Rabanizas y ‘La Corredera’

Todas las semanas nuestros lectores y lectoras podrán disfrutar de la nueva sección La mirada de Tete Lucas, donde el célebre fotógrafo local llevará a cabo un análisis de las mejores fotografías que ha realizado de la localidad

Tete Lukas

Cosas como esta suceden cuando el ser humano deja a la tierra tranquila por un tiempo, solo tenemos que recordar lo que sucedió en el año 2020 cuando durante el confinamiento fuimos testigos de cómo la vegetación se abría paso en las ciudades, los jardines se asilvestraron y las planticas brotaban de entre las baldosas, sin olvidar a los animales que bajaban del monte pensado quizás que por fin había llegado su momento, pero no fue más que un espejismo. Algún día les llegara…

Para tomar esta fotografía lo tuve relativamente fácil, ya que solo necesité madrugar un poco y cruzar la carretera nacional que separaba mi casa en ‘La Corredera’ de este bancal en barbecho. Tras unas generosas lluvias, millones de semillas de rabaniza amarilla (Hirschfeldia incana), latentes en aquella tierra laguenosa, germinaron y florecieron, tapizando aquel bancal de un bello manto amarillo que maravillaba a la vista.

La luz del sol a primera hora del día incide en dirección casi horizontal, acentuando las sombras y creando volumen en las formas, y las siluetas de las montañas adquieren un tono azulado al contrario que en los atardeceres que suelen verse con tonos más morados o violetas. Además, la humedad de la noche comienza a evaporase creando una neblina que genera un bonito degradado que va desde el azul intenso de las montañas, en primer plano, hasta casi un blanco que acaba fundiéndose con el cielo.

Pero más allá de la imagen, que no tiene mucho más mérito que estar en el lugar y momento adecuados, quisiera hablaros del vínculo especial que me une a la casa de ‘La Corredera’ y a un trágico suceso que ocurrió, más o menos, desde donde está tomada esta foto.

Y es que resulta que mi familia paterna vivió en ella como medieros durante varias generaciones, desde el siglo XIX (no sabemos exactamente desde cuándo) hasta finales de la década de los 50 del siglo XX, y, por casualidades de la vida, yo regresé allí más de medio siglo después, donde viví durante cinco años y, aunque bastante cambiada, todavía conserva los muros originales y hasta las centenarias colañas que sustentan el tejado.

El trágico suceso que quiero recordar, para que no quede en el olvido, ocurrió el 16 de abril de 1939, apenas dos semanas después de que finalizase la Guerra Civil. Aquel día, mi bisabuelo Pascual Lucas Marín (1885-1939) salió a pastorear su rebaño de cabras y no tardó mucho en encontrar en el suelo un objeto que nunca hubo de estar allí: una granada de mano abandonada por combatientes de la guerra. Mi padre Pascual Lucas Motellón cuenta que en la familia se recordaba que durante los últimos días de la guerra algunos combatientes, procedentes de Cartagena en dirección a Madrid, pasaban por allí e iban dejándose por el camino todo tipo de objetos: desde armamento y carros hasta motocicletas, quizás para aligerar peso.

Aquel día 16 de abril del 39, mi abuelo Juan Antonio Lucas Rojas, ‘el Ministro’ (1926-1987), quien por entonces contaba con 13 años y siempre hacía compaña a su padre en el pastoreo, se entretuvo desayunando un vaso de leche de cabra cuando, de repente, desde la casa se escuchó una fuerte explosión. Todos acudieron corriendo para ver de qué se trataba y cuando llegaron al lugar encontraron el cuerpo de mi bisabuelo desmembrado y esparcidos sus restos varios metros a la redonda.  Aquella granada le explotó en las manos. Aunque la guerra ya había terminado todavía seguía cobrándose vidas de personas inocentes y, como sabemos, lo siguió haciendo después, durante la dictadura.

Ese día mi bisabuela María Rojas salmerón (1889-1987) no solo quedó viuda, sino que, además, a esa desgracia hay que sumarle que uno de sus hijos, Juan Lucas Rojas, quien marchó forzosamente a combatir a la guerra nunca regresó, y jamás se supo más ni de él ni de su cuerpo.

Cosas de la vida. Si mi abuelo no se hubiera retrasado ese día en el desayuno, probablemente la historia sería otra y yo no estaría escribiendo estas líneas.

Pau i amor.