Se está incómodo en el armario, por José Antonio Vergara Parra

Se está incómodo en el armario

De un tiempo a esta parte, el armario se ha convertido en algo más que un lugar para guardar ropajes y objetos varios. Es también un espacio virtual, aunque muy real, donde los sentimientos, ideas y emociones son confinados. Un encierro en parte libre y en parte forzado pero siempre lesivo. Porque los sentimientos, ideas y emociones, como el vapor, necesitan de una salida, de una terapéutica excarcelación.

El individuo, salvo peligrosísimas excepciones, es inofensivo. Mas, cuando al abrigo de un anonimato grupal se cree inexpugnable, se convierte en una amenaza singularmente para sus congéneres más temerosos. Orear lo que se es o se piensa no debiera ser obligatorio pero sí posible, y muy recomendable.

De veras creo que la sociedad no avanza por generación espontánea ni por impulsos fortuitos. Suerte que un puñado de valientes, cada vez más numeroso, suela encaramarse en lo más alto de una cima para respirar.  La sociedad es poco dada a los cambios. La Ley, en cuanto a expresión de la voluntad popular, vino para poner orden; en definitiva, para proteger al hombre de sí mismo.  Más allá de la Ley, que es enteramente indispensable, el hombre ha ido forjando una forma de pensar, una forma de ser y una forma de actuar con vocaciones intencionadamente unificadoras. Hablo de un plano paralelo al ordenamiento jurídico que, en ocasiones, es tanto o más apremiante que la propia norma jurídica. Para ser riguroso, más que planos paralelos son convergentes pues, antes o después, la voz dominante suele positivizar su forma de ver la vida en leyes, reglamentos y demás instrumentos normativos.

La Ley Natural, que algunos desprecian con sorprendente ligereza, es una Ley de Mínimos pero igualmente cardinal. Hay límites que, de ser sobrepasados, lastiman al prójimo o atentan contra la ética más elemental. Más allá de estas premisas, hay normas tan innecesarias como inaceptables, que sólo revelan el imperialismo ideológico de quienes llegaron a legisladores no para esclarecer el bien común sino para purgar sus miedos y contradicciones.

Hasta hace bien poco, la mujer era un sujeto jurídico con reducidísimas potestades porque el hombre de Cromagnon mandaba en el BOE. Todavía hoy sufrimos a quienes niegan derechos a los homosexuales o se erigen en únicos redactores de instituciones, antes civiles que canónicas, como la familia o el matrimonio. Desde mi libertad y aún con infinita torpeza, me adhiero a la naturaleza cristiana de ambas instituciones pero carezco de jurisdicción moral para imponer mis preferencias a mis semejantes.

Con todo, las cosas no son tan sencillas y los vientos hostiles lo son de levante y también de poniente. El desperezamiento volitivo e intelectual habrá de lidiar con tirios y troyanos pues no es aconsejable ni preceptivo servir a Dios y al diablo. Tal es la ojeriza y obstinación colectivas que la liberación individual es, por descontado, un acto heroico.

Verbigracia. Si antes rechazaba la injerencia en el matrimonio ajeno, ahora afirmo, categórica e indubitadamente, que la vida a nadie pertenece salvo a Dios y al propio sujeto. El hombre no puede inhibirse cuando es la vida de un semejante la que está en el aire. Poco importa que aquella haya germinado o  venga de camino porque todos, ustedes y yo, antes que visibles y perceptibles fuimos también una hermosa promesa que nadie, bajo ningún concepto, debe truncar de forma deliberada.

Otrosí. Soy patriota y tengo dividido el corazón; creo en el amor eterno, en la fidelidad, en la vocación cristiana de la familia; creo en Jesús, en el Cielo, en la Vida, en la amistad y en la justicia justa. Por su grandeza y también por sus miserias, quiero a la Iglesia, que es Santa, Católica, Apostólica y Romana. Me acogió incluso antes de nacer y, pese a mis infinitas caídas, todavía me admite en su seno. Amo la prosa y el verso, amo el mar y sus olas. Amo el cielo y sus estrellas. Pero lo que más amo es la libertad, que es a la vida lo que el llanto a un neonato.

La mala o buena prensa, las adhesiones o censuras particulares no debieran perturbar nuestro sueño pero sí el miedo; pues no hay herramienta más perversa que el temor a encarar las sombras, porque el libre albedrío no conoce mayor enemigo que uno mismo.  Los ataques más furibundos a la libertad proceden de quienes, en realidad, recelan de ella. Terriblemente simple y terriblemente siniestro.

Hay un enemigo en nuestro interior; es cierto. Pero ahí fuera hay serios oponentes que, a diferencia de los aspados gigantes cervantinos, son muy reales, de carne y hueso, de mentes soberbias y poco dadas a la reflexión. Son tribales, fanáticos y se retroalimentan los unos a los otros. Sus estéticas y soflamas son dispares pero, en el fondo y en la superficie, iguales.  Los muy cándidos creen que no hay vida más allá de sus narices y que los otros, a los que aún sin conocer detestan, son seres menores.

No es posible crecer sin dudar y deleznable odiar sin conocer. La humildad bien entendida no es hermana de la tibieza pero sí prima de la inteligencia. Cuando comienzas a ver algo de luz comprendes que nada sabías ayer y que mañana, tal vez, dudes de lo que hoy, con altiva testarudez, afirmas. Pues las ideas están para pensarse y la reflexión para crecer. No sé si mejor pero soy muy distinto a quien fui hace veinte años y mañana, tal vez, seré diferente a quien ahora creo ser. Nuestras mentes habrían de ser como los círculos concéntricos del tronco de un árbol; muescas de la evolución, testigos de una génesis constante. A medida que el árbol crece se hace más robusto y resiste mejor los embates del viento.

Los armarios son perfectamente prescindibles. Mejor frente al mar, sintiendo cómo los pies se hunden en la arena y cómo la brisa inunda cada alveolo de nuestros pulmones. Mejor, mil veces mejor, el viento insolente de una montaña y el agua pura y cristalina de un riachuelo. Griten en las montañas y dejen que el eco les recuerde que están vivos.

Salgan fuera, levanten los mentones y vivan con plenitud, también con moderación. Aléjense cuanto puedan de las almas encadenadas y espíritus canallas. Allá ellos con sus caenas y sus condenas.

 

 

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