Francisco Asensio Barbero fue uno de los estafadores más buscados de 1891
Miriam Salinas Guirao
Francisco Asensio Barbero pudo haber sido un antihéroe del Siglo de Oro de las letras españolas. Un lazarillo del Segura, un Francisco de Tormes.
Por bien tengo que sucesos peculiares, raramente oídos y vistos, o de sobra conocidos pero adobados con esmero, vengan del olvido a revolver el presente. Vuelo a un mes de agosto de 1891 a seguir de cerca, tan solo –y tanto-, unos días en la vida del joven Francisco Barbero. De él decían que su tez estaba picada de viruela, que tenía la cara estrecha y que llevaba siempre sombrero y que con 24 primaveras, y con el ingenio del hambre, logró escapar una y otra vez de la justicia.
El 4 de agosto se publicaba en el Boletín Oficial de la Provincia de Murcia una orden del 29 de julio. Concretamente, la petición provenía del Juzgado de Instrucción de San Juan, de Federico de Castro Ledesma, juez de instrucción del distrito, que firmaba una requisitoria. Se citaba, llamaba y emplazaba a Francisco Asensio Barbero, vecino de la capital, habitante de la calle de Caravija, número 7. Las señas personales del joven se describían con la intención de perfilar una fotografía clara, sin fisuras. Si de Francisco se hubiera hecho un cuadro, la vista se habría centrado en su estatura baja, en su color amarillo, quizás de no arrimar al estómago nutrientes con frecuencia, quizás por dirigir el brazo hacia la boca con el líquido de algún tonel. Pintado de viruelas, con los rastros de alguna infección que esquilmó la piel dejando manchas impertérritas para siempre, con bigote corto negro y vestido con pantalón, chaqueta y chaleco de lana negro, un sombrero hongo negro, botinas y corbata de color. Y ojo, aquí el dato de vigor, Francisco llevaba un alfiler con el busto del ‘niño rey Alfonso XIII’.
En el requerimiento se citaba a Francisco para que, en el término de diez días, a contar desde la inserción del anuncio en el Boletín Oficial de la provincia y en la Gaceta de Madrid, compareciera ante el juzgado a prestar declaración indagatoria en una causa que contra el mismo se seguía sobre tentativa de estafa. Lo apercibían del “perjuicio a que haya lugar”, si no verificaba su cuenta pendiente. Se exhortaba y se requería a todas las Autoridades la búsqueda y captura del joven. Si lo encontraban, debían remitirlo a la cárcel de la ciudad y pasaría a disposición del juzgado.
El rastro de las autoridades se encaminó a Los Dolores, los agentes tenían la sospecha de que había pernoctado allí tratando de librarse de la persecución que se inició en su contra, pero la búsqueda fue en vano, al menos en este paradero.
Unos días más tarde, el camino de huida de Francisco, con alguna peseta de menos, se truncó. La Guardia Civil apresaba al joven en Tarazona (Las Provincias de Levante, 4 de agosto de 1891). Se le adjudicaba la autoría de una estafa de 50 pesetas realizada en Murcia.
No era el requerimiento de Murcia el único. Sabemos que la capital citaba al joven por una sospecha de estafa, pero ¿cuántas llevaba a sus espaldas? Según constataba el periódico: “Este individuo parece que se halla también sujeto, por otra causa, a la acción de los tribunales de justicia y está en libertad bajo fianza. El cuerpo de orden público de esta ciudad ha contribuido en gran parte a esa captura, comunicando a la benemérita informes que han ayudado poderosamente a conseguir ese resultado”. Lo cierto era que Asensio Barbero llevaba bastante tiempo burlando la estrategia de las autoridades.
De Tarazona fue a parar a la cárcel de Cieza, obra de Justo Millán Espinosa, que siguió la tipología arquitectónica “de estructura celular siguiendo las directrices del director de la Escuela de Arquitectura de Madrid, Juan de Madrazo, en su ‘Modelo de planos para las construcción de prisiones en provincias”. Justo presentó su proyecto al Ayuntamiento el 1 de marzo de 1881. (…) El presupuesto fue de 76.316,42 pesetas y el contratista Isidro López Villa. El edificio fue entregado el 27 de mayo de 1887” (‘La Cárcel del Partido’ de Antonio Ballesteros Baldrich).
Francisco se fugó de la cárcel de Cieza a la vista de todos (Las Provincias de Levante, 18 de agosto), levantando el cerrojo de la puerta de uno de los patios.
Las Provincias de Levante 19 de agosto de 1891
Fue Vicente Mateu Coll, natural de Onteniente, practicante de farmacia, y residente en la Plaza de Camachos, número dos, quien dio el aviso por la estafa que había vivido. El día 18 de julio, se encontraba Vicente en su domicilio. Francisco Asensio le entregó una carta firmada por Vicente Tortosa, un amigo querido de su pueblo natal, en la que le pedía diez pesetas. En el escrito se indicaba claramente que el dinero debía entregarse “apresuradamente” a Francisco. Mateu Coll le entregó el dinero y quedó tranquilo en su conciencia hasta que se topó con su amigo. Tratando, entre otras cosas de la vida, del dinero pedido, Vicente cayó en la estratagema. La carta era falsa y había sido víctima de un timo de los muchos que “parece venía realizando por este me dio el aprovechado Francisco Asensio Barbero” (El diario de Murcia, 20 de agosto de 1891).
Las autoridades buscaban a Francisco por otro timo, en esta ocasión, en una tienda de comestibles de la calle de Ceballos (El Diario de Murcia, 19 de agosto de 1891).
Se busca: hasta en Logroño
El rastro de Francisco es difuso, como buen pícaro, saltaba de una provincia a otra, sin dejar demasiado rastro. La alerta de búsqueda que provocaba era reproducida hasta en la otra parte del país, de Cieza a La Rioja. El Boletín Oficial de la provincia de Logroño del 24 de agosto de 1891 solicitaba: “Habiéndose fugado de la cárcel de Cieza (Murcia) el preso Francisco Asensio Barbero encargo a los señores alcaldes de esta provincia, guardia civil, cuerpo de vigilancia y demás dependientes de mi autoridad procedan a su busca y captura, poniéndolo a mi disposición si fuese habido”, firmaba el gobernador de Logroño, Manuel Camacho. En esta ocasión Francisco había cambiado sus ropajes. La descripción lo coloca como una persona de estatura “regular”, “de 24 años de edad, pelo castaño, ojos muy hundidos, color bueno, algo picado de viruela, barba poca, cara estrecha, pantalón rayado, blusa azul, chaqueta negra, gorra y alpargatas”.
Ese agosto era de nuevo detenido por la guardia civil en las inmediaciones de la Estacíon de ferrocarril de Cieza. Pero este es solo un capítulo más en la vida del Lazarillo del Segura.