Un niño normal, microrrelato de Elena Sánchez

UN NIÑO NORMAL

No escucha ningún sonido del otro lado de la puerta, pero sabe que Josefina está en casa. Ha oído pasos en el descansillo, el tintineo de las llaves y el ruido de los engranajes de la cerradura. Marcos vuelve a tocar el timbre con insistencia. Le gusta ir a jugar a casa de Josefina. Tiene montones de juguetes que almacena en cajas de cartón. Su preferida es una con imágenes de leones impresas en el exterior. Dentro están los superhéroes, soldados con fusiles de asalto, dinosaurios y algún que otro playmobil. Los han ido dejando allí sus nietos, que solían pasar varias tardes a la semana con ella, antes de que se hicieran mayores. Ahora apenas vienen. Por eso Josefina se alegra de verlo cada vez que llama a su puerta. Hasta esa tarde que parece distraída y no le presta mucha atención.

―¿Sabes que en el colegio te puedes conseguir muchos puntos? ―La verdad es que no, Josefina no lo sabe. ―¿Qué clase de puntos? ―pregunta.

―Puntos buenos. Te los dan por hacer cosas. Hoy me he conseguido tres puntos por no interrumpir al profesor cuando explicaba. ―¿En serio os dan puntos por eso? ―No puede evitar sorprenderse a pesar de que muchas veces se dice a sí misma que estos son otros tiempos y que ahora la forma de educar es distinta.

—Pues claro. Y también te los consigues si no hablas con los compañeros mientras haces las tareas en clase y si no te sales de la fila al entrar a clase y salir al patio. Si te consigues muchos puntos en un solo día —continúa explicando— vas a ser el responsable de la clase. ―Aunque intenta prestar atención a Marcos, no deja de pensar en todo ese asunto de la imputación de su hijo. Se trataba de un error administrativo, es lo que le había dicho antes de los registros y la toma de declaraciones. —¿Te he dicho que me va a tocar ser el responsable de la clase? ―vuelve a insistir.

—¿Qué has aprendido hoy en el colegio? —le pregunta Josefina―. A Marcos no le gustan ese tipo de preguntas, las que le pillan por sorpresa, sin una buena respuesta preparada.

—Sergio hoy me ha hecho sangre. Te lo voy a enseñar ―dice mientras se sube el pantalón hasta la rodilla―. ¿Lo ves? ―Josefina observa unas costras de sangre seca que están a punto de desprenderse. Deben llevar allí varios días.

―¿Estás seguro de que esto te lo has hecho hoy?

—Sí, me lo ha hecho Sergio y también me ha dado una patada. Y antes de eso, me ha llamado tonto, eres un tonto y un imbécil, es lo que me ha dicho. Luego me ha dado la patada y después me ha hecho sangre.

—¡Vaya! No entiendo cómo pasan esas cosas entre vosotros.

—¡No te das cuenta! —exclama― No es normal. Ese niño no es normal, todo el mundo lo sabe. Y además, no va a tener amigos. ―Josefina se vuelve a sorprender, no deja de hacerlo con los chicos de hoy en día, ¿es normal que a esa edad se pueda hablar así, sin el menor atisbo de duda? Pero a Marcos le gusta hacerlo precisamente así, con la misma seguridad con la que habla el último ganador de MasterCher Junior.

Cuando suena el timbre, piensa en cómo ganar algo más de tiempo.

―Josefina, ¿quieres que te haga un dibujo? Te voy a dibujar en tu casa de la playa. ―Sabe que los dibujos despiertan su interés. ―Mamá, ¡le estoy haciendo un dibujo a Josefina! ―grita cuando escucha la voz de su madre en el pasillo.

Como en otras ocasiones, Josefina insiste en que se quede más tiempo. Para ella no es una molestia. Le agrada tenerlo en casa. Ahora que sus nietos han crecido ya no la visitan tanto como antes. Y su hijo evita quedarse a solas con ella. Pero eso es algo que prefiere no comentar.

―Estamos preocupados ―dice la madre de Marcos―. Su padre viene de una reunión en el colegio con la orientadora. Ya nos habían avisado del comportamiento que estaban observando en Marcos. Había pegado, en varias ocasiones, a alguno de sus compañeros. Cuando hablábamos con él siempre lo negaba, decía que eran los otros chicos los que iniciaban la pelea y cuando trataba de defenderse lo acusaban injustamente. Cada vez que hablamos del tema se le veía muy afectado, acababa llorando. Decidimos no darle más importancia. Pero esta mañana se ha olvidado el almuerzo en el coche y me he acercado al patio del colegio, donde esperan en fila antes de entrar a clase. Yo misma he visto como golpeaba a uno de sus compañeros. No me he acercado ni he intervenido, quería ver lo que sucedía. A la vuelta, cuando le he preguntado, lo ha negado todo. Decía que me lo estaba inventando. ¿Es eso normal? He oído claramente como lo insultaba. Eres un tonto y un imbécil, le ha dicho antes de golpearlo. Luego, cuando la fila ha empezado a moverse, le ha empujado. El chico ha caído al suelo al subir unos escalones. En ese momento, un profesor se ha acercado. Más tarde, nos han vuelto a llamar del colegio. ¿Te das cuenta, Josefina? ―pregunta sin saber muy bien a qué se refiere―. Hasta hoy todo parecía normal.

Su hijo le había negado su participación en todo aquel asunto cuando habían aparecido las facturas falsas. Ella se había enterado a través de la prensa. “Mama, cuentan lo que les interesa. Quieren que seamos otros los que paguemos los platos rotos”, le había dicho.

¿En qué momento ―lo que viene sucediendo con regularidad― deja de ser normal? Quizás el tiempo con su avance constante e invariable, sin pararse a discriminar entre lo insustancial y lo grave, acaba envolviendo bajo una capa de aparente normalidad aquello que en otro momento hubiéramos reprobado. Todo llega a ser normal. ¿En qué momento se rompe con esa normalidad? De no haber sido su hijo, habrían sido otros los encargados de organizar el entramado de facturas falsas. No habrían faltado interesados, ya fueran directivos, empresarios o emprendedores altamente motivados. ¿Era eso lo normal?

Elena Sánchez Hernández

 

NOTA

Debido a un error de transposición tipográfica este microrrelato, que ha sido publicado en el último número impreso de Crónicas de Siyâsa, aparecía con la carencia de algunos guiones de diálogo lo que podía inducir a confusión por parte de los lectores. Disculpen por las molestias.

 

 

 

 

 

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