«Vivir quiero conmigo», por María Bernal

“Vivir quiero conmigo”

“Vivir quiero conmigo”. Este es uno de los versos de la tan significativa y eminente Oda a la vida retirada de Fray Luis de León, hombre renacentista de la literatura española, que parece que predijo la vorágine de envidia que se iba a fraguar ahora, en nuestro presente, para escribir así un texto y dejar como legado lo que a día de hoy es el mejor manual para alcanzar un tipo de vida donde abunde más la felicidad.

Sin embargo, el hombre actual se queda a años luz de ese pensamiento crítico, reflexivo y tan erudito; primero, porque no está dispuesto a seguir la senda de los sabios; segundo, porque la humildad de aquellos siglos, incluso la de hace unas décadas, incluso la de las pocas personas del siglo XXI, se ha convertido para la mayoría en un simple espejismo que ven a lo lejos, pero por el que no hay el mínimo interés de intentar tocarlo y abrazarlo.

¿Nos hemos parado a pensar si es saludable el estilo de vida que ahora está de moda o resulta contraproducente? Aparentar, quedar por encima de, competir, aunque se suden gotas de sangre y destacar para estar en boca de todos, son algunas de las acciones del prospecto de un medicamento que toman muchas personas, haciendo caso omiso a las contraindicaciones. Y esto resulta peligroso, porque la sobredosis de estas acciones es cada día más evidente.

Vivimos en un mundo en que se tiende a normalizar todo,  pensando que cualquier acto es correcto. Sin embargo, no nos engañemos, normalizar es sinónimo de involucionar, y para esta enfermedad todavía no han experimentado con la vacuna.

Echemos un vistazo a esa vida de ensueño por la que muchos se dan hasta tortazos. Cuando se celebra un cumple, por ejemplo, tienen que ir los 25 compañeros de clase, sí o sí, salvo que el niño quede desplazado (porque también ocurre), pero es que también quedan invitados los padres para que puedan comprobar la fiesta colosal que se les prepara, haciéndole al cumpleañero un pedazo de regalo, sin ser conscientes de que lo único que se consigue es formar a personas materialistas.

Y así, los cumples, más que una fiesta de cumple, son comuniones y ahora las comuniones son bodas y las bodas han pasado a ser eventos apoteósicos en los que no sabes si estás acudiendo a un enlace matrimonial o a la entrega de los Óscar, ya que lo que importa son las fotos y el postureo, más que los propios sentimientos.

Pero volviendo a las fiestas de los pequeños, no se puede pasar de largo esa tontería irremediable que fluye en el ambiente, porque si normalizamos, entonces no hemos entendido nada.

Según mi filosofía de vida, no entiendo en qué momento aparentar y competir proporciona felicidad. Y es que me paro a pensar en la situación tan miserable que el destino les ha regalado a algunos de mis alumnos (historias que son para llorar) y me pregunto, ¿de verdad es necesario tanto materialismo para ser felices?

No pretendo ser aguafiestas, porque todos somos libres de hacer y deshacer a nuestro antojo, pero convendrán conmigo que cada vez el deseo de querer construir castillos sin la infraestructura adecuada se hace realidad, aunque ello suponga un sacrificio que puede salir caro. Caro, porque no se piensa en las consecuencias, sino que seguimos el efecto de reacción-acción. Y si se tratara de una necesidad, entendería que a veces hay que arriesgar para ganar.

Pero, ¿en serio creemos que vamos a hacer felices a los pequeños enseñándoles todo el poderío que los padres son capaces de derrochar? Me parece que no, que es el mayor error que se comete, porque como yo les digo a los alumnos: por desgracia, los padres no duran toda la vida “.

Por no hablar del nivel de competitividad social al que nos enfrentamos: en la escuela, en el instituto, en el deporte, en cualquier actividad extraescolar, en la que se les exige que tienen que ser los mejores. En serio, este estrés acaba tocando y hundiendo a los más pequeños que, en ese deseo de querer complacer todo lo que se les exige, acaban frustrados y sufriendo, y eso, permítanme que les diga no es felicidad.

Ahora más que nunca es momento de reflexionar sobre los versos de fray Luis de León; ahora más que nunca es momento de despojarnos de prejuicios, de habladurías y de todo lo que hagan los demás. Es el momento de “vivir libres de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo”, de todo aquello que nos enturbia y oprime el pecho. Solo viviendo con nosotros mismos, seremos libres, felices y sabios.

 

 

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