Mía, nuestra
Recuerdo, estando en la mili en Vitoria, el cejo fruncido de un compañero navarro cuando tras preguntarme de dónde era le dije que de Murcia. Perdona, me apuntó educadamente, dónde está exactamente Murcia, solo sé que está de Madrid para abajo. Lo más sorprendente es que este soldado de remplazo pamplonés era médico. Han pasado cuatro décadas desde entonces y durante este tiempo hemos estrenado autonomía y avanzado como comunidad en esa búsqueda incesante e histórica de encontrar nuestro lugar en el mapa y en el mundo. Pero también patrocinado galas casposas de promoción, dejado languidecer el Mar Menor o protagonizado esperpénticas operaciones de corrupción o transfuguismo que nos desdibujan en la cartografía sentimental de la ética y la estética. En cualquier caso, siempre me quedaré con lo que decía Séneca en sus ‘Cartas a Lucilio’. Y a quien me permito parafrasear. No amo a mi patria porque sea grande ni perfecta, sino porque es mía, nuestra. Aunque con retraso, Feliz día de la Región.
Costes
Algunos echan de menos aquella política de inacción de Rajoy que, entre otras cosas, desembocó en el referéndum ilegal con que lo ningunearon los independentistas catalanes. Yo no. Gobernar es llevar la iniciativa, asumir riesgos, tomar decisiones difíciles que pueden llevar consigo elevados costes políticos personales. No esperar a que sea la justicia la que tenga que venir a sacar, siempre traumática y transitoriamente, las castañas del fuego. De modo que tras el desgarro del procés, esa herida abierta en Cataluña que, no lo olvidemos, Puigdemont y Junts no quieren cerrar, quizá sea hora de iniciar una nueva etapa. Desde luego que no va a ser fácil y nada está garantizado, pero…“Me preguntan por los costes, argumenta Sánchez. Nunca ayudar a resolver los problemas puede representar un coste. El coste para el país sería dejar las cosas como están, enquistadas”. Nada que añadir.
Corrupción al cuadrado
Coup de théâtre. La investigación del caso Kitchen ya tiene rostro político: María Dolores de Cospedal. Exministra de Defensa y ex secretaria general del PP. La ha imputado el juez, junto a su marido, por presuntos delitos de cohecho, malversación y tráfico de influencias en la trama “parapolicial” urdida para espiar a Bárcenas. Para arrebatarle en realidad documentación comprometida por partida doble. Contra ella y contra altos dirigentes de su partido. Quien mejor nos ha explicado este embrollo de espionaje orquestado en las mismísimas cloacas del Estado ha sido Edmundo Bal. Se trata, asegura, de «corrupción al cuadrado», ya que es «una trama de corrupción intentando tapar otra trama de corrupción». Mientras tanto, en Ceuta, Casado se niega a contestar preguntas sobre corrupción al tiempo que los militantes del PP abuchean a los periodistas. ¿De verdad, no tiene nada que decir de la imputación judicial de quien lo aupó en las primarias?
Rojas señales
Al día de hoy, África ha vacunado solo al 2 % de su población, cuando para alcanzar la inmunidad colectiva mundial se necesitaría llegar al 80 %. Este escalofriante dato estadístico debería ponernos los pelos de punta pero apenas si nos produce, como tantas otras calamidades, una leve palpitación del alma, o ni siquiera eso. La OMS se desgañita pidiendo a los países más avanzados que compartan sus existencias de vacunas con los más pobres. Inútilmente. Pues al igual que muchas otras voces que claman contra la desigualdad, son éstas, parafraseando a Neruda, rojas señales lanzadas sobre ojos ausentes. Y sin embargo, aunque solo fuera por egoísmo antropológico y no por solidaridad humana como tendría que ser, deberíamos llegar a la conclusión de que la ausencia de vacunas en los países pobres es un peligro para el mundo. O nos salvamos todos o corremos el peligro de que aquí “no se salve ni Dios”.