Versiones, según María Bernal

Versiones

El día a día de la gente es la versión de su existencia, una versión que es única e irrepetible, eso sí, susceptible de ser tergiversada al antojo de todo aquel que así lo desee. La especie humana nunca podrá salir de su asombro cotidiano si no es capaz de dejar de deformar la realidad a su gusto y semejanza.

Desde siempre, las personas han tenido la necesidad de contar aquello que les ha ocurrido y que no pueden albergar dentro por miedo a colapsar, desahogándose con toda sinceridad y buscando el apoyo de aquellos que puedan entender las distintas situaciones por las que pasan, ya que en lugar de creerse imprescindibles y el ombligo del mundo, escuchan y se ponen siempre en lugar de quién tiene un problema,  sin hacer leña del árbol caído, sino optando por restarle importancia a lo que verdaderamente no lo tiene.

Esta es la perspectiva, sin embargo, la realidad es otra. Vivimos en un mundo donde la gente no es capaz de entender que su versión no solo es la única y universal. Nos proclamamos defensores a ultranza de que hay que escuchar a todo el mundo y, cuando nos llega el turno, entonces hacemos un paréntesis y no queremos que nadie más cuente su versión.

Cuando se desencadena un conflicto entre dos personas, estas tienen su propia interpretación de los hechos. Cada cual va contando lo que ha sucedido a su manera, es decir, quitando y añadiendo información que la haga convertirse siempre en la víctima, para dar pena y para estar en boca de todos como la que no se merecía lo que le ha sucedido, tenga mayor o menor importancia, y sin saber si es del todo cierto lo que cuenta.

Muy poca gente es capaz de pararse a escuchar ambas versiones para decantarse por una u otra, o simplemente, para entender las razones que no tienen por qué posicionarse del lado de nadie, porque a fin de cuentas todo sucede por algo, y cuando es así, lo mejor es coger carretera y manta e irse por el lugar correspondiente, esquivando hacer daño a otros.

Pero no, nos gusta meter las narices donde no nos importa, nos gusta posicionarnos sin haber escuchado la otra versión. De hecho, en el momento en que nos enteramos de una noticia contada por boca de alguien, se tienen motivos suficientes, aunque no justos, para crear el bullicio de la chismería con el que pretendemos ser portadores de la única verdad aunque sea bajo la máscara de la mentira y bajo la espada del desconocimiento.

Luego están las personas que escuchan por conveniencia. Me hacen gracia esas que te dicen: “me han dicho…” Pero, vamos a ver, ¿quién te lo ha dicho? Dame nombres y apellidos para que pueda contarte yo lo que sucedió. Luego también están las personas que llegan y te sueltan: “Me ha dicho fulanico esto. Pero, por favor, yo no te he dicho nada”. Pero, ¿cómo que no me has dicho nada?”

Contar nuestra versión debe suponer  hacer un ejercicio de reflexión para pedir consejo de cómo actuar, y así solucionar cualquier conflicto de la manera más adecuada, y no, inventando falacias para atrincherarse en el bando de la razón, máxime si no la llevamos.

Cuando dos personas discuten por un motivo, no se pueden hacer juicios de valor sin tener las pruebas pertinentes. Y esas pruebas son una observación directa de la realidad. Es decir, el famoso “si no lo veo, no me lo creo” es lo que deberían aplicarse las personas del “me han dicho”, porque es así como se dejaría de malmeter y de hacer daño.

Contar un problema, un deseo o un logro se ha convertido últimamente en un ejercicio de riesgo extremo. Los problemas se tergiversan, los deseos se convierten en inalcanzables y los logros generan una inquina que afecta a la salud de las personas que no se alegran para nada de que otras hayan conseguido aquello por lo que tanto han luchado. Y sí, todo esto suele ocurrir a partir del momento en que decidimos contarle algo a alguien.

Lo correcto sería que cada persona, que va a ser destinataria de distintas versiones, escuchará por respeto y callara por honestidad, haciendo caso omiso al rumor que transita como el mensaje del teléfono roto y que, al final, acaba con la amistad de muchas personas.

 

 

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