«Tócala de nuevo, Sam»

Antonio-Balsalobre-cronicas-siyasaSiempre me he preguntado por la esencia de esta vida. Afortunados quienes nada se cuestionan y viven; nada más. Evitarán respuestas imposibles y alguna que otra jaqueca. Llenos están los estantes de pensamientos y reflexiones en busca de algo de luz; cabales unos, dislocadas otras. Superados los cincuenta comienzo a ver con nitidez. Sabiduría que no se imparte y nadie enseña, salvo los años y una mente y corazón medianamente dispuestos.

Presbicia emocional; eso nos pasa. Andamos perdidos entre metas estériles y egoísmos patológicos. Arriba, en la cresta, creíamos ser dueños del mundo y nada éramos salvo, acaso, amor efímero o eterno; depende.

Cómo explicar tanto dolor, muerte y soledad; no buscadas, a veces, e inmerecidas siempre. No tengo respuestas me temo; sospechas tan sólo. También he tenido miedo y lo sigo teniendo. Porque el cielo existe pero también el infierno. Bastará apenas un instante, un soplo de duda, para caer al abismo. ¿Qué hacer entonces si el mal está al acecho y la desdicha nos vigila? Querer, querer mucho y amar hasta morir pues, ya inertes, solo amor dejaremos, estelas en la mar y luces en el cielo. Ser leal y honrado y bueno, que el alma resude y duerma la conciencia. Y despierten los sueños que éstos no han de yacer y sí los miedos.

¿Han mirado alguna vez el cielo estrellado? ¿Han pisado la hierba fresca en una tarde de verano? ¿Han advertido cómo el viento revuelve los cabellos y la lluvia rocía nuestros anhelos? ¿Han sentido la mirada de una madre y un beso enamorado?

¿Por qué la Cruz es tan pesada a veces y liviana otras? ¿A qué atenernos? ¿ Por qué ese arbitrio; por qué la ventura y por qué el infortunio? ¿Qué hemos hecho si, a veces y por no hacer no hemos hecho ni desecho pues la culpa y el empeño no están ni estuvieron?

La vida es un misterio, mayor que la muerte, me temo. Entristece ver al hombre afanado y  perdido en la nada. Cómo entre semejantes hay odio, envidia y resentimiento. No entendimos nada pues en la Historia se han repetido sanedrines, escribas y fariseos; y los juicios al justo mientras miramos de soslayo. En Su Nombre bendijimos bombas al albur de guerras santas, cuando solo eran malditas guerras; solo eso, matanzas. Y lo que otrora fue un monte, un huerto o una barcaza hoy es mármol de Macael o de Carrara. Lo que en bendita hora fue una túnica y sandalias hoy es un exceso, una afrenta a la Palabra dada.

Nada entendimos y nada aprendimos. Hablé antes de presbicia porque, a fuerza de levantar tanto la mirada y añorar horizontes inciertos, desatendemos lo cercano y urgente. Las cosas que en verdad apremian. Estemos en lo que hay que estar que no hay mejor forma de salvar el mundo porque, si así fuere, el mundo a la deriva será un poco más pequeño.

Piénsenlo. ¿Qué somos salvo un destello en la eternidad? Dije que la vida es un misterio; también un milagro maravilloso que nos ha sido concedido. En espera de una marcha cierta, exprimamos la vida, honremos a quienes se fueron y sirvamos a quienes están.

Lo sé. También me pasa. Ser carga pesada o frustración de cercanos no es plato de buen gusto. Mas alguna virtud habrá de adornarnos con la que ser útil a emparentados y ajenos. Entre una osadía sensata y una locura perversa media, por lo común, una línea muy delgada, casi imperceptible. Pasamos de comernos al mundo a esquivar sus dentelladas.

Lo reitero. Nada somos salvo fino polvo que a la tierra ha de volver. Nada trajimos, nada llevaremos. ¿Qué creían? Soltemos lastre que el viaje es largo y tortuoso. Pero Él estuvo, está y estará siempre a nuestro lado. No le ven porque no miran los ojos del hermano. Porque es ahí donde está, no sólo en Santa María de Ripoll pues, si entre paredes debe andar, no serán góticas, ni platerescas, ni mudéjares; tampoco barrocas; acaso románicas; así lo creo.

¿O es todo una impostura? Desconsolado, a menudo,  lo pienso pues, ¿dónde estás que no te vemos? Harías bien en venir de nuevo que el hombre es débil como lo es tu recuerdo. Que el diablo no descansa y se cuela entre recelos.

En no pocas ocasiones, la palabra revolución ha sido prostituida. Si repasamos la historia, y salvo honrosas rarezas, las revoluciones han sido más devastadoras que aquello que suscitaba la insurrección. La verdadera revolución, la que en verdad puede transformar la realidad colectiva, comienza por uno mismo. Porque si la revuelta solo ha de servir para cambiar peones o coartadas entonces haríamos bien en estar quietos. La revolución de las revoluciones fue la que Cristo nos ofreció. En su palabra y en sus hechos está cuánto necesitamos saber. En Él hallarán el camino, la verdad y la vida. No será ésta la única senda; no lo dudo. Bastará que el verbo venza a la guerra como el amor al odio. Pero no olviden ésto; la ausencia de justicia universal priva al hombre de su dignidad y, en tales circunstancias, no será posible la paz.

Sam; tócala de nuevo. Házme soñar que estoy despierto.

Fdo. José Antonio Vergara Parra.

 

 

 

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