La primera parte nos adentra en el conocimiento de nuestra geografía y su perfil orográfico con una narrativa procuradora de riqueza de nombres y genuinas referencias
Rosa Campos Gómez

Escrito por dos autores ciezanos con interesante trayectoria, Pedro Diego Gil López y Jesús A. Salmerón Giménez, Paisajes y Lecturas (Ed. Almadenes) reúne dos libros, diferentes y complementarios, que reseñaré en sendos artículos.
Paisajes (ciezanos), de Pedro Diego Gil López, se inicia con el prólogo de Bartolomé Marcos: “Acabo de encontrarme, en sus textos, que son su verdad, como debe ser, con el más genuino y auténtico rapsoda de los campos de Espartaria. Gozoso, feliz y afortunado encuentro. Y concluye: Musicalidad y cadencia de una prosa, poética, que te lleva en volandas, que te transporta y que te mantiene en el mejor y mayor de los disfrutes. Una tierra dura y áspera, en relación dialógica con un enamorado cantor, rendido a sus encantos sin saber muy bien por qué, como siempre pasa en el amor, ¿verdad?”
D. Gil López nos adentra en el conocimiento de nuestra geografía y su perfil orográfico con una narrativa procuradora de riqueza de nombres y genuinas referencias, permitiéndonos recorrer parajes muy conocidos unos, y poco o nada conocidos otros, lo hacemos guiados por su palabra, habitada de esa poesía que emerge ante lo que sentimos y nos deslumbra -acrecentando una curiosidad que no tardará en replicar su agradecimiento a la vida-, de esa realidad que nos adentra en lo más hondo de nuestro sentir -dando sitio indestructible a la verdad sin ambages de lo que somos- y de ese despliegue de incógnitas que se nos allanan para que la somnolencia no nos adormezca el caminar.
Al leer estos relatos que alcanzan la autobiografía entendemos la cautivadora originalidad de la naturaleza de Cieza y de pueblos limítrofes como Abarán, Calasparra y Jumilla, y entramos en senderos que nos conducen a lugares donde respirar es un ejercicio de libertad sin amnesia, porque todo es nuevo y a la vez antiguo, la fusión entre lo que somos y lo que otros fueron queda ahí reflejada, afrontando la superación de lo duro, de lo aciago, bebiendo del agua de algún manantial que sigue fluyendo por esta tierra no exenta de veneros, tomando la cocción de alguna planta de las descritas, alimentando la mirada desde cualquier dirección, aprendiendo de la fauna autóctona, labrando y sembrando tierras regadas con el sudor de las frentes junto a lluvias sutiles…, aunque eso fuera en un ayer desde el que aún nos seguimos fortaleciendo.
El Menjú, ese paraíso perdido: “La Arcadia existió en la finca del Menjú, en un paraje soberbio del valle de Ricote, situado algo más abajo de la confluencia entre Medina Siyâsa y Bolvax. Allí están los restos de la fuente de la eterna juventud, la ruina de una escultura alucinante, representación mágica de una náyade rodeada de delfines (…) que tropezó con el dios fluvial Alfeo, quien la pretendió. Allí está su enclave en un profundo olvido. Cercano discurre el río Segura, del que siempre emanan los recuerdos de aquella barca que lo cruzaba desde la carretera de Abarán”.
El barranco del Apio: “Los riscos de las cumbres donde nace acogen la lluvia (…) En este caso, el agua surge de una pared de tierra, a la derecha del puente de la pista forestal, cerca de un rehoyo de derrumbes poblado de grandes pinos carrascos. El tímido afloramiento es un alivio, casi un milagro en pleno verano. Poner las manos en el terrero húmedo y llenarlas del preciado líquido, y así beber a sorbos un agua dulce y fresca…”
El Ringondango: “Me encuentro en la sierra Larga, una mini cordillera que nace cerca del castillo del Mayorazgo de Ascoy, en el término municipal de Cieza, y se adentra en el de Jumilla, donde ocupa su mayor parte. Estoy en el paraje del Ringondango. Aquí, como en tantos otros lugares de nuestro entorno, se abren espacios engordados por el desorden de los riscos y se amplían lomas y vallejos, al oripié de la sierra entre barricadas de pinos carrascos. Nos encontramos en la tierra de una canícula sin fin, y a la vez, podemos vernos en una helada invernal severa de cielos rasos…”
El casón del mojón blanco: “La obra, sin duda hecha por gente que no tenía otros recursos que sus manos, consistió en excavar una cuña al inicio de una loma de monte, dejando una pared vertical para horadar la tierra horizontalmente. Así hicieron realidad el sueño de tener un hogar amplio y confortable. Eran tiempos en los que el monte era del que lo ocupaba, de todo aquel que le sacaba provecho. Hoy en día es ilegal construir en estos espacios públicos de especial protección.”
Las caras de Cagitán: “Desde las alturas donde se asienta esta heroica vegetación, la sorpresa de caer de repente en su llanura sobrecoge. Se ven los dibujos que hacen los caminos como viejas expresiones de los andares humanos y del trasiego de ganados ancestrales, siempre hacia un elevado paisaje que, contemplado en un pausado pensamiento, deja la sensación de tener la libertad muy cerca. La profundidad se mete en los ojos como un duende de aves y vientos”.
El Almorchón: “Hay una peonza montañosa que quedó boca arriba cuando un niño la perdió después de jugar con ella a los cataclismos. Y ahí está para contemplarla, erigida en los severos escarpes que le hacen la corte a su perfil, rocoso y etéreo a la vez, entre peñones adalides de la batalla de la erosión. Es sobre todo un enclave, un signo y guía de los paisajes cedidos a la imaginación humana, donde confluyen las estaciones, haciéndonos padecer de viva melancolía y de cierta ensoñación”.
La Junta de los ríos: “El río Segura recibe en este punto del término municipal de Calasparra a uno de sus afluentes por su margen derecha: el río Quípar. (…) Se trata de un paisaje que acoge dos orillas enfrentadas. La margen izquierda presenta una generosa accesibilidad de campos y vegas, hasta que el río Segura se encajona en su cañón de Almadenes (…). El lugar presenta viejos cultivos hoy abandonados. En esta estrecha franja de tierra subsisten algunas higueras y unos pocos granados que compiten con aladiernos y baladres.”
El monte del Picarcho: “El Picarcho se alza con su epígrafe rocoso en los confines de la geografía ciezana. Con su agudo risco apunta, indefinidamente, hacia las trazas de nubes blancas que el viento alarga hasta un combado horizonte, en un cielo cegador y azul”.
La Sierra de la Palera: “…es un cuchillo que corta el cielo hacia arriba, hiere la luna hasta hacerla sangrar y corta el sol en dos mitades en los tórridos atardeceres caniculares. La cuerda de esta sierra es un filo de piedra, que deja a un lado una umbría destinada a iniciar profundos barrancos y al otro lado una solana extrema”.
Una mínima muestra de fragmentos de algunos relatos, de los 23 retratos verbales que componen Paisajes, sembrados de emoción e ilustrados por espléndidas fotografías -realizadas también por Pedro Diego Gil López- de estos lugares sobre los que nos comunica, además, una guía real de por dónde introducirnos si queremos hacer camino reconociendo los secretos senderos de nuestro entorno. Caminar escuchando-leyendo a la Naturaleza de la que somos parte.
*Jesús Alejandro Salmerón Giménez, Bartolomé Marcos Carrillo, Pedro Diego Gil López y yo misma formamos parte del Grupo de Literatura La Sierpe y el Laúd, del que también es amigo Francisco Javier Salmerón Giménez, autor del prólogo de Lecturas (sobre el que hablaremos en una próxima reseña).