Vivir con esperanza, por María Moreno

Vivir con esperanza

Lo damos todo por sentado con tanta facilidad. Creemos tan de veras que tenemos el futuro asegurado que luego llega la vida y nos da un latigazo de realidad  para demostrarnos todo lo contrario.

Cuando decimos “mañana te diré algo” o “lo dejamos para la semana que viene”, simplemente confiamos en que será así, que no habrá nada que nos impida decir o hacer eso que posponemos tan a la ligera. Qué equivocados estamos.

Desde nuestra ventana, observamos la calle desierta y nos parece muy difícil de asumir ese paréntesis que la vida nos ha impuesto tan bruscamente.

Hoy nos parece inconcebible que ese estado de bienestar del que hasta ahora veníamos gozando, se pudiera disipar con tanta facilidad.

Vivimos aferrados a la creencia de que somos indestructibles. Pero cada cierto tiempo, la naturaleza se permite la licencia de ponernos a prueba y nos sitúa al límite de nuestras fuerzas para que comprobemos cuán vulnerables somos frente a ella.

A lo largo de los siglos, la humanidad se ha enfrentado a un sinfín de catástrofes naturales, plagas, pandemias, etc…que hacían presagiar el fin del mundo. No obstante, el ser humano siempre ha salido victorioso, aunque no indemne. Siempre se paga un peaje para seguir avanzando y, en esta situación en la que nos encontramos hoy, el peaje está resultando altamente doloroso.

Sin embargo, esta mañana he sido testigo de algo que me ha resultado esperanzador. Los árboles que hay en la acera, frente a mi ventana, estaban llenos de pájaros que cantaban. Un piar alborozado que contrastaba enormemente con el insólito silencio de la calle.

Y de pronto me ha venido a la memoria aquel poema de Bécquer que decía:

“Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar…”

Y no hay verdad más grande; por muy duro que haya sido el invierno, las golondrinas siempre vuelven en primavera. La vida es una rueda que nunca deja de girar. Más tarde o más temprano las cosas volverán a ser como antes, aunque la realidad presente se empeñe en hacernos creer lo contrario.

En este período de necesario aislamiento los días pasan tan iguales que han perdido hasta su nombre. Ya no se llaman lunes, ni martes, ni miércoles… Ahora todos los días se llaman ESPERANZA.

Vivamos creyendo en ella. Levantémonos cada mañana con la idea de que superaremos este trance y no dejemos que el desánimo se adueñe de nosotros.

Y cuando todo esto acabe, levantaremos la cabeza, nos sacudiremos las tristezas y continuaremos adelante. Y desaparecerá todo el miedo y la incertidumbre y respiraremos tan fuerte y tan hondo que la vida nos parecerá más bella todavía.

 

 

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