En la década de los 90 solo quedó el Cine Club La Linterna Mágica para mantener viva la llama del cine en la localidad
Antonio Balsalobre
Fue en 1897, hace ahora 127 años, cuando se proyectó por primera vez cine en Cieza. Alguien trajo un cinematógrafo de los hermanos Lumière, “ese maravilloso invento de la ciencia moderna”, como lo llamaron entonces, lo instaló en el patio de la casa del ebanista y tapicero sñor Izquierdo, en la calle Buitragos, junto a la antigua Confitería del Lorito, y previo pago de 30 céntimos, unos 40 curiosos pudieron presenciar la magia de ese artilugio prodigioso. En la oscuridad de la noche, desfilaron ante los ojos atónitos de aquellos primeros espectadores escenas de la vida real, con el lujo de detalles que procuran las imágenes en movimiento, acompañadas probablemente por la música de un piano, y tal vez también de un violín.
La sensación de realismo era tal que impresionó a los asistentes. La fascinación por el séptimo arte no había hecho más que empezar también en Cieza.
A principios de siglo XX, el cine, ambulante y viajero, debió de ser una de las mayores atracciones de las fiestas de los pueblos. A bombo y platillo anunciaba el periódico Eco del Segura en 1908, días antes del comienzo de la Feria de agosto, que habían comenzado los trabajos en el Huerto de los Frailes, sito en el Paseo Marín-Barnuevo, para la instalación del cinematógrafo.
Y no exageramos si decimos que ser “proyeccionista” era entonces una profesión de riesgo. Por aquellos años el material con que se confeccionaban las cintas contenía un alto grado de celulosa y cualquier descuido o calentamiento de la máquina podría derivar en incendio. Por eso, en 1911, ese mismo periódico hacía una curiosa advertencia a sus lectores: “Se ruega al público que aunque vea que arde la caseta que no huya porque puede haber disgustos como el año pasado”.
Nos dice la historiografía local que la primera sala de proyección estable que hubo en el pueblo fue la de Pérez Gálvez, un barracón situado en el Paseo, cerca del actual Juzgado. Allí, entre candilejas, acompañaban las películas mudas algunos músicos de la Orquesta de San Juan, cuyo director ejercía de lector. De hecho, muy pronto, el auge de este nuevo entretenimiento hizo que algunos empresarios empezaran a vislumbrar la posibilidad de construir edificios o de utilizar teatros ya existentes.
Ese fue el caso del Salón Azul, un edificio de corte modernista levantado en pleno Paseo, que en 1917 cambió su nombre primitivo por el de Borrás, tras el paso por Cieza de este famoso actor catalán. Luego surgió el Teatro Galindo, popular y ruidoso, construido en la antigua plaza de toros, y más tarde el Teatro Capitol, que se soñaba burgués y ostentoso, construido sobre la terraza al aire libre del cine Delicias.
No había llegado todavía por aquí el aire acondicionado, de modo que en las calurosas noches de verano el público prefería las proyecciones bajo las estrellas. Hasta bien entrados los años 70 se mantuvieron activas dos terrazas: la del cine Gran Vía, convertido luego en Pabellón Municipal, y la del cine Avenida, popularmente conocido como ‘Cine Morcilla’ por ser sus promotores propietarios de una empresa cárnica. También se llegó a proyectar alguna película en el Gato Azul.
Aquella fiebre por los cines de pueblo no duró mucho más. La televisión, que llevaba casi 20 años imponiendo su presencia, acabó por convertirse en hegemónica. Solo quedó entonces el Cine Club La Linterna Mágica para mantener viva la llama del cine en Cieza. Un cine-club creado en el seno del Club Atalaya, el Ateneo ciezano, en 1977, que llegó a tener una programación semanal en los años 80 cuando ya habían cerrado las dos últimas salas de proyección en el pueblo.
Pero una tarea tan colosal resultaba inabordable para una asociación cultural. Así que hubo que reinventarse. Y para paliar la ausencia del llamado cine comercial en esos momentos críticos, se creó en 1990 la ‘Semana de Cine Mágiko Ciezine’. Siete u ocho noches de verano en que se proyecta en el patio del Club Atalaya, al aire libre, una selección de lo mejor del año cinematográfico, reservando algún día para películas no comerciales de interés y, casi siempre, otro día para cine clásico mudo con acompañamiento de música en directo. Sin que hayan faltado espectaculares exposiciones cinéfilas y otros montajes plásticos sobre temas de actualidad.
Han pasado, es verdad, muchas cosas en estos 34 años que lleva en marcha, acudiendo puntalmente a su cita veraniega (si exceptuamos el año de la pandemia) esta fiesta del cine; y sin embargo, casi todo sigue igual.
Las mujeres y los hombres del Club Atalaya la siguen abordando con el mismo empuje, la misma ilusión, el mismo “quijotismo” (echando, eso sí, mucho de menos a los que ya no están). Se sigue anunciando con un magnífico cartel-mural elaborado por Félix Marín, y se siguen seleccionando las películas en los mismos debates intensos y siempre fructíferos. También siguen acompañándonos en el patio de proyección, bajo las estrellas, los decorados más variados: sociales, culturales, cinematográficos o reivindicativos. Y se siguen lanzando desde aquí gritos de horror e indignación contra la guerra, o clamando este año “por una Palestina Libre, por la Paz y por el fin del comercio de armas”.
La programación será, como siempre, en esta XXXIII edición, sugestiva y diversa, conjugando el cine comercial de calidad con el alternativo, con un guiño especial en esta ocasión a la música.
Así pues, del 15 al 22 de agosto, cuando con la llegada de la era digital se van vaciando las salas de cine y llenando internet de suscriptores de plataformas, se volverá a encender cada noche una cautivadora linterna mágica en el patio del club. La misma, para muchos de nosotros, que inundó por primera vez en 1897 de imágenes en movimiento nuestro pueblo.