Sobre Paisajes y Lecturas: Lecturas, de Jesús A. Salmerón Giménez

En esta segunda parte nos adentramos en un universo poliédrico del que vamos percibiendo que nos concierne todo

Rosa Campos Gómez

En Lecturas, libro escrito por Jesús A. Salmerón Giménez, incluido en Paisajes y Lecturas (Ed. Almadenes), nos adentramos esta semana-en Paisajes, de Pedro Diego Gil López, lo hicimos la semana anterior-.

Lecturas se inicia con el prólogo de Francisco Javier Salmerón Giménez: “Recuerdo a Jesús sentado en el suelo fresco de la galería de mi casa, apoyando la espalda en la pared y con las piernas estiradas, mientras el sol, afuera, abrasaba la ciudad”. Es posible que estuviese leyendo por primera vez un ejemplar del Círculo de Lectores propiedad de mi hermano Antonio y que conservó siempre.

A través de él, como también escribió, cabalgó con el caballero -mitad héroe, mitad orate- por la manchega llanura, ebrio de una fiesta de alegría y de amistad. Palabras que nos introducen de lleno en la pasión lectora de su hermano y desde las que ya intuimos qué inspiradores viajes literarios nos aguardan.

Tuvimos la enorme suerte de que Jesús Alejandro Salmerón Giménez (Cieza, 1959-Murcia, 2017) escribiera, desde 2014 hasta el verano de 2017, para la revista Cultura de Notas una serie de textos literarios que por su singularidad nos permitimos diferenciar del artículo o reseña, también porque sabemos de primera fuente el gran impulso que dichos textos significaban para él. Su hijo José Antonio, en nombre de su familia, aportó su gran colaboración y permiso para que este legado formara parte de un libro que reunía a dos autores ciezanos, permitiéndonos que su cultura literaria, cinematográfica y humanista quedaran recogidas en ese “siempre” que sostiene la memoria cuando se lee lo escrito.

Con Jesús A. Salmerón Giménez nos adentramos en un universo poliédrico del que vamos percibiendo que nos concierne todo. Leer es hacer radiografías de un tiempo y un espacio que pasa a pertenecernos, y de unos personajes con los que convivimos, discrepamos o asentimos, con los que nos sorprendemos o a quienes les permitimos habitar dentro de nuestra piel, desde ahí, J. A. Salmerón Giménez nos va comunicando lo que descubre al hacerlo y las conexiones con otros seres creados por otros escritores, y con otras sociedades. Su asociación de ideas y de entramados desde esa óptica lectora, tan gustosamente compartida -entregaba los textos sobre cualquier efeméride o fecha señalada con una precisión de tiempo asombrosa y calidad visible, propia del escritor que en su fondo siempre latía-, induce a crecer por dentro.

Puso su mirada lectora en la pintura: La Lechera de Burdeos (…) un vibrante lienzo en el que se ex­presa con total libertad y optimismo (la serena delicadeza que envuelve a la joven, y el recuperado entusiasmo por el color, por la luz y la belleza, parecen revelar una reconciliación con la vida, una nueva juventud de Goya en la bella ciudad de Burdeos), y el séptimo arte: “Descubrí el cine en los albores de mi infancia, en la remota Cieza de los sesenta. Mientras avanzaba en los primeros estudios, asistía cada domingo al Teatro Capitol, un espléndido cine ubicado en el centro del pueblo, a dos manzanas de mi casa. El paraíso a la vuelta de la esquina”. En el aserto de Chesterton, ya citado aquí, hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina”, se cumplía todas las semanas. Y las asociaciones que este le genera: “En esta época de vacas flacas (…), que está resultando terrible para millones de personas, conviene volver a visionar el mejor cine de Berlanga -Bien­venido Mr. Marshall, Calabuch, El verdugo, La escopeta nacional y, sobre todo, Plácido-, si queremos conocer los entresijos, los mimbres con los que se ha construido este país, averiguar de qué está hecho el material con que se destruyen los sueños”. Como sostiene Manuel Jabois: “No haber visto Plácido es no haber entendido nada de este país y estar en él por estar, como un turista”.

Con él sabemos más de Montaigne, cuyo castillo visitó: “…lugar maravilloso, donde aquel hombre se retiró a pensar y cambió la concepción del mundo. Aquel hombre en el que tanto confío, al que considero un amigo: un hombre con el coraje para decir grandes verdades, con palabras sencillas y honestas”. De Chirbes: “…un escritor magnífico, poseedor de una prosa vigorosa, ágil, precisa, hermosísima. Sus libros son enormemente esti­mulantes, escritos por un espíritu libre y crítico, que cumple con creces el objetivo último que asignaba Bergamín a la literatura: inquirir verdad”. De Patricia Highsmith: “…comencé a leerla en la adolescencia y sus nove­las forman parte del haber sentimental de mi vida. Con mis amigos, también asiduos lectores de esta americana impasible -y tortuosa-, compartía el deslumbramiento que sentíamos por sus relatos perturba­dores e hipnóticos”. Y de Virginia Woolf: “Siempre he sentido fascinación (…). He admirado sus ideas, expresadas siempre con extraordi­naria claridad y agudeza”.

De El Caimán, revista que puso los cimientos en la cultura de una estela que abrió camino a La Sierpe y el Laúd -grupo literario de pionera vitalidad en nuestra región murciana-: “El Caimán, en buena medida, fue el arma que utilizamos para des­pertar de aquella larga y atrabiliaria siesta del franquismo. Y pese a todo, en aquellos años jóvenes, nos creímos inmortales. (…) Un puñado de ciezanos que salimos a la calle gritando libertad y conjuramos el miedo con la palabra”.

De su preocupación por los problemas sociales en la niñez, y ocupación de su trabajo: “La conciencia social (“no me preocupa tanto la corrupción económica como la corrupción de la mente”, declaró Emilio Lledó en la citada entrevista) es la que debe de impulsar a que este tipo de políticas, que han tenido consecuencias tan nefastas, cambien y se consideren una prioridad la educación y la lucha contra la pobreza infantil”.

Su vasto conocimiento de autores es un lujo que nos ofrece a través de una apasionada urdimbre en la que las experiencias personales se cruzan con las leídas, gestando una comunicación que recibimos como grato encuentro. Necesitaríamos un nuevo artículo para citar a cualquiera de los autores, de diferentes países y épocas, a los que nos acerca y con los que aprendemos; y otro para hablar de sus amigos y familia, a quienes nombra con delicadeza y cercanía.

Lecturas está estructurado en cuatro bloques: Notas personales, con 18 títulos y en el que se encuentra Solsticio de verano, poema para María Jesús, su mujer; Cervantes, cinco títulos con los que sabemos mucho más de la literatura y del contexto cervantino; Notas sobre autores, compuesto por 36 títulos en los que la riqueza por descubrir nos espera en cada línea; y Notas sobre libros, integrado por 12 títulos y un paraíso de aconteceres literarios, librescos.

También dejó una novela inédita: “Cuando mi hermano Paco leyó la novelita, de tintes autobiográficos, en cuya escritura he estado inmerso este verano, además de darme su opinión sobre la misma -fraternalmente entusiasta, he de decir-, me hizo alguna que otra observación que no eché en saco roto; principal­mente, la que resaltaba la ausencia en el texto de cualquier mención a mi iniciación a la lectura”. Esta sugerencia, además de influir la novela, le llevó a compartir Notas literarias: El don de la lectura, texto imprescindible para entender su pertenencia a este espléndido estadio que configuró como lector/escritor y que nos tuvo y tiene como lectores.

Nos dice Jesús A, Salmerón Giménez: “La lectura de tebeos despertó en mí, muy pronto, el gusto por la literatura —de esto no sería consciente hasta mucho más tarde—: recuerdo ahora las historietas que leía con fruición en el suplemento infantil del diario ABC Gente menuda, que me suministraban mis tías los domingos, los tebeos del Capitán Trueno y El Jabato…, y luego los deslumbrantes álbumes de Astérix y Obélix y los de Tintín, que nos dis­putábamos los infantes (y alguno que otro ya talludito), a cara de perro, en la Biblioteca Municipal de Cieza, entonces situada en el Camino de Murcia, y que me proporcionaron algunos de los momentos más felices de mi -menuda- vida lectora. Y en este mismo texto cuajado de retrospectivo empirismo continúa diciéndonos: Pero mi flechazo definitivo con la literatura se habría de produ­cir unos pocos libros más adelante, cuando ya era joven pero seguía igual de indocumentado, una tarde remota de los renqueantes inicios de los setenta, en el increíble instante que descubrí, en un anaquel de multimueble (estantes que se encontraban a la venta en nuestra tienda: armado con varillas negras y unas tablas de parco marrón), que tenía mi hermano Paco, unos libros de relatos de García Márquez, en ediciones de bolsillo, que habrían de cambiar para siempre mi percepción de la literatura y del mundo: La hojarasca, Los funerales de Mamá Grande, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, Ojos de Perro Azul…

Como un ladrón, me llevé aquel tesoro de colores y sílabas a mi guarida y, de repente, en mi pequeña habitación, sitiada por la atmósfera cerrada y acre del franquismo, se obró el prodigio: entraron el olor de la guayaba y de la papaya verde, la luz violenta de los trópicos, los nombres de personajes —relatos en sí mismos llenos de magia— misteriosos y rotundos (Eréndira, Aureliano Buendía, Amaranta, Úrsula y Gastón…), un territorio mítico (Macondo) y unos poderosos malvados (United Fruit Company). Y ya nada, nada volvió nunca a ser lo mismo…”

Al leerle entramos un terreno pródigo de matices, de lugares que nos alientan a amar la literatura, el cine, la geografía inventada que cobra cuerpo y pasa a ser nuestro mapa… Entramos en el caudaloso río de la narrativa, de la filosofía y de la poesía, con fragmentos y versos maravillosos de poetas que él comparte para que penetremos en un cosmos donde lo bueno, en todas sus vertientes -con verbo de seda, o de buril a veces-, anda manifestándose.

 

*Las biografías de ambos autores se puede leer en Editorial Almadenes: Paisajes y Lecturas, de Pedro Diego Gil López y Jesús Alejandro.