Leí ‘La insoportable levedad del ser’ a los 16 años, la Unión Soviética empezaría a cobrar un sentido distinto para mí. La primavera de Praga. Espero que le den pronto el nobel a Milan Kundera. Quizás sintió algo parecido Stanislaw Jerzy Lec, basando toda su vida en glorificar al gobierno soviético, llego un punto en el que ver a su Polonia ocupada no pudo sostenerle más, llegando a afirmar que «en la batalla de las ideas, muere la gente».
Y es que, irremediablemente, este imperialismo condena constantemente a cada persona. Siempre existirá un punto en el que nos aborden los tanques de las cercanías para colonizar ciertas partes de nuestra mente. Puede que nos haga sentir encadenados, movilizados por actos que no nos pertenecen, como decía el propio Lec: «La superpoblación mundial ha llevado a que en un ser humano viva mucha gente».
Incluso el propio Sartre llamaba Castor a Simone, quizás porque era la que ponía los diques a su fluir. Se ven candados en las verjas que evitan a la gente sumergirse en la afluencia del Danubio y el Sava. Una unión tan hermosa, y una prohibición impuesta por la cultura social en la que se vive. Como decía el propio Lec: «Inútilmente se esfuerzan por transformar este mundo de divino en humano».
Porque hay muchas barreras, autoimpuestas, la mayoría, que no nos van a hacer expandir y exprimir las sensaciones hasta sus últimas consecuencias. Porque te puedes sentir como Bill Murray en Lost in Translation, y aparece más pronto que tarde, una Scarlett que te lo trastoca. Frida aconseja que donde no podamos amar, no nos demoremos; donde no podamos fluir, no lo hagamos, y valoremos esas afluencias, que como decía el propio Lec: «No seáis modestos, no finjáis que sois leones».
Vamos a seguir magnánimos, es que acaso ¿puede un sueño estar equivocado? Paso firme entendiendo quienes somos. Paso confiado. Justo en esa afluencia, en Belgrado y toda la zona que la cuidad, antes de hacer lo más glorioso, echarse cerveza al estómago, se dice el siguiente mantra: živjeli, sevili oduševili. «Vive una larga vida, haz el amor, y sé feliz». ¿Algo más bonito se puede invocar en ese instante? Sigamos, que como decía el propio Lec:
«Del cielo despejado, un rayo repentino; así deben morir los optimistas.»