Las estelas de luz de Manuela Ballester (II Parte)

Rosa Campos Gómez

Y Manuela Ballester cruzó a pie la frontera y llegó a Francia, acompañada de sus hijos —Ruy y Julieta—, madre y hermanas. Mientras, Josep Renau, su marido, consiguió recoger sus archivos y obra en una camioneta y sacarlos del país en el que él y los suyos pasaron a ser los vencidos. Cuando pudieron reunirse cruzaron el océano y pisaron Nueva York con destino a México, tierra de asilo de tantos exiliados. Acogida que obtuvo siempre el agradecimiento de los artistas e intelectuales españoles —que poseían formación sólida y de calidad, más talento—, tan necesitados de amparo.

Toda la familia se instaló en México DF. Allí nacieron Totli, Teresa y Pablo. Es significativo el tiempo que residieron en la casa grande con enorme jardín —ayer convento de monjas—, que reclamaba restauración y, aun así, no les restó alegrías. Este hogar lo fue también de paso de muchos exiliados, y frecuentado a menudo por amigos como León Felipe, a quien más de una vez le planchó la camisa Rosa Vilaseca, querida por todos; “sin su ayuda, ni Renau ni yo hubiéramos podido desarrollar nuestras carreras”, dirá Manuela de su madre.

Ballester inició esta etapa ilustrando almanaques. Siguió su fase muralista, acompañando a Renau en la terminación del mural ‘Retrato de la Burguesía’ —que Siqueiros no pudo concluir—, y trabajando con denuedo, subida a los andamios, en ‘España hacia América’, pintura mural que ambos realizaron en Cuernavaca, donde tuvieron que residir durante unos años. En el colegio estatal —nunca los llevaron a ningún centro privado porque valoraban el contacto con la realidad social—, al que apuntaron allí a sus hijos durante este tiempo, Manuela observó la pobreza de los alumnos, por lo que se presentó ante el alcalde para pedir que se les diera desayuno, consiguiendo que todos tuvieran su vaso de leche y bollo diarios.

En México DF abrieron el ‘Estudio Imagen-Publicidad Plástica’, que gozó de gran actividad. Los encargos se hacían a nombre de Renau —también sucedió con los murales—, aunque trabajaban los dos a la par. Realizaron publicidad comercial, propaganda política, rótulos para periódicos, revistas…, e innumerables carteles de cine, distribuidos con las películas a diferentes países, también a España, curiosa forma de entrar en su país natal pasando desapercibidos.

Además del trabajo conjunto, Ballester realizó obras individuales con las que participó en exposiciones colectivas; paneles decorativos; ilustraciones para textos de revistas y libros de autores como Cervantes, Dumas, L. Felipe, Figuera Aymerich… Dibujó a María Pacheco, escribió sobre Luisa Roldán. Ganó varios premios de cartelería, como el del ‘Centenario de la primera estampilla mexicana’. Escribió artículos para diferentes medios, y cinco líneas diarias durante cinco años seguidos, recogiendo noticias llegadas de Europa… Continuó con los figurines de moda, inclinación hacia la indumentaria contemporánea y tradicional que no abandonará nunca. Importante es su serie de trajes populares mexicanos de gran valor artístico y etnográfico: investigó hasta en las aldeas más recónditas, tomando notas y fotos de diversos atuendos y costumbres relacionadas con ellos, modelando pequeñas figuras de plastilina para las que cosía los vestidos que luego pintaba. Este trabajo de campo que culminó en artístico ilumina el valor de la identidad de los pueblos y sus tradiciones, representados en la creatividad de los diseños, en la dignidad con que los portan.

A partir de 1958, cuando Renau marchó, solo —a su pesar—, hacia Berlín, donde le ofrecieron trabajar para televisión, la estabilidad alcanzada dará un vuelco que repercutirá en la vida familiar. Manuela y sus dos hijos menores, Teresa y Pablo, se irían al año siguiente. Los demás no quisieron marcharse, se sentían bien en México.

En Berlín, ya instalados en la gran mansión que le dieron a Renau, Ballester solo tenía tiempo de ser ama de casa, su marido no colaboraba —el rol social aprendido se imponía—. El frío era demasiado, total su desconocimiento del idioma y realizar las compras era un suplicio que terminó cuando sus hijos aprendieron alemán. Ella, que acudió siempre a donde él la llamara, decidió separarse tras encontrar trabajo como lectora de español. Volvió a los artículos, ilustraciones, fotomontajes, carteles, óleos, dibujos, y participó en exposiciones —Berlín, Dresde, Milán, México, España—. En las pinturas de esta última etapa se ve más opacidad en los tonos, y austeridad en los temas.

Renau —quien, desde la DGBA, organizó la salvaguarda de las obras del Museo del Prado de los bombardeos, desplazándolas vía Valencia-Barcelona hasta Suiza (proyecto pionero que copiarán museos como El Louvre en la II GM)—, dejó a Manuela su legado artístico y documental para que lo donara al IVAM. Así lo hizo. Ella donó también sus obras a dos museos valencianos antes de morir. Está enterrada junto a él, en Berlín… Dos amantes que se reencuentran siempre, a pesar de las diferencias que conlleva el tener dos personalidades con enorme talento confluyendo en un mismo campo artístico. En su poemario ‘Cosas’, escribió estos versos de mujer enamorada: “Todo es dos, dos. / Amor, dos…”

Manuela Ballester, artista y escritora brillante, inteligente, sensible, tenaz y discreta, sin callar cuando sentía que tenía que hablar, dijo que en el arte “hay que sentir la emoción del alma, de la forma y del color”, que prefería la expresión figurativa a la abstracta en la manifestación artística con compromiso político-social, y pedía a las mujeres artistas que impregnaran sus obras del “espíritu femenino”, del que ella dio ejemplo poniendo amor y cuidado en las muchas estelas de luz que fue recorriendo para abrirnos paso.

 

 

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