Sin respiración
Decía Oscar Wilde que la realidad siempre supera la ficción. Y hablando de ficción y de realidad no puedo dejar pasar por alto mi última visualización en Netflix. Respira ha sido la serie que me ha enganchado esta última semana, porque al final, y después de hacer frente a la sociedad tan caótica en la que vivimos, viene bien llegar por la noche y desconectar, introduciéndonos en esos dramas que nos hacen evadirnos.
A pesar de un surrealismo más que acusado en la serie, es cierto que la crítica nos hace reflexionar sobre la importancia y la suerte de vivir en un país donde la sanidad es pública (no lo olvidemos nunca) y donde tenemos unos sanitarios que, a pesar de que viven casi sin respiración, siempre o en la medida de lo posible, porque hay excepciones, nos atienden. Se los dice su juramento hipocrático, y voy a pensar que, en la mayoría de los casos, su admirable vocación.
Paralelamente al aditivo de la serie; las historias de médicos, es cierto que hay dos aspectos relevantes que nos atañen: el primero es que los médicos salvan vidas, por tanto, son dioses, vamos a dejarlos mejor en semidioses, porque al ser personas y no máquinas (a veces, cuando se les ataca, esto se nos olvida), no podemos recriminarles, salvo negligencia consentida, la totalidad de sus acciones. El segundo constituye esa lucha constante (recordemos a las mareas blancas) en la que participan los sanitarios, si es que los dejan y en la que deberíamos contribuir cada vez que nos fuera posible; me refiero a la reivindicación de la máxima inversión en la sanidad pública, porque la nuestra está acusadamente deteriorada y en Murcia (y no solo en Valencia como se muestra en la serie) se estilan la política de los recortes y la falta de planificación.
En la serie es más que evidente que hay una objetividad que es denunciada constantemente por nuestros médicos y enfermeros de los servicios de Urgencias: trabajan asfixiados, sin respiración y con el yugo más que apretado por si se equivocan, añadiendo a esto los míseros sueldos que cobran, porque qué quieren que les diga, no hay cantidad que pueda compensar los milagros que muchos hacen.
Evidentemente, a nadie le gusta entrar en un hospital y salir peor, mucho menos por una mala praxis (esto no tiene justificación alguna). Pero, ¿nos hemos parado a pensar en las condiciones infrahumanas (y si no, pasen y vean) en las que trabajan muchos de ellos y ante las que hacemos caso omiso? Evidentemente, no. El cinismo de algunos pacientes no les permite analizar la situación, sino que optan por realizar críticas destructivas generando controversia sin conocimiento alguno.
La hemeroteca nos recuerda que en Murcia, gracias a los recortes, a merced de una sociedad conformista e ingenua que en las urnas decide y disfruta a posteriori de lo votado, y gracias a ese afán desmedido de privatizar (y ya ven que cuando quieren privatizar no es precisamente porque les importa nuestra salud, sino nuestro dinero) tenemos eternas listas de espera, lo que augura la fatalidad, porque los tumores no esperan, los infartos no aminoran la marcha y las enfermedades degenerativas no se paran. Y para no sucumbir ante una hecatombe, los de arriba, ignorantes por lo que se ve en el sector, abusan de los sanitarios, ahogándolos en la piscina de las guardias de veinticuatro horas, cuando no sea alguna más. ¿Qué trabajador se enfrenta a estas jornadas? Ninguno. Sin embargo, se les exige, se les recrimina, se les insulta y se les agrede ante una situación en la que faltan muchísimos recursos para seguir salvando vidas. La culpa no es del médico, la culpa la tiene el político al que votas y al que defiendes de manera incomprensible.
¿Quién concilia con veinticuatro horas a las costillas? ¿Quién salva vidas sin haber descansado? ¿Qué calidad de vida pueden tener nuestros sanitarios? Y ahí están con la respiración casi asistida, sin apenas parpadear, aunque se les sequen los ojos de impotencia, para velar por nuestra salud. Y ahí están, despiertos a base de cafés que saben a la amargura del agotamiento físico y psíquico que los acecha.
Estos interrogantes son los que nos tienen que preocupar como ciudadanos, pero mucho más como pacientes. Exigimos llegar y que nos atiendan y en lugar de condenar el engaño de las promesas políticas incumplidas llenando las calles de protestas, seguimos con las absurdeces propias del ego que nos aniquila el sentido común.
O contribuimos a ayudar a los sanitarios o llegará un momento en que la calidad, la equidad, la integralidad y la sostenibilidad no serán los principios esenciales que avalen nuestro sistema sanitario, y lo peor de todo es que acabaremos con la integridad física de los médicos, esas personas que son las únicas capaces de hacer milagros. Y sí, una vez más la realidad supera la ficción.