Tercera república, por Diego J. García Molina

Tercera república

Noventa años se cumplieron el pasado 14 de abril del advenimiento de la segunda república. Fue, sin duda, un elemento catalizador de la sociedad de la época, largamente buscado por sus precursores, el cual ilusionó a la población y a la mayoría de las fuerzas políticas, incluidos los nacionalistas; exceptuando, lógicamente, a los monárquicos y a los anarquistas. Este sistema o forma de gobierno se caracteriza por no tener un monarca o rey que dirija los destinos de la nación. En aquellos momentos, el sistema político español venía de una dictadura, la de Miguel Primo de Rivera, apoyado por Alfonso XIII, un rey corrupto e incapaz, que escapó al exilio tras las elecciones municipales de 1931, donde los partidos contrarios al régimen obtuvieron unos excelentes resultados en las grandes ciudades, dando paso a la creación de unas cortes constituyentes, por resumir, de alguna manera, lo sucedido.

Ahora, ¿es mejor una república que una monarquía? En mi opinión, depende. Depende siempre de las personas que administren el sistema político en cuestión, siempre de las personas. A lo largo de la historia se han sucedido reinos e imperios que han conseguido riqueza y prosperidad para sus súbditos, o el caso contrario; casi siempre coincidiendo con una personalidad destacada, para bien o para mal. Con las democracias, ya sean monárquicas o republicanas sucede lo mismo. ¿Qué sucede cuando en una democracia accede al poder un gran líder? ¿Y cuándo a este le sucede un incapaz? Platón, hace más de 2.000 años, es el primero que plantea la necesidad de que el gobierno sea ejercido por especialistas en una todavía inexistente ciencia de gobernar, ciencia que, por otra parte, no tendría como objeto el gobernar mismo, ni la conveniencia del gobernante, sino el bienestar de los gobernados. Este especialista sería un filósofo que ha conseguido el verdadero conocimiento, el único que tiene posiciones morales y políticas “verdaderas” tras décadas de cuidada formación dada por el estado. Platón rechazaba la democracia, considerándola como un sistema nefasto; recordemos que su maestro Sócrates fue condenado a muerte por la democracia ateniense. Su estado ideal era aristocrático, algo impensable en el mundo actual, además de tener sus propias taras. Estimaba, por tanto, que “solo la filosofía puede ofrecer una visión adecuada de lo justo y lo bueno, siendo esto imprescindible para que los gobernantes se conduzcan recta y sabiamente, pues de esta manera encaminan el Estado hacia la justicia, la felicidad y la armonía”. Es por ello por lo que en nuestros sistemas educativos la filosofía tiene cada vez menor peso.

Echemos una ojeada a lo que pasó en la segunda república española como ejemplo. Las consecuencias de la mala gestión son sobradamente conocidas: una cruel guerra civil entre hermanos y a continuación una dictadura militar autoritaria. Que igualmente podría haber sido una dictadura comunista, si hubiera ganado el bando contrario; al final, el resultado de un conflicto de estas características suele ser el mismo. La revolución francesa terminó en la dictadura y posterior imperio de Napoleón. La república romana terminó, tras una guerra civil, con la dictadura de Julio César, y el posterior imperio de Octavio. Cualquier sistema supeditado a la acción del hombre puede resultar una maravilla o un completo desastre. Todo depende de la actitud de las personas hacia ese sistema, las ganas que tengan de defenderlo, la justicia con que se organice, etc. De hecho, hay suficiente literatura sobre la segunda república, sus orígenes, su desarrollo y su final, el problema es que casi nadie la lee, a pesar de la cantidad de gente que opina y repite consignas, de uno y otro bando. Por eso, la mejor manera de poder hacerse una idea de lo que sucedió es que no te lo cuente nadie, ni un periódico interesado, ni una cuenta de twitter, ni por supuesto, un político; dejen que lo ilustren los que lo vivieron. No se puede reducir todo a un eslogan o frase ingeniosa, suele ser más complejo y la conjunción de diversos factores, sin embargo, leyendo las memorias de Niceto Alcalá-Zamora, primer y prácticamente único presidente legítimo de la república, los diarios de Manuel Azaña, las declaraciones en discursos y escritos en periódicos de Indalecio Prieto o Largo Caballero, los cambios de opinión de Unamuno, y un largo etcétera., podremos entender mejor las motivaciones de sus protagonistas y los errores que cometieron. Por supuesto, en el contexto de aquella época, no con la mirada actual.

¿Es posible una tercera república? Evidentemente. Pero no como una frase hecha y sin saber qué tipo de república sería. ¿Es deseable una nueva república? Depende. Aunque en mi opinión, con los actuales dirigentes y líderes de las diferentes corrientes políticas es muy complicado, puesto que su sectarismo, cortedad de miras, y en algunos casos, incompetencia, nos llevarían, con casi completa seguridad, a un nuevo desastre. No concibo una república con un presidente de esta que esté por encima del presidente del gobierno, como el modelo de la segunda república española, por las características, como he dicho antes, de sus posibles candidatos. Imaginen un presidente de la república en la figura de Aznar. O Rodríguez (Zapatero). O Rajoy. O Sánchez. Se me ponen los pelos de punta. Por otro lado, el sistema norteamericano de un presidente todopoderoso, sin ninguna figura con experiencia que pueda aconsejarle en su gobierno tampoco me atrae demasiado. A pesar de tener los contrapesos del congreso y el senado, no es garantía de nada por la fidelidad, en general, de los representantes a sus partidos. Un sistema combinado, entre la democracia representativa y la figura del gobernante formado durante años como el que planteaba Platón, con las atribuciones que tuvo, por ejemplo, el presidente de la segunda república me parecería un experimento digno de plantear. El nombre que se le asignara a esta figura sería lo de menos. En España lo tenemos muy cerca; ahí lo dejo.

 

 

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