Reflexionar sobre nuestra actitud, según María Bernal

Reflexionar sobre nuestra actitud

Tanta hipocresía se respira en el ambiente de nuestro día a día, que va a llegar un momento en que nos vamos a asfixiar por el recelo de tantas personas. Y es que si hay una realidad evidente es la que responde a la de aquellas personas que no se alegran de lo bien que les puede ir a los demás. Muchos sienten rabia del optimismo que minuto a minuto pueden transmitir las personas, y luego hallamos a esa minoría que sí, que tiene un corazón de oro y contribuye notablemente, no solo a su enriquecimiento como persona, sino también a que los demás sean felices.

Y desde esta vorágine es de dónde emana la falsedad con la que se mueven esos que, como piezas de ajedrez, dispuestas a quedar por encima de su rival, se mueven por el tablero con sonrisas o miradas que, en algunas ocasiones, te hacen un jaque mate sin dar pie a una defensa.

Nadie se alegra de nadie. Los logros de las personas se convierten en el pretexto perfecto para atacar, para intentar que alguien no cumpla sus sueños, para tirar por la borda todo el empeño que una persona derrocha para seguir avanzando.

Las buenas noticias, la felicidad de alguien o la prosperidad son motivos que no suelen gustarles a aquellos resentidos que, lejos de la actitud guerrera que hay que tener para afrontar la vida, prefieren hacer lo que esté en sus manos para enturbiar todo propósito de la gente que trabaja día tras día para cosechar, en la medida de sus posibilidades, su más que merecida victoria.

Pero pocos son los que toleran y digieren bien esto, bien por frustración, bien por envidia al no conformarse con las facultades con las que la vida los ha dotado. Y ahí estaría el quid de la cuestión: querer aspirar a lo que otros tienen, en lugar de aceptar quiénes somos realmente.

¿Alguien se ha parado a pensar en el sacrificio que puede suponer el subir un escalón en la vida? Estoy segura de que no. Si ven a alguien subiendo peldaños, critican. Si ven a una persona esperanzada, atacan y si ven a una persona en vías de conseguir su sueño, la juzgan.

El optimismo, por su parte, parece irritar. Se ve en las caras de aquellos a los que no les simpatiza que alguien derroche su ilusión y su felicidad con el fin, en muchos casos, de compartirla con todos los que necesiten de esta dosis y no son capaces de encontrarla, ya que acaban contagiándose de esas personas alegres que van sin tapujos.

Cultivar el optimismo y mantenerlo es una labor compleja que la persona que lo airea trabaja todos los días para darle una cantidad de oxígeno extra a su vida. A fin de cuentas, vivir minuto a minuto, siendo felices con nosotros mismos, es la mayor recompensa que nos vamos a llevar cuando muramos. Tengamos en cuenta que cada vez que miramos por nosotros mismos y actuamos en consecuencia, se multiplican en nuestro organismo los niveles de serotonina, la hormona que no debemos permitir que se fugue de nuestro depósito ni por nada, ni por nadie. Contribuir para ayudar a los demás, sí; arriesgar nuestra propia salud emocional, no.

Y es que parte de la sociedad se ha convertido en un francotirador de dardos envenenados, aunque también es cierto que hay un sector de ella que sigue haciendo caso omiso a la maldad, a las críticas y a la inquina más que demostrada, optando por llevar una vida sosegada y dedicada únicamente a buscar su felicidad en la medida de lo posible y poder ayudar a los demás.

Son personas fáciles de identificar y no precisamente es necesario un radar para ello; basta con fijarse en la incondicionalidad que emplean para hacerlo todo; basta con darse cuenta de cómo no alardean de todo lo que hacen, sino que lo hacen y punto; basta con escuchar que jamás tienen un no por respuesta, porque luchan hasta conseguir el sí; basta con comprobar cómo no dan explicaciones de nada, no son necesarias; basta con observar cómo son capaces de sonreír con la mirada y hablarte desde los sentimientos más profundos; basta con disfrutar de ellas cuando eres capaz de abrirles tu corazón y contagiarte de todo lo bueno que de ellas se desprende.

Ser hipócrita se ha normalizado actualmente, solo hay que asomarse al patio de las redes sociales donde, a través de halagos fingidos para demostrar ser alguien quien por naturaleza no se es capaz de ser, la gente dice lo que en muy pocas ocasiones piensa por el simple hecho de quedar bien. Pasa en las mejores familias y en muchos entornos de trabajo.

Urge un ejercicio de reflexión sobre la forma de actuar que tenemos todos, es imprescindible aprender que no hay que dar explicaciones para justificarse continuamente; es esencial saber afrontar un no por respuesta, tanto el que la da, como el que la recibe; es importante saber utilizar la palabra adecuada en el momento oportuno y sobre todo, hay que aprender que no todas las personas son iguales, por tanto, solo es cuestión de elegir a quien tienes que acercarte para ser dichoso.

 

 

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