Recortes emocionales
Supongo que habrán escuchado alguna vez el término archivo MP3, puesto que se ha convertido en un estándar al ser el más utilizado desde hace años como formato de archivos de sonido, de música, por ejemplo. La mayoría de los archivos de sonido que utilizamos en el ordenador, en el móvil, o incluso los que escuchamos online son archivos MP3. El descubrimiento, o más bien, la creación del algoritmo de compresión que convierte una pista de audio original de un CD en un archivo de poco tamaño ejecutable en un ordenador, en un reproductor de música, en un Smartphone, o incluso en un disco físico MP3 fue una revolución debido al tamaño reducido de estos archivos, nada menos que un 90% menor que el archivo original. Para hacernos una idea aproximada, si en un CD normal podías almacenar un disco de música, en ese mismo CD, pero con archivos mp3, podías almacenar 10 discos.
El truco para conseguir estos archivos de tamaño reducido, es decir, el algoritmo o proceso utilizado para convertir una pista de audio a MP3 es recortar las frecuencias del sonido original que considera prescindibles, que supuestamente nuestro oído no puede percibir. La técnica que utiliza es eliminar los sonidos que quedan fuera de los umbrales mínimos y maximos de audición del oído humano. También aprovechando el enmascaramiento de las bandas
de frecuencia; por poner un ejemplo, si estamos conversando con una persona situada en la acera de enfrente de una calle, y de repente pasa a toda velocidad una moto, el ruido del motor enmascara la voz de nuestro interlocutor y no escuchamos el sonido emitido. El algoritmo de mp3 hace lo mismo, elimina los sonidos que cubren a otros y supuestamente no distinguimos. La cuestión es, ¿realmente no detectamos esos sonidos? ¿Es importante la parte desechada de ese archivo o no afecta a la calidad del mismo?
Yo estoy convencido de que si existe pérdida de calidad, es decir, se pierde parte de la esencia de una canción escuchada con su sonido original. Sobre todo, en base a la experiencia tenido, por ejemplo, en conciertos en vivo. Da la sensación de que las propias ondas sonoras, las vibraciones de la música, las sentimos en el oído o en otras partes del cuerpo. Aunque no las percibamos claramente como sonidos, si las percibimos de otra forma. Es algo que más que oírse, se siente. En esos mismos eventos cuando estás en un concierto, hay algo que también se siente, y es esa comunión con el resto de asistentes, con la masa, esa especie de sintonía en la que nos sumimos que nos hace sentir la música de forma especial. Y no solo la música, por ejemplo en el cine, cuando hay una sala llena de gente no se vive igual que en casa, o en una sala desangelada con solo una decena de personas desperdigadas. La emoción que nos puede hacer sentir una buena película, con la mezcla de imagen y sonido es inigualable cuando comparecen muchas personas, siendo capaces de emocionarse juntos, de reír o llorar según la situación.
Actualmente, las personas, me da la impresión de que cada vez más estamos haciendo como con el algoritmo MP3 con respecto a las emociones, es decir, intentamos recortar o reprimir los sentimientos, principalmente, para no sufrir. Nos da vergüenza mostrarnos emotivos delante de otras personas, llorar o mostrar rabia o compasión. Hay incluso gente, y esto no viene de ahora, sino de la época de amenaza nuclear de la guerra fría, que opta por no tener hijos para no exponerlos al sufrimiento de este mundo cruel. Personalmente no puedo estar más en desacuerdo, ya que la vida es un regalo que debemos aprovechar cada día, aunque tantas veces duela; sin embargo, ese sufrimiento es algo inherente al vivir, solo que cada vez nos cuesta más aceptarlo. Ahora que viene una de las épocas más bonitas y emotivas del año, la Navidad, hagamos un esfuerzo por quitarnos esa coraza, la correa de sujeción con la que reprimimos las emociones y sintamos la grandeza de estar vivos y poder compartirlo con familiares y amigos. Feliz Navidad a todos… y todas.