Vergara Parra compara el panorama político actual con Julio Anguita

Don Julio

El escepticismo tiene mala prensa. Nuestra sociedad, gregarizada hasta la náusea, teme y desprecia, en proporciones casi idénticas, a quienes carecen de férreas convicciones. Reconozcámoslo. Los escépticos son duros de roer y resultan poco permeables a las consignas y a las embestidas de la ingeniería del pensamiento.

Nuestro mundo necesita tenernos bien inventariados y los versos sueltos no son fácilmente catalogables. La libertad, puesta al servicio de la búsqueda honesta de la verdad, es el mejor antídoto contra los miserables que hacen del odio y de la mentira un negocio doméstico.

No me siento afortunado pero, para ser sincero, mi incredulidad ha crecido considerablemente durante estos últimos otoños. Lo diré de otra manera. Los años han reducido considerablemente mis certezas aunque también se han hecho más consistentes. Desigual fortuna para mis dudas, que han aumentado más de lo deseable.

La política, que nunca me ha sido ajena, no se ha librado de esta catarsis  personal. No escasean las razones para desentenderse de los asuntos de la polis. Muchos, cada día, reúnen méritos suficientes como para que la cosa pública nos suscite incontenibles arcadas. Los principios ideológicos y hasta morales son sacrificados, una y otra vez, por pragmatismos ventajosos o unas malditas décimas en las encuestas. Miles de holgazanes, con una vida laboral inexistente, merodean los partidos en espera de una oportunidad. Muchos lo consiguen y harán lo que sea menester para no pasar frío a la intemperie. Y lo que es peor; legislarán sobre realidades de las que no tienen ni puñetera idea, erigiéndose en kamikaces de nuestros anhelos colectivos. Los principales líderes o lideresas rezuman una soberbia inaceptable y una ausencia radical de humildad. No pierden una sola oportunidad en sembrar una mezquina división en la ciudadanía o en arrogarse méritos ajenos. El foro político debería ser algo así como la catedral de la palabra, de la argumentación, de la persuasión, del respeto al adversario, de la verdad. Pero la mentira, el cinismo, la arrogancia, la maldad, el sectarismo y la ignorancia campan a sus anchas por el parlamento.

Sorprende, por incomprensible, que oleadas de fervientes ciudadanos, con inquebrantable fidelidad, acompañen a sus formaciones políticas de cabecera aunque estas digan hoy una cosa y mañana la contraria.  Detestable que muchos de nuestros representantes se vendan al poderoso y den la espalda a su pueblo. Despreciable que algunos se hayan desprendido de valerosos principios por intereses crematísticos. La política no es ajena a un mundo donde demasiados golfos copan demasiados tronos. Fantoches que no pasan de ser meros criados del poder real y que no dudarán en usar el instrumento de persuasión más eficaz y execrable: el miedo.

Entre tanta mediocridad, entre tanto estiércol, las estrellas, quizá las mareas, nos devuelven a seres con los que es posible recuperar la esperanza y volver a creer en la decencia. Porque la maldad se combate desde una bondad beligerante. No lo olviden.

Julio Anguita, Don Julio, es uno de ellos. Toda su carrera política fue un ejemplo de coherencia, honradez y férrea defensa de sus convicciones. Duro en el fondo y respetuoso en las formas. Decente y ejemplar. Supo que, para ganar, a veces tocaba perder aunque esa pérdida, ese quebranto aparente, apenas afectaba a asuntos mundanos y de muy relativa entidad. Antepuso, por encima de todo, la ética y la cohesión entre las ideas y los actos.  La política anda muy falta de referencias morales como Julio Anguita. Escuchar sus reflexiones es una delicia, un bálsamo entre tanta vulgaridad. Mas sus pensamientos no quedaban en el dogmatismo conceptual sino que los incorporaba a su vida.

Izquierda Unida, de la mano del Sr. Anguita, consiguió los mejores resultados de su historia, al alcanzar veintiún escaños y un 10,54% de los votos del Estado. La enfermedad, quizá el cansancio, le alejó de la primera fila y España perdió uno de los mejores políticos del siglo XX.

El que fuera brillante alcalde de Córdoba renunció a la pensión máxima que, por derecho, le correspondía por haber sido parlamentario. “Con la de maestro tengo bastante”; dijo. Un enésimo gesto de su inquebrantable sobriedad de espíritu.

De sobra sé que la actualidad anda ocupada con el cisma de Podemos, el ascenso de VOX y la pugna del centro-derecha por ver quién la tiene más grande. Uno anda en otras cosas pues esta actualidad solo me suscita desafección.

Del Sr. Anguita me separan algunas divergencias ideológicas; tampoco demasiadas, pero me habría gustado verle de Presidente del Gobierno. Albergo la certeza de que Don Julio habría tenido los bolsillos de cristal y se habría puesto del lado de su pueblo, singularmente del más humilde, frente al poder y al dinero. El miedo, naturalmente, habría sido desplazado por la justicia. Y esto, queridos amigos, no es poco cosa.

 

 

 

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