Los regalos, según María Bernal

Regalos

Últimamente parece que no se puede pasar sin comprar regalos. Es cierto que a nadie le amarga un dulce, pero también es una triste evidencia que nuestro día a día esté lleno de regalos.

Materializamos todo pensamiento y toda circunstancia, bien porque deseamos que la persona, a la que queremos regalarle, así lo merece, bien en ese afán de querer demostrar lo mucho que somos y lo mucho que valemos por el insignificante hecho de regalar, máxime cuando en la mayoría de los casos se hace por puro compromiso.

Siendo una sociedad, la nuestra, tan consumista, envidiosa y caprichosa, pese al ejemplo moral que siempre se quiere mostrar y pese a que estas cualidades se han triplicado desde la irrupción de las redes sociales en nuestro día a día (ahora todo se muestra), la segunda razón, la de regalar por aparentar, no debe resultarnos extraña, sino más bien cotidiana, se mire por donde se mire.

Regalos absurdos son los que inundan nuestras vidas, regalos disparatados son los que se dejan caer en la vida de los más pequeños y regalos guiados por ese convencionalismo del que no somos capaces de desprendernos son los que de manera inexplicable convierten a las personas en ogros codiciosos que cada vez exigen más.

Echemos un vistazo a los cumples de los más pequeños. Ahora, la moda estriba en invitar a todo quisque y formar una macrofiesta de cumple donde haya mínimo 25 invitados. Para esa fiesta se ha llegado a la conclusión de que la mejor manera para regalar  es poner cada chiquillo una cantidad que oscila sobre los 10 euros para hacerle un macroregalo al cumpleañero.

Patinetes, miniconsolas, bicicletas de montaña, coches teledirigidos y un sinfín de regalos por los que a día de hoy doy gracias por haber nacido en el siglo anterior. Y es que en mi época había niños que venían a nuestro cumple sin regalo alguno y ni era obligado, ni señalado, si tenemos en cuenta que el significado de nuestras minifiestas, si es que nos la podían celebrar, era simplemente estar juntos, merendar y comer tarta.

Más regalos. ¿Qué sucede cuando algunos nenes y nenas acaban su curso escolar con buenas notas? Pues que esperan ese tan ansiado y merecido, según los papis de las criaturas, regalo que les prometieron (en la mayoría de los casos, a los de 2ª de Bachillerato, el carné de conducir y por qué no, un cochecito de segunda mano, o directamente el coche familiar). Recuerdo mis numerosos y repetitivos regalos a final de curso para los que tiraban la casa por la ventana, esos “enhorabuena” de mis padres que, algunas veces, iban acompañados de un “te lo mereces por tu trabajo “, sí, he de admitir que mis padres, sobre todo mi madre, nunca han escatimado en palabras.

20 años después, entiendo por qué esos regalos eran los mejores pues suponían el aliciente inmejorable para poder superarme al siguiente curso. Casualidad es que a mis amigas les regalaban lo mismo, y así, íbamos alimentando esos valores que después nos convertirían en personas conformistas en lo concerniente al materialismo.

La llegada de fin de curso o del final del trimestre también era y sigue siendo motivo para dar regalos. Actualmente, las distintas tutorías, lideradas por esas madres o padres a los que les preocupa más el regalo de fin de curso que el hecho de que el hijo lleve al día los deberes, se convierten en equipos para ver quién hace el mejor regalo: joyas de firma, bolsos de marca o perfumes caros han sustituido al típico bolígrafo grabado, abanico pintado o al ramo de flores que medianamente todo el mundo se podía permitir. Antes íbamos nosotros a comprar el regalo, porque solía ser uno solo y porque solo se solía comprar en el último curso de la Primaria, con toda la ilusión del mundo y contando las monedas para no pasarnos del presupuesto. Sin embargo, ahora son las madres las que le han quitado el rol a los hijos de elegir ese regalo que quieren para su “seño”.

A veces pienso que hemos perdido el norte, otras imagino que esto debe cambiar, porque lo que no es concebible es que ahora todo se compre por medio de regalos como pretexto perfecto para tener controlada una situación que para nada nos beneficia, sino que nos hace adictos al consumo sea al precio que sea con tal de quedar bien y no ser cuestionado por las malas lenguas.

En resumidas cuentas, lo esencial es el significado del obsequio y no su valor, de ahí que, a veces, los regalos manuales sean los que más nos llenan, al saber que han sido hechos a conciencia y no comprados desde el sacrificio que para muchas personas suponen.