Salamanquesa, por Pep Marín

Salamanquesa

Como mola que te espíen sin que tengas la menor idea de ello. Que te espíen hasta con crucifijo y Jesucristo nuestro señor en la cruz detrás de la persona que espía, y con un tomo de la onstitución sobre la mesa que parece una cama. Que gozo que te espíen sin que te quepa en la cabeza que eso se pueda hacer en estos días corrientes de democracia pura y dura. Que pienses que el hecho de espiar sea un acontecimiento que ya ha ocurrido en otros tiempos lejanos, en otros sistemas de organización social y política que no es el tuyo, tan sólo en la imaginación de un guionista de cine, y que, del dicho al hecho, sobre todo en tu soledad momentánea por traslado forzoso de reflexión conyugal, te toques suavemente mirando fotos en blanco y negro y gritando nombres de mujeres imposibles. Que gozo para el que espía saber de primera mano lo que haces y lo que dices, conocer tu vulnerabilidad, tu vicio, tu indecorosa cesta de la compra, tus monstruos y luces, para utilizarlas en tu contra cuando menos te lo esperes y se te quede cara de bobo/a, mientras te haces un túnel de tanto rascarte la cabeza intentando encontrar respuestas.

Como mola la tecnología en forma de salamanquesa con video y audio incorporado, en tu discreta casa de campo sin muchos vecinos, reptando por las paredes, no sentenciándola a muerte dadas las prestaciones que tiene naturalmente una salamanquesa. Al otro lado, un té verde templado en un extraño recipiente en una noche más y cualquiera; un policía de paisano, unos auriculares y una ventana abierta al verano, en la pantalla tú llorando hasta que por fin te acuerdas de un nombre, mientras tanto la angustia te ha podido, la tristeza de que algún día todo pueda ser olvido y, asustado, te has puesto hacer como loco sudokus.

Mola que te escuchen y te vean discutir con la nevera vacía, que sientas vértigo al ver sangre en tus heces, que te pongas a bailar con el vestido que más gustaba y favorecía a tu madre muerta. Mola que te escuchen decir a tu perro las cuatro verdades del barquero que no te atreves a confesar en público, tu intimidad única, tuya como tus cejas, que tu mirada se quede fija en la mala sombra de un dragón que no sueña, con lo que sueñan los dragones madre mía, sueños gigantes y muy bien repartidos para que todas tengamos al menos uno, y te caiga otra lágrima más, una de tantas, antes de ponerte debajo de la lengua un orfidal para que deje de sonar la orquesta del señor pánico y te mientas, que igual podría ser posible sin él mañana, o pasado, cuando estés más tranquilo y sin la ayuda de nadie, con una paciencia y amor que no llega, ni se comprende; ni asomando la cabeza a tu patio de luces saben cuál es la procesión que va por dentro.

Como mola ser espiado en tu ecosistema en busca de pruebas para hacerte bicarbonato sódico cuando has dado el paso a presentarte como candidato a presidir la federación. Cómo disfrutas viendo al bicho dando vueltas por la pared intentando morderse la cola y que vea, la persona del otro lado, que te has puesto dos veces Kramer contra Kramer para ver si hinchándote a llorar se inunda la casa de líquido y se va en barca la pena. Mola un espionaje que además tenga su origen en la instrucción de un político, un representante del pueblo, y utilizando medios públicos, dinero de todos, es fantástico, es guay, es democracia dura, es eternidad, espuma de mar, paraíso y oasis, es bello, son 12 hombres sin piedad y Matar a un ruiseñor, es La vida es bella, es La insoportable levedad del ser. Que te vean al otro lado haciendo columnas de monedas de cinco céntimos, rompiendo resguardos de quinielas, mirando a través de la mirilla de la puerta y no abrir, otra vez el pesado éste, no viene en busca de mi alivio sino en busca de calentar una silla si salgo elegido, volver a la cama, escribir en tu diario, borrar fotografías en el móvil, intentar morderte un pie. Mola cuando cambia de ángulo la salamanquesa, y te desperezas con un séptimo bote de cerveza, cuando miras a la calle y te preguntas cómo puede la gente, qué ganas, qué salud mental, y tú no puedes, ni sabes lo que puedes o no, ni lo has intentado.

Mola cuando te ven dudar, cuando retrocedes en lo escrito a través de tu móvil, cuando aparcas ideas confusas y limpias por quinta vez el baño. Como mola que te espíen cuando estas en plena crisis existencial pasando revista a cajas de recuerdos, para que te den una señal cuando los días van tan despacio, haciendo un ovillo con tu cuerpo para evitar el dolor ante la imagen de que ella esté con otro, y agarrándote a la idea de que no tienen sexo los ángeles. Mola sin duda que te espíen bien espiado, en tu casa, en tu intimidad, en las bases de datos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado para ver si pillan una multa, una doble fila, una luz rota, un error de antaño. Y es un gusto y un placer que los medios se hagan eco con cierto aire de soplo de ratón ante un hecho que tanto mola a los regímenes democráticos; que las plumas se desvíen y garabateen con ansía las rupturas de matrimonios políticos, único asunto, y ni un trazo en el bodegón en plan mural sobre lo bonito que es ser espiado, a mí que me espíen, una grande y libre.

Jefe, le dice el espía a otra persona, este tío está White, como no pongan en portada de diario digital que es un adicto a los ansiolíticos y que gusta de abrazarse a los cristales rotos de su vida, no veo más allá nada de nada, esta depresivo, no creo que llegue muy lejos en las votaciones, irradia tristeza, y la tristeza resta más que vende. Como siga espiándolo lo mismo soy yo quién va a su casa a llevarle la compra, abrazarlo y llenarle las mejillas de besos. Lo dejo en sus manos, por este lado nada, puede llamar a Perla Sweet, especialista en colocar merca en coches, ya sabes, aunque me da pena el chico.