Ropasuelta, de Santos Martínez

Rosa Campos Gómez

Santos Martínez, periodista y escritor, premiado por varios relatos, ha publicado su primera novela, Ropasuelta (Ed. Hoja de Lata), en la que narra los hechos que transcurren durante una Navidad con una acidez brillante, que induce a que nos sumerjamos en su lectura con curiosidad de buceadores en esta escritura que está formada por frases cortas, lo que conlleva que sean concisas y precisas, cargadas de energía, que le dan dinamismo al libro e invitan a que no te puedas saltar ninguna línea porque pierdes riqueza de datos y contexto.

La acción transcurre en Fuente Librilla. A través de la lectura se nos hace fácil viajar a esta pequeña localidad que pertenece al término de Mula, donde podemos sentir el aire que en invierno baja de Sierra Espuña mientras recorremos sus calles o las tierras de secano que la circundan, con almendros y olivos y con corrales de ganado.

A Fuente Librilla, de donde escapó hace casi una década, vuelve Santini, joven periodista que anhela ser escritor, que ha trabajado en numerosos empleos de diferente calibre social y económico y que ahora está pendiente de cobrar el paro. Y con él, es decir, desde su mirada, vemos a sus vecinos, pero sobre todo conocemos a Matías, su padre, que tiene el apodo que da título al libro y de quien Santini afirma que “iba por la vida como si el cielo le debiera algo”. La razón de esta vuelta al pueblo se debe una llamada de teléfono de su hermana que le pide volver, reclamo sobre el que durante toda la lectura tendremos oscilantes dudas de si es o no premonitorio.

Ropasuelta es una historia de ficción tejida con factores y aspectos de la realidad, creando a unos personajes que reflejan lo que hace sufrir y a otros con los que empatizar, forjando una singladura que carga con las alforjas de lo que hiere, pero también de lo que puede reanimar. Santini, narra en primera persona todo lo que acontece en cada página, y nos lo entrega con esa frescura que otorga el contar las cosas sin intermediarios, y con una profundidad que refuerza los cimientos de la introspección. Las contradicciones, las inseguridades y las certezas del protagonista quedan expuestas con toda claridad en muchos momentos, así como su manera de desdoblarse desde una sinceridad que le resuena al instante en su interior.

Al estar unidos por pueblos tan cercanos tenemos un vocabulario común en el medio rural que me ha gustado verlo aquí escrito, pero que no suele ser frecuente en una conversación actual, palabras como “escandallo”, “fanega”, “esturrear” que el narrador inserta en frases como si las sutilizara en su día a día, aunque poco antes, y después, cite fragmentos de textos y canciones en inglés, como cuando explica la necesidad de no sentirse excluido, y el sosiego de saber que no lo está, con ‘Pinhead’, de los Ramones, “Gabba gabba we accept you we accept you one of us!” -¡Gabba gabba, te aceptamos, te aceptamos, uno de nosotros!-,  de la que dice: “esa canción, que le puso nombre a lo mío”… Yendo con fluidez de lo local a lo universal y viceversa, fusión que pone en evidencia las carencias de oportunidades laborales que hay para la mayoría de la gente joven en cualquier lugar, dándole con ello una sugerente presencia cosmopolita a la novela.

Dayo Kane, el escritor al que Santini tiene en un altar, y que a menudo recuerda con reflexiones sobre sus personajes: “la manera de criticar al mundo entero solo después de haber hurgado en sus propias llagas. El baile esquizofrénico entre considerarse Dios y un pelagatos”; o citando frases jugosas que tiene muy en cuenta, como una especie de vademécum que le estimula en su quehacer de escritor en ciernes, incluso para saldar cuentas pendientes y cauterizar heridas.

En cada capítulo, enunciado por una fecha y sus momentos, leemos los olores, se desgrana el tiempo, se olfatea la vida. Y aunque no hay nada bucólico en ese retorno, debido al enfrentamiento entre dos generaciones que han tenido oportunidades muy distintas y a que la libertad tiene alas desmochadas donde sea fácil entrometerse en la vida de otros, el horizonte, aunque escueto, tiene apertura.

El escenario donde se desarrolla la novela es un microcosmos: millonarios que se creen superiores por esa riqueza, diferentes tendencias sexuales, la necesidad de trabajar para comer, el dolor por la humillación, la lucha por la vida… y el amor, y en este punto Sara es como brisa fresca y a la vez cálida, con el conocimiento universitario y la llaneza local, una joven que pone de relieve la fragilidad y la fuerza que anida en Santini, quien se reconoce para sus adentros como perdedor, pero sabemos que tiene verdad -aunque  se la trague cuando es recomendable-, y humanismo, lo que le permitirá seguirse en construcción, independientemente del lugar donde se halle.

En Ropasuelta -además de todo lo dicho, y de lo que queda por decir- podemos asegurar que un diente de ajo tiene su importancia, que Jesús es un hermano e hijo que despliega ternura, que el padre es un hombre ensombrado cuyas reacciones son golpes al ánimo, y que hay un viaje que va desde Fuente Librilla hasta Berlín, pasando por Barcelona y otras ciudades, todo con un humor potente y patente, y con frases que pertenecen a la veta luminosa que también la historia posee, como la que Santini le dedica en su pensamiento a Sara, y que reverbera entre sus líneas: “Brillaba como los albaricoques buenos”.

   *El pasado 7 de febrero, en la presentación del libro Ropasuelta en el Museo de Siyâsa, acompañé a Joaquín Salmerón Juan (director del museo) y a Santos Martínez (autor). Fue un grato encuentro en el que La Sierpe y Laúd también colaboró.