Una mirada a ‘Calasparra, arroz, arte y color’

En la exposición participaron 16 integrantes de la Asociación Artistas de Cieza

Rosa Campos Gómez

Cuando desde las Artes Plásticas se elige a la agricultura para ser representada, puede surgir un producto artístico que, como en este caso, busque introducirnos en una cultura que ha ido río arriba hasta hallar el lugar más fértil para quedarse.

Así, el arroz de Calasparra -con Denominación de Origen Protegida desde 1986, primero en conseguirlo en España-, que pone sustantivo adjetivado a la villa situada al noroeste de la Región de Murcia, más la tierra donde se siembra y se siega, ha sido el núcleo temático de la exposición que 16 integrantes de la Asociación Artistas de Cieza han llevado a la Casa de Exposiciones municipal.

‘Calasparra, arroz, arte y color’ es el título que reúne los trabajos con los que se incide en comunicar desde las artes visuales centradas en la pintura -óleo, acrílico, acuarela… -y algunas piezas escultóricas -metal, alabastro, madera-.

De todo ello hablan las obras de Ana Buitrago Martínez, Ángeles Sáez, Antonia Fernández, Antonio Buitrago Puche, Antonio Moreno, José Antonio Lucas, José Ato, M. Pilar García, José Víctor Villalba, M. J., Sánchez Dato, Mariano Rojas, Pedro Avellaneda, Rafael Torres, J. de Patarato, Jesús Moreno y Vanessa Rojas, citados por orden alfabético como figuran en el tríptico editado, del que extraigo el siguiente fragmento:

“A través de la pintura, se pretende destacar la serenidad de los campos de arroz, el reflejo cambiante del cielo en el agua, y la armonía de los ciclos naturales que marcan el ritmo de este cultivo milenario. Los juegos de luz y color sobre los vastos arrozales, junto con la riqueza de texturas y la quietud del entorno, ofrecen una ventana a la belleza oculta de un proceso agrícola, que más allá de su función productiva, es una obra de arte en sí mismo.”

He tenido la posibilidad de preguntar a dos participantes de esta muestra, José Víctor Villalba, que en su pintura simboliza a los ‘Arrozeros’, nos dice: “lo que buscamos es empatizar con el pueblo donde exponemos, y en el caso de Calasparra es muy evidente, sus paisajes, su tradición y su esencia a través de lo más emblemático, sus arrozales. Mi obra en concreto la centro más en la figura del trabajador, porque sin su esfuerzo este paisaje característico no existiría”; y M. J. Sánchez Dato, que con el título ‘Arrozales mecidos por el viento’ ya preludia un contenido poético, del que dice: “lo que he querido transmitir es la emoción sentida en el recorrido que hace la mirada por el lugar (al que fui e hice varios bocetos), representar desde lo abstracto ese sentir que perdura y cala aunque ya no estés delante, lo que conmueve desde el recuerdo”.

El sentimiento poético se puede percibir en todas las obras expuestas: el esplendor húmedo de las “cajas de arroz” parceladas en armónica geometría, en atractivas, enérgicas, sugerentes abstracciones, en la expresión figurativa de los arrozales con su entorno montañoso, agricultores sembrando…. Paisajes plenos de vida vistos en magnitud hasta el margen del río, en panorámica, bajo el puente que sobre el Segura se alza, y el Cañón de Almadenes que al agua que lo ha regado abraza.

Breves apuntes sobre el arroz de Calasparra

El origen del cultivo del arroz en esta zona de montaña se remonta a la época árabe. Los agricultores, siglo tras siglo, año tras año, han ido perfeccionando y adaptando sus técnicas de cultivo al singular enclave geográfico en el que se ubica el Coto Arrocero, bordeado por la Sierra del Molino y regado por las aguas del Segura y su principal afluente, el Mundo, que lo dotan de unas particulares propiedades climáticas y fluviales conferidas por una altura alrededor de 450 metros sobre el nivel del mar, que hacen que el proceso de maduración del grano de las variedades aquí cultivadas (Bomba y Barilla) sea un 30% más extenso que el de otros arroces, y por el agua limpia y renovada de ambos ríos que proporciona alta calidad en nutrientes, textura y sabor; y que, además, permite la conservación de la diversidad biológica, por lo que este espacio forma parte de la Red Natura 2000.

Cabe decir que, para no esquilmar la tierra en la que nace, se alternan rotativamente los años de siembra con otros cultivos que aportan alimento y recuperación, J. G. Sánchez Llorente, Archivero Municipal, da unas fechas precisas: “De mayo a octubre, arroz. De noviembre a junio, trigo. De julio a abril, leguminosas (habas, vezas, yeros, etc.). Este ciclo se cierra a los dos años, de manera que las tierras descansan del cultivo del arroz durante un año”.

Cuando el arte y la agricultura se unen, con todo lo que estos dos pilares representan en la historia de los pueblos, la cultura se revitaliza, propiciando necesarios encuentros para la sociedad en la que vivimos, generando relaciones que nos hacen crecer, y desde las que valorar lo próspero y bello que anida en lo creado se hace fácil.