Santiago, un artículo de Pep Marín

Santiago

Las sirenas anuncian un bombardeo inminente que se cuela por el ombligo. Habrá que ponerse a cubierto. Ya no son uno ni dos, sino cinco las personas que le han dicho a Paco que su hija se “junta mucho”, en el recreo, y fuera del recreo, con el hijo de Santiago, el regresado.

Además, le ha dicho Lucía, la madre de Eva, la de la vida paralela en el gimnasio, sin que nadie la haya visto pero con la fama a cuestas de femme fatal por lucir mallas ajustadísimas, en la puerta del colegio, donde se amasa y bien amasado el pan nuestro de cada día, que la cría va hacer un trabajo sobre la vida en la zona abisal oceánica junto con el hijo de Santiago, elegido por ellos mismos. Así que tendrán que reunirse en sus respectivas casas como hacen todos y todas, y hasta merendar: “Llévate ojo”.

¿Qué sabes tú de Santiago aparte de lo que ya sabe todo el pueblo? Se sabe que Santiago desapareció. Desapareció, sí, después de que le denunciara un vecino. Un vecino al estilo James Steward en la ventana indiscreta, un tragamelones prejubilado con un panzón que ya nunca más se vio la polla en directo, sólo en los espejos, y la imagen que devuelve el espejo no es, no existe.

Denunció ante la benemérita que Santiago tenía un montón de plantas de marihuana en su casa; así se ganaba una especie de nómina digna más la orfandad, eso lo digo yo: ¿Y quién eres tú? Porque repartir publicidad es igual a mirar el moco fijamente y comértelo aún con restos de tierra y alquitrán, y el tatuaje en mitad de la cara no ayudaba para ser contratado en un trabajo reglado. No estamos hablando de un narcotraficante como Al Pacino en el Precio del poder, y no es que NO lo llamaran para una entrevista de trabajo; es que a veces ni podía dejar el currículum por su aspecto de psicópata deshojando una margarita. De esto hace por los menos 20 años, puede que más. El tiempo que queda detrás parece menos, pero es más a determinadas edades. Después, todo rumores de corta y pega.

Se sabe que sus padres murieron en un accidente de tráfico, en el acto, y que su hermana ejerce de anestesista en un hospital de la capital. Y que vive en la capital; que es, dicen, vegana y bisexual. Un combinado mágico atrae musas para que algunas personas se conviertan en Gustavo Adolfo Becker, e incluso en Allan Poe.  Se sabe que Santiago sale a correr con su perro. Que su pareja hace artesanía con material para reciclar. De su manufactura salen objetos con un toque de misterio y de colores llamativos que anuncia y vende online. Se sabe que Santiago viste de negro y tiene un casco también negro. Es de los pocos/as de aquí que tiene un monopatín eléctrico, negro. Tiene un hijo, Arturo, de nueve años, que lleva gafas y se parece a Laudrup, exjugador del Futbol Club Barcelona; así, en pequeño.

Las cartas están ya encima de la mesa. Esto es como quién borra una pizarra pero se siguen quedando marcadas de forma tenue las frases que había escritas. Parte de los padres y madres de la clase ya se han hecho una composición de lugar. Oculteo y matuteo. Cosas raras. Paco ya tiene la china en el zapato. Santiago no lleva una vida clara. Eso se espera de él; eso espera el pueblo. En el laberinto creado para el ratón blanco no hay salida.

A Paco le faltan habilidades para hablar con su hija de nueve años. No quiere ser así, ni es de por sí como era su padre, pero jugar al empate teniendo al silencio como aliado es como  querer ver el Tour de Francia con la tele apagada. Ahora está convaleciente; ya ves tú el estropicio que te puede ocasionar en el culo un pelo que crece hacia dentro. En la primera cura pensaba que había sido un alien quien le había mordido. Laura, su mujer, está con una depresión de caballo. No fue una cosa de sopetón, fue como la gota malaya de la tortura capitalista en la que si no estás en el juego de dar tu vida para la cauXa estas apestado/a, como cuando una borrega se queda mirando cómo pasa el tren de las siete de la mañana con un montón de gente que va al trabajo. Laura no tiene tatuajes en la cara, pero no la llamaban ni con un buda hecho con sal del Tibet, a modo de conjuro atrapa suerte, a una entrevista de trabajo; dos, dos años y medio; un email: “Hemos cerrado el proceso de selección y en esta ocasión no has sido la persona seleccionada para la posición de limpiadora de almacén. Sin embargo, te animamos…”. Ni como chupadora de caracoles. Vaso y gota. Colmo. Caída de brazos. Cerrojo al caudal de serotonina, dopamina y demás pesca contra la alegría del demonio colorado. Si se levanta es para orinar, y poco más. Muy serio. ¿Dónde estará cuando no se está?

La hija de Paco marca el paso. Primero, casa del hijo de Santiago. Dar pie con bola en estos momentos de zozobra escuchando al diablillo de las grandes catástrofes es como resolver la conjetura de Collatz. Un mal cuerpo predecible desde la noche anterior. Malestar estomacal, allá donde reside el verdadero cerebro. Aceleramiento carnal generalizado. Sudores. Mal olor corporal por hormonas alteradas por el ritmo de los pensamientos y de ideas funestas. Náuseas y vértigo. Palpitaciones. No le iba a decir a su hija lo que todo el mundo alrededor pre-sabe. Porque el pueblo vive en las células de Santiago. Además, la cría estaba más contenta que si le hubieran regalado un submarino para ver la zona abisal en directo. No ha hecho falta llamar al telefonillo. Santiago y artista, e hijo, han abierto la puerta de abajo. Paco se ha visto envuelto en el remolino cruel de un ataque de angustia justo en el instante en que su hija le ha dicho que tiene las manos sudorosas.

Arriba, en el piso, las cosas comenzaron a cambiar para siempre, los cinco fundidos en un abrazo, bajo la mirada atenta de un amuleto con forma de elefante con la trompa hacia arriba, azul y verde, en la pantalla del ordenador portátil: Santiago, cloud ingeneer.

Falta Laura, pronto vendrá, y también será para siempre.