Los santos inocentes
Un día como el pasado jueves, en los albores de nuestra era, el rey Herodes dio la orden de acabar con todos los niños menores de dos años nacidos en Belén. La mejor forma, la más expeditiva, debió de pensar, de asegurarse de que el anunciado Mesías, futuro rey de Israel, fuera asesinado. Eso cuenta, al menos, la tradición cristiana y por eso celebramos ese día la festividad de los Santos Inocentes. Algunos, gastando bromas o haciéndoles putadas veniales a familiares o amigos, vaya usted a saber por qué. Muy cerca del portal donde debió de nacer ese niño, al otro lado del muro del apartheid, en la franja de Gaza, van ya 8.000 niños y niñas asesinados en poco menos de tres meses. La mayoría, a consecuencia de bombardeos masivos diarios e indiscriminados que arrasan casas y edificios con familias enteras dentro, pero también otros por disparados a quemarropa o víctimas del hambre, del frío y de la enfermedad. La mejor forma, la más expeditiva, ha debido de pensar el gobierno genocida de Netanyahu de combatir a Hamás, después de que este grupo armado lanzara su brutal ataque terrorista contra Israel el pasado 7 de octubre. 2.000 años han transcurrido desde el reinado de Herodes, pero no ha cesado la matanza de los inocentes.
Aspas giratorias
“La oposición me recuerda a un ventilador eléctrico. Está dando vueltas todo el día y no sale mas que aire”. Hay frases que a uno le hubiera gustado haber escrito. En el contexto de la España actual, esta es una de ellas. Estalló de pronto, como un fuego de artificio de final de año, mientras “revisitaba” la película La llave de cristal que transcurre en un ambiente preelectoral. No se podrá decir que no tenía buen ojo político Dashiell Hammett, maestro de la novela negra. De lo que salió de la reunión entre Sánchez y Feijóo en el Congreso (la próxima será en la Moncloa, cuando el gallego acabe por aceptar los resultados electores) poco se puede decir, sino que el jefe de la oposición acudió con una mochila a la espalda, le dio la mano al presidente con gesto adusto, cejo fruncido y labios intrigantes, y sacó a continuación del morral un aparato con aspas giratorias. Después se sentó, cruzó las piernas y puso el artilugio en marcha. Bien visto, es el mismo ventilador hammettiano que lleva meses dando vueltas todo el día y del que no sale mas que aire.
Aplausos y gruñidos
Terminada la función de teatro en el Palais-Royal, contaba Molière, los actores debían enfrentarse al veredicto supremo del rey. Tenían que esperar durante unos segundos eternos que las dos manos del monarca se levantaran o no. Nadie aplaudía antes que él. Y cuando palmoteaba en señal de aprobación, nadie se atrevía a hacerlo ni con mayor ni con menor ímpetu. Soy de los afortunados que tienen el televisor apagado durante la larga y copiosa cena de Nochebuena. Bastan la cerveza, el vino o el cava para animar la conversación (a veces en exceso, todo hay que decirlo). Así que me entero del arbitrio del rey al día siguiente, y por los medios. Nunca volviéndolo a ver u oír, sino por resúmenes, titulares o comentarios. Y no crean que no cuesta desentrañar sus intrincadas disertaciones, si no se es ducho en el arte de la hermenéutica. En cualquier caso, constato que, terminada la función política del año, la otra noche Felipe VI se levantó y gruñó al tiempo que aplaudía. Y que los actores se apresuraron a darse todos por satisfechos, con alguna excepción. A dios gracias, los veredictos reales ya no son lo que eran en tiempos del gran Molière.