Vergara Parra analiza la cultura y la libertad

Pero………., ¿Para qué? He ahí la cuestión

He dicho alguna vez que las palabras, aún bien escogidas, son una torpe aproximación a realidades  complejas. Acomodar la palabra al concepto de modo que lo uno y lo otro, prácticamente, se confundan es el sueño de quienes amamos la palabra. Las ideas tienen matices, recovecos y caminos sinuosos de complicado tránsito para la palabra.

Cuando la idea a definir es pacífica, no sujeta a una especial dialéctica, el abordaje por la palabra resulta menos fatigoso. Por el contrario, hay cuestiones extraordinariamente controvertidas de cuyo pretendido significado intenta apropiarse una parte de la sociedad.

Pertrechado de una cautelosa osadía, les hablaré de dos conceptos de singular importancia: cultura y libertad. Tal es su valor que buena parte de nuestros males o conquistas dependen de cómo entendamos ambos conceptos. No debe sorprendernos que todos tengamos la tentación de erigirnos en únicos exégetas de sendas voces.

Acostumbro a bucear en el origen etimológico de las palabras pues nos revelan significados puros. Las palabras sobreviven, o mejor dicho, son esculpidas por la historia del pensamiento. Esa pureza inicial va cediendo paso a un mestizaje semántico que no es necesariamente nocivo. La voz ”cultura” proviene de la palabra latina “colere”. De entre los diversos significados del término latino me quedo con uno: “cultivar”. Los usos, costumbres y tradiciones seculares de un territorio son cultura. La suma de los conocimientos y habilidades adquiridas son cultura. Pero lo que en verdad me interesa es la palabra cultura en cuanto fruto, estableciéndose un maravilloso paralelismo entre la agricultura y la cultura. A toda cosecha le preceden la siembra, la poda, el riego, la luz y el alimento. Las manos ásperas y las arrugas en el rostro evidencian que aquellas se hundieron en la tierra y éste se expuso al sol y al viento. Sin trampas ni atajos; solo trabajo limpio y honesto. Y así ha de ocurrir en la pintura, la escultura, el teatro, el cine, la danza, el cante, la literatura, la música, las humanidades y cualesquiera otras expresiones del alma humana. Como ven, hablo de aquella parte de la cultura más creativa e indisciplinada. Porque culto es, ante todo, quien cultiva, de modo que sus habilidades e ingenio honren a su comunidad. De poco sirve la excelencia y los dones si no están puestos al servicio de los demás. La cultura podría ser como un oasis en el que la sombra agradecida de una palmera y el agua pura de su manantial dulcifican la dureza de nuestras particulares travesías desérticas. La cultura es una hermosa sublevación frente a rutinas, rivalidades, eficiencias, claudicaciones y demás prisiones del hombre. Mas también tiene sus enemigos que, por síntesis, reduciré a tres: la indiferencia, el intrusismo y la soberbia. Hay quienes la desprecian y la ven como un objetivo al que abatir. Algunos prostituyen su esencia y otros, altaneros y necios, creen pertenecer a un club  con derecho de admisión. Postulan éstos que la cultura, para ser verdadera, ha de estar al alcance de muy pocos y éstos, carentes de criterio, se dejan engañar inocente o voluntariosamente por impostores y mediocres.

Quien posea vastos conocimientos de arte estará en mejor disposición de valorar la pintura “Crepúsculo de Venecia” de Monet. Mas nada impedirá que un profano en la materia se maraville ante semejante genialidad. Esa es la grandeza del arte y de la cultura en general. Que nos hace reír y llorar, sentir y gritar. Que nos conmueve y nos remueve. Que agita conciencias y mitiga peligrosas certidumbres.

¿Qué podríamos decir de la libertad? Como dijo Cervantes, por boca del Hidalgo, “la libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los Cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Para ser honesto, poco podría añadir a esta imponente cita del genio alcalaíno. Aceptado el valor supremo de la libertad y, por ende, la conveniencia de vivir por y para ella, faltaría una cuestión no menor; acotar su significado.

A la libertad le ocurre lo que a la utopía, que por mucho que andemos tras ella jamás la alcanzaremos en su integridad. Mas en esa búsqueda radica el triunfo. Todos tenemos pequeñas y razonables servidumbres de las que no es posible ni conveniente zafarse. Forman parte de las obligaciones que, también desde la libertad, hemos asumido. Pero más allá de estos menesteres, a lo largo de nuestra vida nos toparemos con no pocas encrucijadas de cuya acertada o errónea elección, nuestra libertad saldrá fortalecida o dañada. No hay camino sin peaje. Habremos de decidir qué queremos en realidad y el coste que estamos dispuestos a pagar. ¿Queremos tener o ser? ¿Estamos dispuestos a hipotecar nuestro tiempo y energías por acaparar?, u ¿optamos por la sobriedad, liberando tiempo con el que amar, reír y hacer lo que en verdad nos reconforta? ¿Por qué no pulir nuestros defectos y ejercitar nuestros dones? ¿Cuándo dejaremos de representar un personaje y seremos nosotros mismos? ¿En verdad queremos aventurar la vida por la libertad?

Si nuestra búsqueda de la cultura y de la libertad es tan solo conceptual y no teleológica es que nada entendimos. ¿Libertad y cultura?; naturalmente que sí, pero ¿para qué? El gozo por el gozo es placentero pero efímero e inconsistente. Cuando no es la verdad lo que se persigue se producirá una paradoja; el hombre claudicará ante ella y buscará refugio en un lugar seguro en el que aplacar su angustia. Mucho debemos al positivismo liberal de la segunda Ilustración (la primera fue la de la Sofística). Pero ese liberalismo admitía la empírica como único principio de conocimiento, negando todo valor a la metafísica y a la Fe. Si como Kant mantuvo la moral es absolutamente autónoma, la libertad solo tendría como límites la libertad de los demás y en eso consistiría su definición. Insisto. ¿De qué nos vale la libertad si en verdad no nos libera? Lo que libera es la Verdad pues la libertad es un medio y no un fin en sí misma. En lo que a mí concierne, la libertad y la cultura deben ser testimonios de lo mejor de nosotros, en beneficio de la sociedad y como actos de amor a Dios. Ésta, como otras, no es más que una opinión que no ha de ser necesariamente compartida. Si no han caído en la cuenta les diré que cada semana, en este mismo semanario, pongo mi limitada cultura al servicio de la libertad para decir cuánto siento. Creánme. No es poca cosa.

 

 

 

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