Tres historias, por Pep Marín

Tres historias

Al abuelo viejo, al bisabuelo, le falta un huevo desde hace más de 60 años, cuando un “policía” con muy malas pulgas le propinó una patada en la entrepierna sin venir a cuento y por sorpresa. Una patada por gusto y sin filtro, una patada de oportunidad. El abuelo viejo organizaba en el local de la asociación de vecinos, allá por los años 60, sesiones para enseñar a leer y escribir a personas que no habían tenido esa oportunidad en la vida por hache o por be, además de un club de lectura para principiantes. Alguien quiso ganar algún mérito infernal denunciando a la policía esas reuniones no diciendo la verdad, sino inventando un relato en el que decía que en esas citas vecinales se lavaba el cerebro a la gente en pro de una causa muy distinta a la que había en aquel momento. El resultado: patada en los huevos y un huevo menos.

La vida siguió con un mentiroso más impune, sin ningún tipo de sentimiento (al saber que su vecino había perdido una parte de su cuerpo por una mentira de su cosecha y no “tomar ni conciencia”), y con un “policía” futbolista impune condecorado por su maestría en los lanzamientos de penalti a puerta vacía.

Anteayer, el abuelo viejo escuchó y vio unas declaraciones de Juan García Gallardo, exvicepresidente de la Comunidad de Castilla y León, declaraciones que salían de su boca en blanco y negro, brazo en alto y rostro impenetrable, y el hombre entró en modo pánico. Se le vino encima la imagen de aquella bota golpeándole, aquellos ojos locos. Conexiones eléctricas neuronales que daban lugar a remembranzas sin que nadie las pidiera. Discursos pedagógicos dados desde un sofá de terciopelo verde bajo un cielo raso estrellado, sin estorbos, cuando ya ha anochecido, dirigidos a la juventud. Los españoles, la patria, la paz y la prosperidad. El carácter combativo, también generoso, en pro de una idea común acogedora y amigable, robusta, tradicional, sin aditivos, antes de hacer una señal situando la cabeza en sentido oblicuo y elevándola ligeramente. Luego una mascletá de disparos. Más tarde tierra encima.

El abuelo viejo, ante los ojos de una parte de la familia que se encontraba en casa, salió corriendo como un alma en pena hacia la chimenea y abrió la portezuela de un zulo, para entrar en él como ya hiciera junto a su padre después de la guerra.

Ya nunca más salió.

Cuando el actor entra a escena e intenta que no se le vea el plumero, escondiéndose tras el mismo, un penacho de plumas gigante y colorido que pareciera de un pavo real, los espectadores, en la oscuridad del patio de butacas gritan y gritan, y se echan hacia delante en sus asientos del teatro señalando con el dedo el plumero, entusiasmados como niños corriendo tras una lagartija. ¡Se le ve el plumero! ¡Se le ve el plumero! Más difícil todavía es intentar que no se vea un plumero siendo uno/a mismo/a un plumero. Aunque se podría disfrazar el plumero y pasar por ser otra cosa. Un gato.

Ah, pues sí.

No parece ser el caso, entre otros, del juez que lleva el vodevil del Fiscal General del Estado a tenor de los tiempos de reloj y las prioridades dadas a la hora, no de reloj, de ir citando a declarar a las personas que tienen que ver con la telenovela. Lo de Juan Lobato del partido socialista fue, en el plano espacio temporal pornográfico que nos ocupa, una especie de eyaculación pre-precoz con la sola visión de un calcetín con un tomate por el que asomaba un dedo gordo cuya uña estaba pintada de negro. Pim pam pum. Una estrella fugaz. Pida un deseo. ¿No se le advirtió a este hombre que no viniera ordeñado? A los juzgados hay que ir sin ordeñar, es unas de primeras premisas a modo de advertencia que los/as abogados/as defensores/as dicen a sus clientes. La historia judicial es prueba viva de ello, te puedes venir abajo por una simple citación.

Hemos de traer al folio que el juez Hurtado, en un caso casi sin efectos secundarios para la vida política y judicial, como tantos, quedó en solitario defendiendo que el Partido Popular nunca debió ser condenado por beneficiarse económicamente de la trama Gürtel y que Mariano Rajoy ni siquiera debió comparecer como testigo. Democráticamente, no lo veía así. Mala pinta esto. Malas sensaciones. Comidilla para las ideas de oscuras intenciones. Ideas, ¡oh, qué cosa más mala!. Aquí la denuncia cae y la recoge en brazos un juez o jueza. Da igual que se le haya visto al juez o jueza el plumero anteriormente, está en el bombo, en el maravilloso universo del perrito piloto.

Sin ir más lejos, hay jueces que archivan causas y en la puerta de enfrente se admiten las mismas causas, dentro de un mismo tribunal con puertas de distinta naturaleza: penales, civiles, tomateras. ¿Saben ustedes que en altas instancias judiciales el acento es ciezano? Así que el juez de lo Penal le dijo al juez de lo Civil: Acho, ¿cómo admites a trámite ese potajico si yo ya lo había inadmitido? A lo cual el otro respondió: Porque me sale la punta el pijo.

Buenas razones nunca faltan.

Cuando la persona que llevaba en brazos la caja con el guion de la película: Corteza de kiwi en la Fiscalía, abrió sin llamar a la puerta del despacho del juez, éste encontraba subido a un toro mecánico que giraba medio endemoniado a ritmo de no rompas más mi pobre corazón. No faltaba el sombrero y la camisa estilo Texas. Ni las botas de cuero ni el pantalón vaquero desgastado. La funcionaria que traía los documentos ni se inmutó viendo la escena, sabía lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Lanzó la caja al aire y los folios salieron volando por el despacho que parecían un jolgorio de palomas de la paz. Luego se marcó un tacón punta al ritmo de la canción y se fue bailando consigo misma agarrada a un Gardel imaginario.

Nuevo récord, señalaba el contador del toro mecánico. Dos minutos y treinta y seis segundos, seguida de una ovación enlatada.

Al bajar de un toro mecánico la parte del cuerpo humano que más suda es el capullo en general, o el papo en general. Así que el juez escogió al azar un papel del suelo. Leyó: Miguel Ángel Rodríguez…bla, bla, bla. Y volvió a lanzar el papel al aire. Cogió otro papel del suelo. Entonces hizo unas llamadas. Casi en menos que canta un gallo ya estaba la policía en el despacho del Fiscal General del Estado investigando hasta posibles chips en las tazas de los váteres de los aseos adyacentes al despacho. Otro fiscal, que había terminado recientemente de defecar y que se estaba lavando los pies, dijo que en ese otro váter era posible que quedaran señales y que eso “no lo hacía toda una fiscal”, manipular con sus manos la taza, coger papel higiénico para limpiar las cuatro gotas amarillas que se habían quedado pegadas de una anterior meada reciente, para sentarse a gusto y sin notar la humedad de ese líquido en el muslo. Primordial para la investigación.

El señor de las gafas redondas y Fiscal General del Estado había caído en la trampa, parece mentira. Tras varias sesiones de toro mecánico y sudadas de capullo, el juez ha citado a declarar por fin a Miguel Ángel Rodríguez como testigo, pero no como a Juan Lobato del PSOE, sino con tiempo, de reloj, para que haga deporte en las vacaciones de Navidad y aumente su musculatura social de apoyo a la noble causa de exhalar humo, el humo de la tradición y acuda, por supuesto, en calidad de no ordeñado. Las expectativas de que algo pase y ponga las cosas en su sitio con respecto a Ayuso y su pareja son muy escasas, esto hay que tenerlo muy en cuenta. Sin embargo, las posibilidades de seguir batiendo récords en el toro mecánico son para el juez cada vez más altas, no en vano, se acerca el mundial de toros mecánicos navideño; lo primero es lo primero, y hay mucha competencia.

Feliz Navidad.