Educar en libertad

Antonia Medina Real

La libertad es hoy en día un concepto considerado para muchos inexistente o con, digamos, falta de poder gozar realmente de total plenitud. Para mí en cambio, sentirla es algo necesario, tanto en mi vida personal como profesional. Para mí, entendida como ese “Let it be”, que por supuesto exime a nadie del cumplimiento de las normas por las que se rigen la sociedad en la que vivimos, pero sí que nos deja con ese sabor entre los labios de un “dejar ser” o dejarnos hacer, tan necesario y a la vez tan puesto en tela de juicio por muchos hoy.

Tras estas primeras líneas, el lector se puede preguntar: ¿Entonces?

Como maestra, muchas veces por no decir siempre, me paro frente a mis alumnos, los miro y se me viene a la mente esa palabra: LIBERTAD. A continuación, una avalancha de preguntas me invade por completo, y me pregunto: ¿El sistema educativo que tenemos hoy realmente permite a nuestros niños crecer, formarse, realizarse? A pesar de que el currículum sea el que es y los contenidos los que son, enfrascados en forma de asignaturas, que sí, estamos de acuerdo, cada vez con más integrado todo entre sí con metodologías más alternativas, bla bla bla. ¿Se forman nuestros alumnos en consecuencia, es decir, entendiendo el por qué, el sentido de lo que hacen? La respuesta para mí es que NO. Y la razón se levanta como un rascacielos directo precisamente a ese NO que es ese preciso instante en el que nuestro alumno nos mira y nos pregunta: ¿Y esto, para qué?

Desde el momento en el que decido hablar sobre este tema soy muy consciente de que sinceramente, no es nada fácil.  Por eso, empezaré por lo que para mí puede ser el principio: La importancia de los  por qués. Y es que tenemos un sistema educativo que apuesta entre muchas cosas por hacer que nuestros alumnos sean personas críticas, capaces de emitir juicios sustentados en una razón de ser pero por el contrario se encuentran en un océano de imposiciones de un “porque sí” que no entienden pero que terminan haciendo, precisamente por eso, porque sí. Ellos, que son el eje que vertebra tantas ideas pedagógicas que suenan a avance, a formar a generaciones del futuro capaces de cambiar el mundo, crecen, se forman y estudian sin saber precisamente por qué.

Siguiendo la estela de la libertad y la educación, objeto de estas líneas, sale a la luz otro concepto aparejado pero con un matiz tal vez un tanto “negativo”,  entrecomillando a propósito eso de negativo ya que realmente no creo que sea algo contraproducente o con intención de serlo como tal para el niño pero sí algo que de alguna manera corta sus alas, su realización, esa libertad de la que vengo hablando, ese “dejarle ser”. Y es que a veces los padres proyectan, sin darse cuenta, en sus hijos, esas carencias a nivel de formación que no tuvieron en su niñez, por ejemplo, la de estudiar idiomas, asistir a clases de música, danza, artes marciales…

Sus hijos como una proyección de sí mismos, por supuesto, visto como una oportunidad de formación para el niño en este mundo tan complejo y cada vez más exigente y competitivo en el que vivimos, sí, pero… yo me pregunto: Antes de iniciarlos en algo, ¿Los hemos mirado, les hemos preguntado un:  ¿Quieres? ¿Te apetece? ¿Qué tal si…?

Como siempre digo, la educación es algo verdaderamente complejo, no pretendo ni creo que sea posible alcanzar un consenso pleno sobre una educación modelo, ideal, perfecta… precisamente porque la perfección sí que no existe y todo es muy relativo.

Porque para mí, la educación es como un río muy caudaloso, con infinitas vertientes, del cual no solamente formamos parte los docentes y los padres o familia, sino que todo lo que rodea al niño forma parte de ese paisaje, le salpica, e  indiscutiblemente contribuye de una manera u otra a su crecimiento y a su formación.

Aceptar es entender y respetar que los niños, ya sean hijos o alumnos, son en cierto modo seres dependientes de nosotros, los adultos, como guías en su camino de vida, pero sin olvidar a la vez deben “volar” independientes, libres.

 

 

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