El jabón: la higiene ciezana

Un repaso por la evolución de la limpieza personal

Miriam Salinas Guirao

Eso de abrir el grifo y que salga agua no era lo cotidiano hace algunos años. El trasiego de carros, de animales, las jornadas en el lavadero, el ir a por agua a la fuente…

Juan, un ciezano de 72 años, me cuenta que los baños de entonces se hacían con una zafa con agua, “por partes”. Carmen, nacida en los cincuenta, sin pudor exclama: “Llevábamos roña hasta en el carné de identidad”. Una vez al año, cuenta esta ciezana, que iba a los Baños de Posete, “el resto del tiempo era imposible ir bien limpio”, cuenta entre risas. Carmen recuerda que iba a los baños antes de Semana Santa, para estrenar vestido. “Nos bañábamos en familia, todos. Yo recuerdo que fui hasta los 12 años. Después nos fuimos a las ‘cien viviendas’ que sí teníamos bañera, pero solo podíamos asearnos de madrugada, porque vivíamos en un cuarto, y como durante el día los demás usaban el agua, no llegaba. No había calentador, echábamos el agua que calentábamos en la cocina.”

La evolución de la higiene

Lo de ducharse no era algo diario. Con las revoluciones industriales surgidas en el XIX y el avance espectacular de la ciencia se fueron dando las claves razonadas de la higiene. La limpieza romana se diluyó en el tiempo, los desperdicios del “agua va” acababan en las calles. El propio papel higiénico no se popularizó hasta pasado el diecinueve en España. Lo común, en los años 50 del siglo XX, en un hogar humilde ciezano era aprovechar el papel de las bolsas de la compra para el aseo. El inodoro de muchos ciezanos debió ser, en muchos casos, la intimidad de la maleza pues las letrinas romanas, o los sistemas de saneamiento de la antigüedad quedaron, en parte, en el olvido.

Hasta algo cotidiano como lavarse los dientes tenía su aquel. El cepillo de dientes moderno nació en Asia, pero no llegó a Europa hasta la reinvención de finales del siglo XVIII de William Addis. Uno de los primeros dentífricos comerciales en España fue el creado por Salustiano Orive destilando raíces de jengibre, pelitre, lirio, nuez moscada y pimienta negra.

El jabón

Sobre el jabón se ha investigado cómo a partir de cenizas mezcladas con grasas se preparaba un compuesto desinfectante. En la antigua Roma se apreciaba el uso del jabón para limpiar la ropa y comprobaron su relación positiva con algunas enfermedades de la piel. En el siglo XVIII se depuraron las técnicas de la creación de jabón describiendo el proceso de saponificación, entre otros avances. En la Castilla del siglo XVI se usaba el jabón formado por una pasta de aceite, sebo y lejía de cenizas para limpiar la ropa y se vendía por libras. El jabón se vendía en forma de pelota y pastillas, y como casi todo lo indispensable, pronto se gravó su compra con impuestos.  

El caso de Cieza

Como describe Ricardo Montes Bernárdez en ‘Cieza durante el siglo XIX’, el jabón era un producto “necesario pero que, al parecer, daba pocos beneficios por lo que los fabricantes permanecían poco tiempo en Cieza. La primera referencia sobre fábricas de jabón que conocemos se remonta a 1826, cuando procedente de Hellín llega Pedro Toboso, pero fallecía dos años después. En 1829 abría fábrica de jabón el ciezano Francisco Moreno, en la calle Nueva, si bien cerró a los pocos años. En 1833 fabricaba Francisco Jiménez. Desde 1834 a 1836 había instalado una fábrica de jabón, en la calle Larga, el catalán Vicente Fillol”. En 1852 eran los jaboneros: José Camacho Vázquez (propietario de una chocolatería), Rafael Candel e Ignacio Balibrea.

En 1893 el periódico local El Combate hablaba de Bravour, el “rey de la limpieza doméstica”. Era un jabón que limpiaba y pulía con “más perfección”: desde los metales hasta los vidrios. “Bravour quita toda las manchas de la piel, por lo que es un excelente jabón para los artistas y operarios”, “deja las manos prodigiosamente limpias y finas”, “es solo un compuesto de sustancias inofensivas y por consiguiente limpia las manchas de la ropa sin estropear la prenda por fina y delicada que sea”, “evita los envenenamientos producidos por el óxido de cobre que se forma con los utensilios de cocina”, “pone todos los objetos que toca pulidos y con un brillo que deslumbra”, “limpia las joyas mejor que todos los preparados”, “es indispensable en todas las casas, hoteles, cafés, círculos de recreo, teatros y en fin a todos los militares, latoneros, cocheros, armeros, pintores y velocipedistas”. Una maravilla. Solo costaba 2 reales la pastilla y se vendía en Cieza justo en la redacción del periódico en la calle Mesones, 14.

La Voz de Cieza en 1901 no escapaba de la revolución y los avances. Alababa el preparado del farmacéutico R. Herreros, de Barcelona: su extracto fluido de jabón, cuyo uso se hizo en poco tiempo, indispensable “en el tocador de toda persona de buen gusto”. “Su perfecto estado de disolución, su delicado aroma, sus condiciones antisépticas, lo constituyen en el más higiénico y útil de los productos similares. Evita la contingencia del contagio de infinidad de enfermedades de la piel que trasmite fácilmente el jabón usado en pastilla, conserva el cutis limpio, suave y terso y es irremplazable para el lavado de la cabeza y el cabello”, rezaba en su publicidad. Este “milagroso producto” debía verterse en el hueco de la mano, una pequeña cantidad, se debía frotar ligeramente hasta obtener espuma blanca y abundante. Se vendía exclusivamente en Cieza en la farmacia del licenciado Ruiz Yarza.

Los mitos y los miedos también hacían mella en la sociedad, algunos de hecho se ramifican hasta hoy. Todavía persiste en algunos hogares la creencia de que lavarse durante la menstruación afecta a la salud o que el baño es la parte más sucia de la casa, obviando la nevera, los paños de cocina o el propio teclado del ordenador que contiene 400 veces más gérmenes que el retrete del baño.

 

 

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