Quizá todo cambie, por María Bernal

Quizá todo cambie

Este viernes 20 de noviembre se celebra el Día Internacional del Niño. Homenajeemos, pues, a esos menores que son capaces de demostrar un alto grado de madurez superior a la idiotez de tantas personas adultas. Solo basta con echar una mirada al panorama actual para cerciorarse de que mientras en el mundo adulto se vive una guerra constante (envidias, discusiones por motivos absurdos, manipulación de cualquier tipo de información, inconformismo con todo lo acaecido aunque el viento sople a favor…), en el mundo de los niños, solo existe alegría.

Frente a esa capacidad que el ser humano adulto alimenta día tras día para ser un egoísta por excelencia, se alza la humildad y el conformismo envidiable de los más pequeños, convirtiéndose estos en maestros ejemplares de la templanza y el sentido común que tanta falta les hace a aquellos mayores que hacen de su existencia una auténtica queja. Cicerón decía que el egoísta se ama a sí mismo sin rivales; justo lo que se puede comprobar si echamos un vistazo a nuestro alrededor.

Nos encerraron y muy pocos se acordaron de los niños. Las pobres criaturas, que se conformaban con asomarse a una ventana o a un balcón para mostrar sus dibujos del arco iris, pasarán a la historia como el prototipo de comportamiento moral, envidiable en todos los sentidos, que se ha alejado considerablemente del de los mayores, los cuales han optado por saltarse las reglas desde el minuto uno a pesar de que de su negligente actuación hayan dependido tantas vidas.

Este viernes 20 de noviembre se celebra el Día Internacional del Niño y se recuerda un año más que los pequeños forman parte de uno de los grupos de población más vulnerable: son los que sufren, por desgracia, todo el padecimiento que puede generar cualquier crisis o cualquier problema que haya en el mundo.

Y lejos de la dichosa vida que los niños de los países desarrollados tienen la oportunidad de vivir, están aquellos que no tienen la fortuna de comer tres veces al día, menos aún médicos que los atiendan. Pero ahí están, con una sonrisa inmensa que reluce entre sus menudas carnes, consumidas por la desnutrición, pero firmes ante la ilusión de que quizá algún día todo cambie.

Y mientras que los adultos siguen guerreando por un estilo de vida codicioso, los niños de los países desarrollados son valientes y muestran su lado más tierno, conformándose con lo que el destino caprichoso ha querido ponerles en el camino. Porque razonan y comprenden que demasiado afortunados son cuando hay otros que no tienen nada para ser felices, y aún así, lo son.

Solo hay una diferencia entre los niños de un mundo y los de otros: las oportunidades. Porque el corazón de ambos es el mismo, porque si les damos una pelota son capaces de estar horas y horas jugando entre ellos, sin importarles si el contrincante es de un color u otro, o si lleva una camiseta de marca o no. La complicidad de la infancia es la que se encarga de que todos los niños vivan lejos de los prejuicios a los que tan acostumbrados nos tienen la mayoría de las personas adultas.

Este viernes 20 de noviembre se celebra el Día Internacional del Niño, y muchas veces se nos olvida que, mientras que somos reyes con corona de oro, hay personas indefensas en algún lugar del mundo que sufren las crueldades de sus gobiernos, los cuales hastiados de riquezas son capaces de permitir las enormes desigualdades sociales que se producen entre sus ciudadanos; trabajan por tener en su país altos índices de analfabetismo (un pueblo que ignora, es un pueblo condenado a obedecer); además de tolerar que haya enfermedades incurables por las que no tienen intención de investigar. Recordemos, por ejemplo,  la situación de la República Independiente de Malí, una tierra donde los niños a pesar de ser víctimas del hambre y de la sed tienen la esperanza de que en algún momento de su vida, quizá todo cambie.

Ojalá los venideros aniversarios del 20 de noviembre se celebre que alguien acabó con esta realidad tan terrible. Porque si hay dolor infinito es el que produce ver cómo las personas sufren, y ese dolor se vuelve más doloroso cuando el sufrimiento se convierte en el día a día de un niño. Y siguiendo las palabras de Óscar Wilde, no dejemos de hacer dichosos a los niños, ya que como dijo el escritor: “El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices”.

 

 

One thought on “Quizá todo cambie, por María Bernal

  1. Juan Rodriguez

    A ver si la semana que viene haces una columna sobre que tal ha evolucionado la gestión de la de la pandemia en Madrid que complemente al otro que hiciste porfa.

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