Editorial

QUIEN SIEMBRA VIENTOS REGOGE TEMPESTADES

Los atentados de Barcelona y Cambrills golpearon el corazón de Cataluña y de España. Víctimas mortales inocentes cuyo único delito fue estar en el lugar y el momento equivocado. Sin discriminación de edad, sexo o condición. Asistimos, y sentimos, a un dolor profundo. Un dolor que es causa de la sinrazón y de quienes atentan contra la democracia. De quienes quieren imponer su visión única y totalitaria al resto.

De tan fatídico suceso se pueden extraer varias conclusiones. Una positiva es la unión de los seres humanos ante las desgracias y la adversidad. Sucesos trágicos como el de Barcelona y Cambrills consiguen sacar lo mejor que hay dentro de las personas. Donaciones de sangre en masa, gratuidad de servicios durante las horas posteriores, ofrecimiento de alojamiento para las víctimas y una solidaridad enorme que conlleva que no perdamos la fe en el ser humano, a pesar de que han sido «seres humanos» los causantes de la desgracia.

Pero no todo es positivo. Utilizar unos atentados como arma política raya en la vileza. Este era un momento de unión. Sin distinciones ideológicas. En este sentido, han existido casos concretos del uso partidista y político de los atentados. Por parte de los independentistas: por ejemplo la distinción de las víctimas que realizó el conseller de Interior diferenciando entre catalanes y españoles (como si les hubiera podido preguntar a los muertos cómo se consideraban ellos) o la proliferación de esteladas en la manifestación de repulsa del pasado sábado. Y también por parte del nacionalismo español: como es el caso del adoctrinamiento de un sacerdote de Madrid que, desde un púlpito de la Iglesia, puso en la diana de los fanáticos a las alcaldesas de Barcelona y Madrid a las cuales responsabilizó de los atentados. Es este aspecto, Miguel de Unamuno, genio de las letras a caballo entre dos siglos, ya advertía que el nacionalismo se cura viajando.

Sin embargo, no es en este factor donde nos queremos centrar, ni darle la importancia que quieren reclamar con sus actos los nacionalistas de ambos bandos. Un hecho especialmente preocupante reside en las semillas que se están sembrando. Los vientos que se pueden convertir en tempestades. Hemos podido asistir, en los últimos días, a los mensajes que se han lanzado en las redes sociales y en algunos medios de comunicación. Mensajes de odio a una cultura diferente. De odio a todo lo que provenga del Islam.

Estamos de acuerdo en que se debe aplicar mano dura con los salvajes que perpetran este tipo de atentados e intentar poner todos los medios para evitar estas tragedias, a pesar de la dificultad que entraña. Sin embargo, todo ello no es óbice para culpabilizar a los musulmanes en su conjunto. Debemos tener claro que los terroristas son una minoría y que el mayor porcentaje de víctimas del pensamiento único de los yihadistas se da entre los propios musulmanes en sus países de origen, donde tiene el control.

Si sangrantes son los mensajes xenófobos lanzados por los ciudadanos en las redes sociales, más todavía lo son los emitidos por los periodistas. El periodismo, hoy en día, es la segunda profesión peor valorada en España en los estudios sociológicos, solo por detrás de los políticos. Los periodistas hemos perdido el prestigio de antaño, no sin culpa. Sin embargo, el periodismo aún sigue teniendo una enorme capacidad para fomentar estados de opinión. Por ello, desde los medios de comunicación debemos tener mucho cuidado con qué tipo de mensajes divulgamos a la ciudadanía. Debemos ser éticos, honestos y morales. Porque una minoría no puede estigmatizar a la mayoría de una cultura. Y tenemos que evitar lanzar mensajes de odio hacia un colectivo. Esto ya sucedió en la década de los años 30 del siglo pasado, en la Alemania nazi. Y todos sabemos como acabaron los judíos en la Europa ocupada. Por tanto, seamos honestos con nosotros mismos y, por supuesto, con ellos.

 

 

 

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