Un mundo feliz, por Diego J. García Molina

Un mundo feliz

Uno de los elementos básicos para ganar una batalla o una guerra es la sorpresa. Sobre ello podrían hablar largo y tendido grandes maestros de este arte como Sun Tzu, Alejandro Magno, Julio César, Napoleón o Clausewitz. La posibilidad de una agresión por parte de Rusia a Ucrania, realmente estaba ahí desde hace años, desde Maidán, y se convirtió en certeza cuando Putin movilizó más de 100.000 soldados a lo largo de la frontera de este país, por lo que los ucranianos estaban preparados, en la medida de lo posible, para resistir, y están incluso dispuestos a dar la vida para defender su libertad. En aquel país todavía se recuerda el efecto que tuvo el paso del ejército nazi en su Blitzkrieg (guerra relámpago) contra la Rusia comunista de Stalin, y la posterior reconquista por parte del ejército rojo; la ciudad de Jarkov sufrió hasta 4 batallas desde 1941 hasta el 43 cuando fue reconquistada de forma definitiva por los rusos. Nos encontramos, pues, en la sexta semana de una invasión que todos los expertos auguraban breve, unos cinco días máximo aguantaría Kiev. En los primeros días de guerra se empezó a vislumbrar los efectos de un conflicto bélico, con muertos en combate, al menos 25.000 y los desplazados, cuantificados en 11 millones. Imagínense tener que dejarlo todo de un día para otro, coger la familia y lo que puedan cargar y huir de su ciudad, de su hogar. Enternecedoras fueron algunas imágenes de niños cargando con sus mascotas pues no quisieron dejarlas atrás a una muerte segura.

Por añadidura, las circunstancias del combate, aunque cerremos los ojos para no verlo, impone escenas escalofriantes. Además de los bombardeos en ciudades sobre la población civil, el miedo, la tensión, la incertidumbre de estar vivo otro día llevan a muchos soldados a olvidar la propia condición humana y llegan a torturar, violar, asesinar y ejecutar a sus semejantes, incluso civiles desarmados e indefensos. Eso es la guerra, no lo olvidemos, incluso en el siglo XXI. La desgracia de un enfrentamiento bélico a gran escala y sus consecuencias afectará a millones de personas que quedarán marcadas por el odio de por vida, con traumas que a su vez generarán más dolor y odio en otras personas al consumar una justificada represalia, comenzando así una nueva espiral de odio y venganza que perdurará décadas. Hemos vuelto a tiempos olvidados en Europa (sin contar la fratricida guerra de los Balcanes), aunque se trate de algo prácticamente inherente a otros lugares como el África subsahariana, oriente medio, o Hispanoamérica. Necesitamos un mundo nuevo para todos, como el que tenemos o queremos para nosotros en este momento, un mundo de paz y amor, de unicornios de colores y ositos de peluche, un mundo de tranquilidad y seguridad para nuestros hijos. No es ninguna tontería, el futuro será así, o no habrá futuro. Un planeta en constante confrontación y enfrentamiento solo puede terminar de una manera: con la destrucción de la especie humana, o como poco, una involución a una sociedad preindustrial, ya sea por una hecatombe nuclear, por una pandemia mundial crónica y mortal, u otro motivo. Algo muy lejano hace no pocos años, pero totalmente factible y de actualidad. Todavía no hemos salido de la pandemia que ha matado a millones de personas y que ha contagiado a 100 veces más, aunque estas han sobrevivido al virus. Imaginen por un momento que el virus que tuvo como punto de origen Wuhan, donde casualmente hay un laboratorio del gobierno chino que ha manipulado genéticamente virus contagiosos, hubiera sido mortal de necesidad, tipo ébola o alguno de diseño con tal propósito. O que Putin se vea acorralado o con el objetivo de finiquitar la guerra con su vecino decide usar armamento nuclear. La posibilidad de un futuro apocalíptico ha sido reflejado en multitud de novelas y películas sobre todo en los años 60 y 70 (inolvidable aquella escena de Charlton Heston ante la estatua de la libertad maldiciendo las guerras); no obstante, la inutilidad del uso de este tipo de armamento por la certeza de la destrucción mutua y los sucesivos planes para la no proliferación de armas nucleares, reduciendo el arsenal de las grandes potencias, hizo olvidar el peligro. No obstante, la amenaza está ahí. En un mundo cada vez más alienado y alineado en dos bandos antagónicos no son pocos los países que poseen submarinos capaces de situarse en el puerto de Barcelona, por ejemplo, y lanzar un misil con cabeza nuclear imparable. Y a ver a quién le echas la culpa si el agresor no se revela ya que son cada vez más los países con este tipo de armamento, entre ellos nuestros vecinos del sur y enemigos en constante tensión Marruecos y Argelia, quienes adquieren el más modernos armamento que les suministra Estados Unidos y Rusia, respectivamente. No hace falta recordar que la venta de armas también es un negocio estatal.

La sociedad de naciones que surgió tras la primera guerra mundial propiciada por uno de los 14 puntos de Woodrow Wilson, presidente norteamericano entonces, no logró evitar la tragedia de la segunda guerra mundial, el mayor conflicto bélico que ha sufrido la humanidad. Las Organización de las Naciones Unidas, nueva asociación de estados surgida en 1945 para intentar resolver conflictos, también se ha visto impotente a lo largo de los años para garantizar la seguridad de nadie. Ni siquiera en propio suelo europeo, como pudimos ver en la antigua Yugoslavia o ahora en Ucrania. Se habla del papel de la Unión Europea o de la OTAN pero es que nadie llega siquiera a insinuar que la ONU podría hacer algo, a pesar de ser su principal cometido; todo el mundo da por hecho que es un elemento inútil en las relaciones internacionales. Por no hablar de su nulo compromiso ante otras situaciones como puede ser la dictadura hereditaria de Corea del norte, la cubana, el genocidio del pueblo uigur por parte de la dictadura comunista China o la guerra de Siria. La pregunta, entonces, es, ¿qué se podría hacer? Yo lo tengo claro y así lo he ido esbozando en otros artículos. Lo primero, abandonar la ONU; donde estén países que no respetan los derechos humanos y con poder de veto sobre cualquier resolución que intente poner soluciones no es posible trabajar por la seguridad común. Y si, intentarlo de nuevo, crear una nueva alianza de naciones con una máxima: si vis pacem, para bellum, es decir, si quieres paz, prepárate para la guerra. Dicha alianza se comprometerá a actuar únicamente de modo defensivo, nunca atacará a terceros países a menos que uno de sus miembros sea agredido. Tampoco actuará con la hipocresía actual que financia a autocracias y dictaduras mientras obtiene jugosos beneficios comerciando con ellas. Solo aceptará como miembros a democracias plenas donde se respete íntegramente la declaración universal de los derechos humanos. Y en el caso de que un país tienda a involucionar violentando alguna de sus condiciones la alianza intervendrá de forma automática, como pudiera ser en un golpe de estado, una intervención externa, o el menoscabo de alguno de los requisitos básicos, como cercenar la prensa libre, la independencia de la justicia, etc. ¿Qué tiene inconvenientes y no va a funcionar? Es posible, mas lo seguro ahora mismo es que el status quo actual tampoco es útil, y nos lleva a desastre. Mejor probar algo distinto.

 

 

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