¿Qué palabras nos mueven?

Rosa Campos Gómez

Las palabras pueden hacernos todo el bien del mundo, y todo el mal cuando son usadas como arma letal. Estamos en las jornadas en que se conmemora el Día Contra la Violencia de Género de este 2022, con unas vísperas en las que el Ministerio de Igualdad -que desde que se creó en 2008 ha sido menospreciado por un número no pequeño de voces- y, sobre todo, quien lo dirige está recibiendo ataques de manera alarmante.

Las palabras pueden ser utilizadas para herir directamente, cuando se arrojan las que insultan, e indirectamente, si, aun no siendo agresivas, se aplican de forma solapada para destruir. Y están las que aclaran, acompañan y alientan que, incluso siendo las de mayor poder, pueden lastimar cuando se silencian sabiendo que, de decirlas, podrían ser de sano apoyo; ocultándolas por miedo a que te etiqueten, o a no querer ser objeto de polémica,  si se pertenece a una diferente afiliación consabida -salvo admirables minorías (por ahora) que se arriesgan a apostar con transparencia por lo injustamente arremetido-; o callándolas porque, aun simpatizando con la parte atacada, no se quiere ser centro de diana de nadie ni que te perjudique en el trabajo con el que te ganas el pan… Qué pena que en una sociedad del siglo XXI todo esto tenga tales consecuencias.

Lo que se está removiendo a raíz de la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, conocida como del ‘Solo sí es sí’, agita tantas opiniones, en las que la crítica constructiva se agradece y la destructiva asusta, que apenas da tregua para ver resultados sólidos con tiempo.

Dicha ley, que está vigente porque ha sido respaldada por una mayoría parlamentaria y jurídica, ya ha empezado a ser aplicada en casos semejantes con diferentes conclusiones. Dicen -jueces de reconocido prestigio por su trayectoria- que mejora en mucho a la anterior, cuestión que argumentan en artículos publicados en distintos medios a los que se puede acudir, para complementarla con la de otros sectores mediáticos que se tienen más a mano, si queremos tener una información que nos procure un pensamiento con criterio propio. Datos a los que debemos sumar un aporte fundamental: el Ministerio de Justicia fue el último que dio el visto bueno para que saliera adelante, y que sin su aprobación nunca hubiera sido aprobada (valga la redundancia), y esto es una garantía que no está siendo referida ni valorada.

¿Por qué no se explica con precisión lo necesario que es esperar a que se cumplan los plazos legales en los juicios, ni los casos ralentizados o apresurados según motivos que estaría bien conocer? ¿Por qué cuando se ve el ataque verbal que hacia alguien se esgrime sin pudor en los medios, esto se observa como algo ajeno que no nos compromete? Observación que nos debiera cuestionar como sociedad, porque si a cada palabra que es utilizada con injusticia no respondemos, aunque sea solo para nuestro fuero interno, con la que puede llevarnos al terreno de la justicia, de la reflexión, del discernimiento y de la empatía estamos entregando nuestra libertad a una alcantarilla donde todo es arroyado por un líquido sucio que mancha por donde pasa con su contaminación devastadora, y deberíamos temer esta deriva… Se me viene a la memoria el final de La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999).

Irene Montero, ministra de Igualdad del Gobierno de España, donde trabaja, junto a su equipo, por conseguir mejoras para la vida de las mujeres -para todas, sean o no sean de su cuerda política-, avances que contribuyen a la calidad de vida de hombres y mujeres, causas por las que igualmente han trabajado todas sus predecesoras -de lo que ella es consciente porque siempre agradece a las mujeres anteriores en el cargo y en la lucha feminista el camino recorrido y heredado-, aguanta que le miren con microscopio cualquier palabra que diga para ver si encuentran algo con que infravalorarla o acusarla de lo más disparatado -como si sólo tuvieran derecho a errar los demás-, levantándole mentiras que como tal se evidencian después, tras haber metido la daga. Cualquier mujer que sufra esa o similar avalancha de acoso debería tener, al menos, el apoyo necesario de sus compañeras de tiempo.

Mas hay luces que no permiten que el panorama sociopolítico quede a oscuras, encendidas por hombres y mujeres de diferentes ámbitos que refrendan las leyes que aportan justicia y evolución. Ojalá que, juntando a esas voces significativas a las de la gente de a pie, se aporte el suficiente respaldo a una mujer a quien cada vez se le ponen más piedras en el camino, olvidando la fragilidad que pueda tener, como tenemos todos como seres humanos.

Mirando lo que acontece, tanto a la ministra de Igualdad como a todas las mujeres a las que se intenta apartar de su actividad pervirtiendo el poder de las palabras, queda explícito, a nuestro pesar, que no es asunto baladí conmemorar el 25 de noviembre, día internacional contra esa violencia tan innecesaria, reivindicación por la que no hay que dejar de trabajar y a la que algún año, si antes la contaminación medioambiental no nos ha barrido, dejaremos atrás.