Silencio Oportuno y Rostro Glacial
Estoy cortando troncos de madera con un hacha mientras escucho en la radio que Iñigo Errejón ha dimitido de todos sus cargos políticos por manosear y agredir sexualmente a mujeres. Tengo que parar la faena unos segundos para encajar la noticia no sé dónde. El día es gris, el termómetro está en 6 grados, pero yo estoy caliente. No hay noticia, por más catastrófica que sea, por mas victimas que haya, donde los partidos patrióticos no saquen la calculadora de votos y hagan declaraciones imprudentes e hirientes. Vienen algunos muchos pájaros pensando que estoy cortando pan y pudieran caer migas. Quien fuera pájaro. Quien fuera un ruiseñor. Feijóo no se cansa de decir absurdeces allá dónde le pille. Pero yo si me he cansado, suena Lucha de gigantes en Radio Taxi.
Trabajo en el Departamento de Control de Impulsos de la Universidad de la Cuesta del Molino. Me han designado para impartir la asignatura Silencio Oportuno y Rostro Glaciar. Trabajamos la materia para un máximo de cinco alumnos y alumnas, en un refugio perdido en la Sierra del Segura y las Villas. Son 15 días de sesiones completas de mañana y tarde. Aquí contamos con la tecnología necesaria y con las condiciones ambientales para impartir la asignatura sin contratiempos.
Como vemos, y escuchamos, todos los días hay una furibunda cruzada rastrera en contras de las buenas maneras en las instituciones que nos representan, y a todos los niveles. Se sacan fotografías de muertos en los hemiciclos. La diputada de al lado se ríe señalando con dedo a los asesinados. Hay diputados de pie hablando con otros diputados mientras otra diputada habla desde la tribuna de oradores. Falta sacar el bocadillo de magra con tomate y comértelo en plena sesión de control al Gobierno, o sacar el espejo y las pinzas y asearte las cejas. Se dispara con los más variopintos improperios al adversario político. La corrupción es lo que más se lleva, lo más recurrente que se pone en boca al punto de no pasar nunca de moda.
Se montan unos “escandalazos del carallo” para conquistar el poder, para ponerlo contra las cuerdas y acorralarlo con todo lo que se tenga a mano y a boca; y destruirlo, hacerlo bicarbonato. Las leyes dicen otra cosa sobre la misión de la oposición, pero no hay que leerlas al pie de la letra; hay que acomodar la letra impresa a los distintos momentos que se den el presente, al gusto del consumidor, hay que esnifar la ley. Para eso también está la justicia, escoba en mano, limpiando terrenos empolvados para que ilustres del bulo y técnicos en ignorancia supina campen a sus anchas y sigan haciendo lo que más les gusta: reírse del público, un público que espera con la boca abierta un nuevo maná.
Lo que trabajamos desde el Departamento de Control de Impulsos es precisamente eso: el control de los impulsos; habida cuenta de la amplia tendencia a contestar al improperio con otro improperio, a contestar, a voleo justiciero, sin preguntarte a quiénes representas, incluso dando por hecho en tu fuero interno que lo que desea el pueblo es una réplica con más mala leche que la mala leche anterior. Se hace necesaria, según nuestro rector, una asignatura como ésta.
Manejamos diversas tendencias psicológicas y nos ayudamos de muchos test para que nos conduzcan al interruptor “de la ira”. Interruptor que activa, si no tienes la habilidad necesaria, la respuesta que el contrincante quiere escuchar, es decir, un: “Y tú más”, (y verte sufrir hasta que sangres por los ojos y exploten, y venga una horda de personas con el rostro de Calígula y te empale). La misión es llegar a ese interruptor y entenderlo, saber dónde te va llevar, a priori, si no logras neutralizarlo. Aquí hemos visto de todo: desde una metralleta verbal que no deja títere con cabeza y que acaba como Dios la trajo al mundo, dándose golpes en el pecho en plan aquí estoy yo, hasta el insulto más soez que puedas imaginar, porque has llegado más allá del límite del colmo. Son muchas las pruebas, y contrapruebas, utilizadas para tratar de amaestrar al animal que llevamos dentro, de serie, ese demonio encolerizado que surge cuando te tocan el interruptor y parece que no hubiese ni un mañana ni una vuelta atrás.
La oposición juega con tocarte la fibra sensible con una tenacidad propia un troyano, y no se cansan (¡qué hermosura!). Es en la trifulca en el cinismo, en el Bendodo, en el fuego sin humo, donde se sienten como pez en el agua. No hay método de medida para una jeta tan dura. Y están muy bien entrenados para continuar al día siguiente con más misiles dirigidos al centro de flotación del adversario político, sin que lo sucedido el día anterior les deje un poso cuestionable, en el fondo y en la forma.
Los barones populares cuchichean. Pero del cuchicheo no sale resolución alguna, no vaya a ser que ellos y ellas mismos/as salgan rescaldados, y con cincuenta y pocos años tengan que subirse a una furgoneta a las cinco de la mañana a cortar cítricos.
Las clases comienzan pronto, a las cinco y media de la mañana. El despertador que utilizamos para los/as alumnos/as es un despertador de frases que hieren la mente: “Tú mujer es una corrupta y tus hijos serán unos corruptos, nadie os quiere, sois escoria barata”. “Lo sabías todo; y lo escondiste, enfermo ignorante”; “no das explicaciones porque estás metido en el ajo hasta las trancas, analfabeto político”; “dimite, dictador sanguinario, no sabes ni escribir y has venido aquí a llenarte los bolsillos”; “tu padre es el padre de todos los corruptos, aún guarda en su casa tabaco de contrabando de Cuba”; “tienes el maletero del coche lleno de lingotes de oro, abusador”. Después, durante el café matutino, se visiona un popurrí de videos donde adquiere protagonismo Tellado y Cuca Gamarra, pesos pesados de la política sin fuste. Para, posteriormente, entrar en la sala del horror infantil: media hora de declaraciones de Ayuso.
Silencio Oportuno y Rostro Glaciar es una asignatura que bebe del estoicismo y del aoísmo de forma equilibrada. Se trata de una escucha hiperactiva de lo que está diciendo tu contrincante político sin mostrar sentimiento alguno en tu rostro, ninguna mueca, nada que deje intuir lo que te pasa por dentro. Es el rostro glacial. Es el rostro solemne. Es poner en duda en el otro todo lo que ocurre en ti. Se utilizan espejos, se utilizan sonidos estridentes; agua helada que cae sin avisar sobre la cabeza de los estudiantes.
Puesta en práctica.
Acabado el turno de palabra del diputado o diputada, turno que ha aprovechado para decir que eres el cáncer de la democracia y el trueno de la corrupción, el silencio oportuno; diez segundos, no más. El silencio engendra silencio, menos en Tellado. Pero tú también vienes entrenado. Si no se calla, si a cada palabra que dices el señor Tellado, sin que le asista el turno de palabra, sigue entorpeciendo el debate y contraviniendo los aspectos básicos del reglamento institucional (según las madres de la otra política), la solución no está en dirigirse directamente al maleducado representante del pueblo y rogarle que escuche y no hable, tampoco en utilizar la ironía en un mensaje directo y, llamándole por su nombre en diminutivo, Telladito, mucho menos en perder la formas, y que los estribos se te vayan muy lejos de ti; así que deja mostrar un sonrisa casi imperceptible, coge el micrófono, muy lentamente, dirígete a la presidencia del Congreso (voz muy pausada, pero muy capaz por el tono bajo de irritar al otro/a): “Muchas gracias, hasta aquí mi respuesta a la cuestión planteada”. Sin olvidar, muy importante, seguir con el rostro glacial mientras garabateas cualquier cosa en una libreta.
Es La respuesta vacía, uno de nuestros libros de cabecera, de los autores Ismael Ruiz, José Gustavo Giménez y Javier Ríos, al que acudimos constantemente, y que fue galardonado recientemente en los Premios Cebada 2024.
No queremos, de ningún modo, que el entrenamiento lleve a nuestros alumnos y alumnas a que la costumbre del uso del hielo corporal aniquile la emoción, para ello tenemos nuestras herramientas “tierra”, basadas en acabar las sesiones de estoicismo político sin contexto que sustente la acción con videos de Benny Hill y Faemino y Cansado.
En el estoicismo sin contexto aplicamos la siguiente máxima: ser respetuosos con el adversario político hasta cotas que se piense que no estás allí; que estás, muy al contrario, en un jardín botánico, acariciando a tu perro, contemplando un paisaje abrumador en la soledad del pico de una montaña. Da igual que te hayan insultado y acusado de todo lo habido y por haber. Máxima educación y respeto: “De lo que usted de me acusa, su señoría, y me alegra profundamente su intervención, está siendo investigado por el poder judicial. Es inherente al ser humano anticipar acontecimientos en pro de un interés partidista (algunos más, otros menos). No le crítico por ello; dejemos actuar a la justicia y ya verá usted si salta o no salta la liebre”. Y vuelta a bajar el micrófono; y vuelta a garabatear algo en una libreta.
Es muy importante utilizar palabras como liebre, conejo, perdiz, tordo, plato o jabalí al acabar tu respuesta.
Estoy cortando troncos de madera con un hacha y en la radio dicen que Feijóo ha declarado, en mitad de la tragedia de la DANA más cruel de los últimos 100 años, que el error de los avisos de alerta parte del Gobierno, de la Agencia Estatal de Meteorología. Si antes digo que hoy que traigo pan no acude ni un pájaro, antes empiezan a llegar. El día es gris; como casi siempre. De regreso a Madrid, el líder de la oposición vuelve a escuchar las declaraciones del presidente del Gobierno y del president de la Generalitat a propósito de la gran tragedia humana.
Pero nadie sabe de qué ríe.