tarea colaborativa emprendida por todas las partes interesadas: la propia orden de Franciscos Descalzos, las clases acomodadas de la Villa y todo el pueblo en general, que en mayor o menor medida contribuyeron en forma y modo. En este momento primigenio es donde se da el primero de los milagros digno de resaltar, lo llamaremos el milagro de los panes.

Ya próxima la hora de la comida, los trabajadores y albañiles empleados ven con desazón como las limosnas del día, que habían de llegar en forma de hogazas de pan desde el Valle de Ricote, no hacían acto de presencia, y vista la dificultad para obtener pan en la propia Cieza (por causa de ser festividad de martes de Pascua de Resurrección) ya que no se había hecho pan desde el Sábado Santo. Los obreros apesadumbrados creían que aquel día no probarían bocado. El hermano Francisco Canobas (SIC) pidió intercesión divina: “Padre San Pasqual, guiadme donde halla pan. Cosa prodigiosa. Entróse en la oficina, y al extender la vista vió una alforja llena de panes. Eran todos diez y nuevos; tiernos y recientes, como si se hubieran cocido aquel día, diferentes del pan de aquella tierra” (SIC). Aquel milagro dio de comer a todos los obreros, a los pobres y aún sobraron hogazas que fueron guardadas como reliquias, amén de quedar constancia por mano del prelado en los archivos del propio convento.

No será este, ni mucho menos, el más destacable de los milagros atribuidos a personajes ligados al convento de Cieza. A lo largo de la obra de fray Pascual se enumeran, calculo, una treintena de personajes singulares a los cuales se les atribuyen hechos desdeñables, pero, dada la imposibilidad de mencionarlos todos, haré obra de los más importantes, dedicando estas líneas a los dos insignes frailes que, vista su opinión de santidad, ocupan lugar de sepulcro de preeminente ubicación en el convento de San Joaquín, que, si bien en su día fueron famosas las peregrinaciones en busca de intercesión, hoy día pocos son los que conocen de su ubicación y existencia: se trata de los frailes Juan Blasco y Eugenio de Losa. Dejaré pues a otros tres personajes, próximos a la santidad, para otro momento.

Los milagros de fray Juan de Blasco

Fray Juan Blasco trabajó en la construcción del convento como albañil. Natural de Muniesa (Aragón), donde vino al mundo en 1635 (Salmerón, 1774: 175), recibió la llamada divina de forma temprana, con 22 años. En 1657 tomó los hábitos en el Convento de San Juan de la Ribera en la ciudad de Valencia, rodeado de misticismo.

Se le atribuye una gran profesión de la fe, con fervorosa devoción y rigorismo. Se le reconocen, según fray Pascual, algunos episodios místicos de especial trascendencia: “Una de estas fue estando en un monte desbastando con un hacha un madero. Elevóse de la tierra, y se quedó suspenso en el ayre (SIC) con el hacha en la mano, muy encendido el rostro, y el espíritu absorto en Dios”. (Salmerón, 1774: 176).

Según la obra de Fray Pascual, fue un gran devoto del Santísimo Sacramento: “Una noche estando en medio de la Iglesia del Convento, se fue de un vuelo del altar mayor al tabernáculo de Santísimo Sacramento. Yo conocí al religioso que se halló presente, y fue testigo de vista”. (Salmerón, 1774: 176).

Un hecho similar sucedió en las fiestas de Desagravios, que se celebran en la ciudad de Alcoy, donde numerosos testigos presenciaron un hecho similar: “Con vuelo semejante fue desde la puerta de la Iglesia al altar mayor, donde estaba latente el Santísimo Sacramento” (SIC). (Salmerón, 1774: 176).

De otros milagros también se cuenta que fue protagonista. En un viaje fuera del convento, falto de su rutinaria comunión diaria, fue socorrido por la divinidad: “Reparado desde el camino, vió a la sombra de un pino un sacerdote revestido como para decir misa. Fue á él, y el sacerdote lo confesó, después dixo misa, le administro la sagrada comunión, y luego desapareció” (SIC)  (Salmerón, 1774: 177). Y prosigue fray Pascual: “Tenía un Santo Chirsto, al que solía llamar Santo Christo de Saboath, y aplicándolo en la villa de Cieza á un cojo, quedó de repente sin lesión….Aplicándolo en la misma villa á una mujer (SIC) que no podía andar sin el ariendo de unas muletas, de repente, arrojando las muletas, empezó a andar sin dificultad alguna” (SIC). (Salmerón, 1774: 177).

Terminó sus días en el convento de Cieza. El 6 de octubre de 1696 falleció a los 61 años. Su pérdida fue muy sonada por su prodigiosa fama milagrosa. Los fieles venidos de distintas localidades se llevaron reliquias de sus hábitos: “Y ya puesto en la Iglesia, unos lo abrazaban tiernamente: otros le besaban los pies: otros tocaban á él rosarios, listones, y pañuelos; siendo tanto los extremos de la devoción, y piedad del concurso, que fue necesario poner guardas” (Salmerón, 1774: 177). Y continúa el fraile historiador: “Dióse sepultura en el mismo convento; y después se trasladó su incorrupto á otro sepulcro, que está señalado con un azulejo, en frente del altar de la Purísima Concepción, junto a la pared de la capilla de San Pasqual. En la pared inmediata hay un quadro vera efigie del siervo de Dios difunto”. (Salmerón, 1774: 177).

Después de su muerte, el sepulcro se convirtió en un lugar de santidad para los fieles, que acudían a él en busca de su intercesión. Se le atribuyen algunas milagrosas curaciones tras su muerte y otros hechos sobrenaturales como la repentina muerte del caballo de un jinete que cuestionó la santidad de las reliquias. Quedando este ahora convencido de su santidad, suplicó el perdón de fray Juan Blasco, por lo que de forma milagrosa el caballo resucitó.

Las sanaciones de fray Eugenio de Losa

Por su parte, fray Eugenio de Losa participó en la construcción del convento aplicando sus dotes y dominios de la noble arte de la carpintería y ebanistería. Natural de la villa de Perales, Teruel, pronto partió a Valencia, donde tomó el hábito en el Convento de San Juan de la Ribera el 3 de septiembre de 1672. (Salmerón, 1774: 179).

Destaca por su vida ejemplar entregada a la oración y la obediencia a los preceptos de la orden franciscana: “En la oración tuvo muchos éxtasis maravillosos…, que era necesario llevarlo en brazos de la Iglesia á la celda” (Salmerón, 1774: 180). Asimismo, “el amor divino le salíaa a la cara en algunas ocasiones con luz, y resplandores; y su cuerpo exhalaba á veces suaves fragancias”. (Salmerón, 1774: 180).

A Fray Eugenio se le atribuían capacidades clarividentes, en un ejercicio de transculturación y sincretismo que queda recogido en las palabras de Salmerón: “Le comunico el Altísimo su divina luz tan copiosamente, que era freqüente en su siervo fray, Eugenio conocer las cosas ocultas, y penetrar los secretos de corazón humano. Y así a algunos antes que le preguntanse, ó le hablasen, les decía, ó respondía lo que le querían decir, ó preguntar”. (Salmerón, 1774: 181).

También se le reconocen en estas líneas sucesos proféticos e incluso algún exorcismo como parece evidenciar estas líneas: “Tenía también gracia para serenar las conciencias, o para conocer las ilusiones, y engaños del demonio, sobre el cual tuvo tal imperio, que a las voces de fray. Eugenio se confesó rendido; aunque en una ocasión, asiéndolo por la cabeza, quiso quitarle la vida”. (Salmerón, 1774: 181).

Se le reconoce la gracia de la curación. Con la imposición de manos o con la aplicación del decenario con el que rezaba curó a numerosos enfermos: “Repentina saludo á muchos enfermos de tumores, dolores, llagas, y otras varias enfermedades”. (Salmerón, 1774: 181). “Entrando en casa de un eclesiástico, que estaba en la cama enfermo, mandóle con voz imperiosa que se levantase; y levantose se fue al sermón que había en la parroquia, con la admiración de los que sabían que estaba enfermo” (Salmerón, 1774: 182).

Otra sanación es la siguiente: “En la villa de Ricote encontró fray. Eugenia á un pobre tullido, que iba con dos muletas. Compadecióse de él viéndolo tan afligido y lloroso: puso sobre él sus benditas manos, diciéndole que no llorase, que arrojase las muletas. Hizolo así, y de repente empezó a andar expeditadamente”. (Salmerón, 1774: 182).

Y aquí se relata otra curación, en este caso de un niño de seis años: “En Cieza un niño de seis años estaba ya algunos meses postrado en una cama, sin poder moverse de una caída que dio de muy alto. Visitólo un día fray Eugenio, el qual sacando una manzana, la echó a rodar por el suelo diciendo al niño que la cogiese. Al punto se levantó el niño presuroso, y cogió la manzana, quedando repentinamente sano, y sin impedimento para andar”. (Salmerón, 1774: 182-183).

También se recogen testimonios de curación de animales como muestran las siguientes líneas: “Un mulero estaba ya casi muerto, de suerte que ya lo arrojaron al muladar; pero llegando después fray Eugenio, hizo oración, aplicó su decenario al muleto, y al punto se levantó sano, y sirvió después a su dueño más de veinte años” (Salmerón, 1774: 182).

Aunque son muchos los milagros que se le atribuyen en diferentes lugares, debemos destacar el que sucedió en Villanueva: “Nació una niña, á la que en el sagrado bautismo pusieron el nombre de Francisca,…le manifestaron su sentimiento de que no hubiese sido niño, por no tener ninguno…Entonces el servidor de dios tomando en sus brazos á la niña, hizo breve oración, pero con tal fervor que se le inflamó el rostro. Después de entregada la niña a su madre, le dixo, que cuidase a Francisquito… Llamóse D. Francisco Artiz, hombre de lo principal de aquella tierra…el qual [este hecho] es muy sabido en toda aquella tierra”. (Salmerón, 1774: 184).

Fray Eugenio murió el 26 de junio de 1697 a los 46 años de edad rodeado de gran fama de santidad, de la cual huyó toda su vida e incluso pidió a Dios que le retirara aquellos dones concedidos: “La aclamación de su santidad fue correspondiente al elevado concepto que de ella tenían todos en esta tierra”. (Salmerón, 1774: 185). De igual forma que sucedió con fray Juan, su funeral fue de numerosísima afluencia. A él acudieron gentes de villas lejanas. Le cortaron la mayor parte de sus hábitos y pasaban por su cuerpo objetos para convertirlos en santas reliquias. Todos aclamaban su santidad y la del convento: “Dichoso convento y dichoso lugar, que tiene el cuerpo de este siervo de Dios”. (Salmerón, 1774: 185). Todas las autoridades civiles y eclesiásticas acudieron a su entierro. Se le dio sepultura en el propio convento. Después, de igual forma que sucedió con fray Juan, se trasladó su cuerpo incorrupto a una nueva sepultura situada al otro lado de la iglesia, también señalada con un azulejo en la capilla de la Purísima Concepción,“por la parte del Evangelio”. (Salmerón, 1774: 185). Otro cuadro, vera efigie, se sitúa junto a su sepultura.

Alejándonos de la necesidad dar crédito a estos acontecimientos sobrenaturales, lo cierto es que forman parte del legado histórico de la ciudad de Cieza. Resulta paradójico, y a su vez me incita a reflexionar sobre las razones que han sido artífices de relegar al olvido a estos personajes que fueron de fama tan notable antaño. Venerados por su santidad, prodigios y fama, que alcanzaron tal magnitud que traspasaron las fronteras locales.

Desde niño me había preguntado quienes eran los personajes que aparecían en aquellos grandes cuadros del convento, que confieso me producían temor. Unas representaciones pictóricas que evidencian un funeral lóbrego, sombrío y funesto. Hoy sé que son fray Juan Blasco y fray Eugenio de Losa. Con estas líneas he dado respuesta a esa inquietud que me roía desde niño, y que con ojos de “historiador” he saciado mi hambre curiosa con el manjar de las respuestas. Al fin y al cabo se supone que esa es la tarea de los historiadores, saber preguntarle a los documentos, o por lo menos intentarlo.

Bibliografía:

-Capdevila, Ramón María (2007): “Historia de la Excelentísima Ciudad de Cieza del reino de Murcia desde los más remotos tiempos hasta nuestros días, Tomo III.”

-Salmerón, Pascual (1774); “La antigua Carteia, ó Carcesa, hoy Cieza, villa del Reyno de Murcia: ilustrada con un resumen historial, y unas disertaciones sobre algunas de sus antiguedades / por Fr. Pasqual Salmeron … de Religiosos Descalzos de N. P. S. Francisco … de Murcia”.