Y la pelota entró, por Diego J. García Molina

 Y la pelota entró

Es una certeza el hecho de que una entidad deportiva, en este caso futbolística, para poder mantenerse en la élite competitiva, necesita que la pelota entre, es decir, requiere éxitos en torneos nacionales e internacionales. Y también dinero a espuertas para poder acceder a la subasta millonaria por los mejores jugadores. Al final es un proceso que se retroalimenta, dado que para fichar los mejores jugadores necesitas mucha pasta, con buenos jugadores tienes más posibilidades de ganar trofeos, los cuales te proporcionan un caudal en efectivo de forma directa, y también indirectamente con ingresos por publicidad, reconocimiento, etc. El prestigio y la posibilidad de ganar títulos, históricamente, ha sido un imán para atraer a las estrellas del balompié; también que dichos equipos solían ser los que pagaban salarios más elevados. El problema empezó hace unos cuantos años, en ligas importantes (como la Premier League inglesa) y en ligas menos competitivas, aunque atractivas por tratarse de una potencia como Francia, cuando varios equipos fueron adquiridos por fondos de inversión controlados por teocracias árabes, como Arabia Saudí o Catar, u oligarcas rusos cercanos al poder, como Abramovich y su Chelsea – el cual ha tenido que vender de forma apresurada el club por miedo a las sanciones británicas tras la agresión bélica rusa en Ucrania y los vínculos de este con Putin.

El mercado futbolístico es una burbuja que no ha parado de crecer desde hace más de 40 años. Se pagan precios exorbitados, cada vez más altos, por jugadores que luego no dan el rendimiento esperado o se lesionan, resultando una inversión ruinosa para el club en cuestión. Cuando un club rompe el mercado pagando 200 millones de euros por un jugador, automáticamente, jugadores un poco menos valorados pasan a ser tasados en 100 millones, y por jugadores de medio pelo se piden 50 u 80 millones sin ruborizarse. Hasta ahora, dicha entidad deportiva sufría en sus balances estas malas inversiones, y hemos visto equipos históricos quebrar, empezar de cero, o sobrellevar una travesía del desierto de varios años ante la incapacidad financiera de fichar buenos peloteros; seguro que a todos se nos viene a la cabeza ejemplos de nuestra liga, y de otras: campeones de Europa en segunda división, equipos desaparecidos o en categorías regionales, etc. Sin embargo, los equipos del párrafo anterior distorsionan el normal desarrollo de la competición al desembolsar año tras año auténticas morteradas en fichajes y en salarios acaparando así el talento futbolístico. El inconveniente es que para ellos el dinero no es un problema, están dispuestos a invertir lo que haga falta para conseguir sus objetivos, y además de acumular pérdidas millonarias año tras año, incumplen las reglas de contención de gasto y límite salarial impuestas por la UEFA. El caso del PSG es el más claro y sangrante, mas como dijo el gran Quevedo: “poderoso caballero es don Dinero”. De hecho, resulta curioso comprobar que el Real Madrid es el único, de entre los grandes clubs europeos, que no acumula pérdidas en el último ejercicio.

A pesar de la sobriedad en el gasto y sobreponiéndose a todo, como diría el anciano del anuncio de los años 90, el Real Madrid otra vez es campeón de Europa. Ganada de forma justa y merecida tras enfrentarse a los equipos más poderosos de Europa, exceptuando quizás al Bayern de Múnich: París Saint-Germain, Chelsea (vigente campeón en ese momento), Mánchester City y Liverpool han sido sus víctimas, por ese orden. En el primer partido de cada eliminatoria, el Madrid puso la primera piedra del triunfo final: en París perdiendo solo 1-0 y gracias a un gol en el último minuto de Mbappé; en Londres apabullando al Chelsea 1-3 (hasta el mismo Touchel reconoció que no había eliminatoria tras ese partido) y en Mánchester metiendo tres goles al equipo de Guardiola para perder por la mínima 4-3. No obstante, en el partido de vuelta disputado en el estadio Santiago Bernabéu, estos grandes equipos consiguieron ponerse por delante en el marcador: nadie duda de la enorme calidad de los jugadores y de la buena dirección de sus técnicos. Sin embargo, como bien chapurreaba en italiano macarrónico el fallecido Juanito: “90 minuti en el Bernabéu son molto longo”. Y efectivamente así fue, el partido se les hizo demasiado largo a estos equipos; si lo unimos a la increíble forma física en que ha terminado la temporada el Madrid y a la confianza inquebrantable en sus posibilidades, encontramos la fórmula perfecta para las remontadas épicas que hemos vivido, especialmente la del City, cuando en el minuto 89 se necesitaba dos goles y consiguieron remontar.

Con respecto a la final, Carlo Ancelotti dio un recital estratégico a Jürgen Klopp anulando la mejor arma de este Liverpool, que no es otra que la presión alta, robo de balón, y contraataque, solo permitiendo jugadas en estático y tiros lejanos; contra un portero de la envergadura y calidad de Curtois es complicado anotar un gol en esas condiciones. Por el contrario, gracias a la calidad del centro del campo blanco consiguieron en varias ocasiones evitar la presión en propio campo del Liverpool llevando el peligro a la portería del cancerbero brasileño de los reds. En dos ocasiones consiguieron anotar gol, aunque una de ellas anulada por el árbitro. Así ha conseguido Vinicius Jr., el chaval de la eterna sonrisa, grabar su nombre con letras de oro en el club más grande del mundo. Con este título el Madrid aumenta su leyenda y dominio absoluto de esta competición; lo que no sabemos es por cuánto tiempo. De hecho, finalmente, ni el mago de los fichajes Florentino Pérez ha conseguido la ansiada contratación de la estrella francesa Kylian Mbappé y esta puede ser la dinámica de los próximos años, que los jugadores que destaquen terminen recalando en los equipos con mayor poder adquisitivo. Para el resto de equipos “normales”, la capacidad de competir dependerá de que la pelotita entre. En este caso para el Madrid, entró.

 

 

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