Lola López Mondéjar: “Muchas mujeres acaban cayendo en lo que denunciamos desde la segunda ola feminista: la cosificación del otro”

ENTREVISTA

Fotografía Lola López Mondéjar realizada por Isabel Wageman

La escritora indaga en las mutaciones que se están produciendo en nuestra vida afectiva, en nuestra forma de relacionarnos y en nuestra identidad, a través de su último libro, Invulnerables e invertebrados, que presentará el próximo 1 de marzo en el Club Atalaya

Elena Sánchez, psicóloga del Centro Municipal de Bienestar Social

La escritora y psicoanalista murciana Lola López Mondéjar presenta el próximo 1 de marzo su último libro, Invulnerables e invertebrados, a las 19:30 horas, en el Club Atalaya.

Lola López Mondéjar es autora de siete novelas, cuatro libros de relatos y tres libros de ensayo en los que aborda la relación entre literatura, creación y psicoanálisis. Fue finalista del ‘XXI Premio de Narrativa Torrente Ballester’ en 2009 y desde 2005 imparte talleres de escritura creativa. Asimismo, es colaboradora habitual en distintos medios de comunicación de la Región de Murcia.

En su último libro, Invulnerables e invertebrados, indaga en las mutaciones que se están produciendo en nuestra vida afectiva, en nuestra forma de relacionarnos y en nuestra identidad.

Pregunta: Según expones en tu último ensayo, cada vez es más difícil pensar y aceptar la propia vulnerabilidad y la de nuestros semejantes. ¿A qué es debido?

Respuesta: La precariedad económica y social en la que vivimos produce altos niveles de incertidumbre y de angustia, ambas se experimentan como intolerables en un modelo de producción de individualidades donde tenemos que ser felices a toda costa. Esta exigencia implica que, acercarse a nuestra debilidad, reconocer la dependencia de los otros o nuestros fracasos, produce mucho malestar, pues se considera una derrota. Se nos dice que tenemos la obligación de ser felices, y la felicidad no incluye el conflicto. Si no la conseguimos, se nos señala como los únicos culpables.

Para responder a esta exigencia es necesario hacer una negación de la propia vulnerabilidad e identificarse con los aspectos más omnipotentes de sí mismo. Quienes así funcionan se creen invulnerables, y son invertebrados porque esa dinámica elimina la inquietud moral, la tensión entre el yo y los ideales que mostraría su debilidad, que debe ser, para mantenerse a flote, negada.

P: Reconocer nuestra dependencia de otras personas nos produce malestar. Además, planteas que estamos sustituyendo las relaciones basadas en el apego, el contacto estrecho y la intimidad por relaciones impersonales, utilitarias y pasajeras. ¿Qué efectos está teniendo en nuestra vida anímica?

R: El efecto más importante es un progresivo enfriamiento afectivo, que consiste en un modo de defenderse de las relaciones con el desapego que nos propone la modernidad líquida. Tratamos al otro como un producto que nos ofrece el catálogo del mercado afectivo-sexual, y nos defendemos del fracaso de las relaciones, que están exentas de compromiso, porque esa persona se puede cambiar rápidamente por otra. Nos protegemos de la decepción, del abandono y del duelo no depositando apenas en el otro afecto, sino reduciendo la intimidad y la empatía.

Hoy es más fácil llegar a la intimidad sexual que a la afectiva. Aunque estemos deseando encontrar otro tipo de vínculo, no nos atrevemos a mostrar ese deseo porque nos hace más vulnerables. A las mujeres, que a menudo expresan más esta necesidad de intimidad y empatía, mostrar un deseo de afecto las excluye del actual mercado sexo-afectivo, como han demostrado en sus trabajos Eva Illouz, Tamara Tanembaum o Judith Duportail.

P: Entonces, ¿hombres y mujeres nos identificamos por igual con lo que has llamado “fantasía de invulnerabilidad”?

R: Quienes se identifican con la invulnerabilidad tienen procesos parecidos. Se trata de negar las debilidades, las dependencias, y sostenerse en una fantasía de omnipotencia.

En ese sentido, las mujeres, tradicionalmente cuidadoras por su educación de género, se “masculinizan”, abandonan el cuidado de los vínculos y se adaptan también al sistema para no sufrir demasiado sus consecuencias. Esto lo vemos muy claramente en lo que he llamado Modelo Tinder.

Tinder es una aplicación de citas que utilizan por igual ellos y ellas y cuya adicción produce cambios en los sentimientos y en la sexualidad. Aunque mucho más afín a la educación patriarcal de la masculinidad hegemónica, digamos que el Modelo Tinder es más cómodo para los hombres, pero las mujeres que se adaptan a la forma de cortejo que propone, acaban adoptando los mismos mecanismos que ellos: separación del afecto del sexo, enfriamiento afectivo e idealización del posible partenaire futuro si el actual no responde de inmediato a las expectativas que se han puesto en la cita.

P: Todo esto que describes, ¿cómo está afectando a la igualdad entre hombres y mujeres?

R: Si la respuesta de las mujeres es, sencillamente, emular a los hombres, la lucha por la igualdad habrá fracasado, porque el feminismo no pretendía que nos convirtiésemos en machos alfa, sino crear una sociedad igualitaria en derechos, donde el cuidado fuese también cosa de ellos, es decir, transformar la masculinidad hegemónica y no convertirla en la única opción. En la excelente película, Tar, de Todd Field, observamos los efectos del poder en una mujer, Cate Blanchett, que se abandona a él y comete los mismos abusos que denunció el Metoo. Por lo que hemos de estar atentas.

P: ¿A qué consideras que han de estar atentas las mujeres que defienden la igualdad?

R: El camino de la homogenización es el más fácil, vemos a grupos de mujeres que adoptan los ritos de paso de los hombres, por ejemplo en las despedidas de solteros, o que no consideran a la posible pareja como una persona íntegra, sino como un objeto, como muestran algunas mujeres en ciertas citas del programa First Date. Es decir, muchas mujeres acaban cayendo en lo que denunciamos desde la segunda ola feminista: la cosificación del otro. Creo que, por el contrario, deberíamos presentar una fuerte resistencia a esta dinámica homogeneizadora, plantarle cara, definir mucho mejor lo que queremos, y nutrir a la sociedad con valores que no deberíamos descartar como el afecto, el compromiso y la consideración del otro como un igual en toda su complejidad; valores que se nos han transmitido a las mujeres en la socialización diferencial de los roles de género.

P: En tu ensayo citas un experimento de los años 70 que relaciona la frustración prolongada y la imposibilidad de evitarla con el sentimiento de impotencia generalizada y la pasividad extrema. En la actualidad, observas lo contrario, la frustración continuada se relaciona con una hiperactividad generalizada y un sentimiento de omnipotencia ¿Por qué consideras que se ha  producido este cambio?

R: La indefensión aprendida, la impotencia, es una respuesta cuando no podemos modificar las condiciones de nuestra vida, cuando perdemos el sentimiento reconfortante de la agencia, es decir, nuestra capacidad de modificar el entorno.

Pero hoy se propone un falso camino para volver a empoderarse: actúa. Compra, ve al gimnasio, viaja, colecciona experiencias, porque actuar consume recursos, comporta gastos, y la impotencia y la pasividad no son buenas para el mercado. Nos creemos distintos, pero se nos fabrica en serie, consumiendo los mismos productos.

Somos seres muy miméticos, nos hacemos desde el afuera, un afuera que cambia ahora vertiginosamente, que se acelera sin parar desde mediados del siglo pasado y que nos impone la acción como forma de no pensar y de sentirnos potentes.

La actuación compulsiva a la que asistimos en estos momentos viene relacionada con el individuo consumidor que construye el capitalismo posfordista y digital. Somos en tanto que consumidores.

P: La sociedad actual es potencialmente traumática, afirmas en tú último libro, ¿en qué consiste ese potencial traumático?

R: La precariedad laboral tiene una profunda potencia traumatizante, como estamos observando en los últimos dos años, donde comienza a hablarse más del malestar psíquico. La situación de las personas que no tienen posibilidad de encontrar un trabajo estable, que no ganan lo suficiente para proyectar una vida habitable, produce una fragmentación de su subjetividad, una incapacidad para proyectarse en el futuro y, a la larga, una sensación de fracaso que puede llevar a la depresión.

Son la otra cara de los invulnerables hiperadaptados. Aquellos que les invade la tristeza o la angustia en forma de ataques de pánico, trastornos del sueño y otras patologías muy actuales como la obesidad, que no han podido adaptarse al sistema y lo sufren con malestares diversos.

P: Consideras que la fantasía de invulnerabilidad es una estrategia que también nos protege del malestar que genera la precariedad laboral.

R: Richard Sennett habló ya en los 90 de la corrosión del carácter que comportaba la fragilidad laboral, que lleva de la mano una fragilidad personal profunda y una dificultad extrema para mantener nuestra identidad personal mediante la elaboración de una identidad narrativa que le dé continuidad y sentido a nuestra experiencia.

Para mantener la fantasía de invulnerabilidad, se niega el pensamiento y la reflexividad, afirmándonos en una identidad meramente imaginaria, una especie de avatar que muestra lo mejor de nosotros mismos.

P: De la mano de ese avatar habitamos el mundo virtual; especialmente, los más jóvenes. ¿Han influido las redes sociales y el uso de internet en el incremento de la tasa de suicidios en  chicas y chicos jóvenes?

R: El aumento de la tasa de suicidio entres los jóvenes se vincula a lo ocurrido durante la pandemia. En un momento de la vida en el que el contacto con los iguales es necesario para salir de la familia y crearse una identidad social como joven adulto, se les impidió necesariamente ese contacto y se volvieron masivamente hacia las redes sociales. Estas redes sociales son un espacio que pudo ser de rescate para muchos, pero para otros fue un lugar donde encontraron nombre a su desesperación y ejemplos para aliviarla: autolesiones o ideaciones suicidas.

Los jóvenes, por otra parte, no encuentran que tengan un lugar en el mundo, se les ha llamado población redundante porque no son necesarios para el sistema, son superfluos; no encuentran trabajos, no pueden abandonar la casa familiar hasta muy tarde y esa fragmentación laboral y esa precariedad personal a la que aludimos les lleva a despojar de sentido su vida.

P: El sistema neoliberal nos empuja a asumir identidades invertebradas que facilitan los comportamientos psicopáticos como la opción que mejor se adapta a las exigencias del mundo actual. ¿Es posible todavía resistir?

R: Creo que lo que estamos describiendo es una poderosa tendencia mainstream pero, por fortuna, no es universal. Junto a esta fuerza que nos empuja a todos a ser invulnerables e invertebrados, existen quienes luchan contra ella. Hay muchos jóvenes que combaten contra la crisis medioambiental, que son vegetarianos y adoptan posiciones no consumistas. El feminismo, los jóvenes que han decidido desertar de un mercado laboral insufrible, recuperar los vínculos presenciales y escapar de la adicción a las redes y grupos críticos y activistas en distintos sectores, nos hablan de que no todo está perdido. Pero, insisto, tenemos que difundir una pedagogía del pensamiento crítico y de la austeridad, que es la única que puede salvarnos frente a los cambios psíquicos y la catástrofe medioambiental.