Putos lunáticos, según María Bernal

Putos lunáticos

Ni el calor sofocante del verano es capaz de extinguir los humos de ese sector de la sociedad violento, macabro y que provoca cierta repugnancia tras sus hazañas más que condenables.

Los que se asustan porque desde el más estricto y pantomímico patriotismo consideran que llega la invasión de los menas para exterminar a los españoles con su continuo delinquir, con su incivismo y con su odio, según ellos, solo han de echar un vistazo a su inmediato alrededor para comprobar que ahí también están los putos lunáticos que emplean la violencia porque simplemente les sale de los huevos, cuando no sea también de otros genitales de los que se alardea tenerlos bien puestos, cuando realmente son unos y unas miserables e impresentables que se creen dueños del mundo y de sus actos, haciendo caso omiso a unas consecuencias que para más inri quedan amparadas por una ley que ningún partido político se atreve a cambiar.

Vivimos a golpes de una violencia callejera que cada vez se acentúa más y no precisamente por personas de color porque, lamentablemente, el perfil de un violento no se cataloga por su raza, sino por un pensamiento psicópata que tal vez necesitaría tratamiento alguno. A lo mejor, se debería  reflexionar sobre los problemas que puede tener cada persona para tener que recurrir a la violencia, ya que en muchos casos, habría que conocer las raíces del problema o entender si el individuo en cuestión está lidiando contra su propio sufrimiento o frustración, pero normalizar esta actitud porque se tiene equis problema no es lo políticamente correcto, si tenemos en cuenta que la víctima tampoco es merecedora de la furia de los demás.

Se respira cierto ensañamiento físico y verbal por todos los rincones: parques, centros educativos, discotecas, actividades extraescolares, centros comerciales, conciertos, partidos de fútbol, redes sociales, en el propio Congreso de los Diputados…y lo único que hace el ser humano es ir a peor, puesto que cuando más posibilidades tenemos, más se retrocede. Año tras año los hechos violentos aumentan un 6%.

A esto tenemos que añadir como ingrediente que asistimos a la generación cristal, a la generación de los intocables, “porque a mi hijo no lo roza ni el aire “, pero él sí puede rozar a quien quiera y a la generación de “lo quiero, lo tengo que tener ya”, una generación por la que los padres son capaces de dejarse la vida para que sus hijos tengan todo y más, y cuando escribo “más” hablo de la abundancia que reciben en su día a día los jóvenes, esa a la que tan acostumbrados nos tienen algunos papis con su diaria exposición, como trofeo máximo al que aspiran, en Internet de todo lo que tienen y consiguen sus hijos.

Y esta manifiesta ausencia de valores, porque no son capaces de considerar lo que verdaderamente importa en esta vida, deriva en un caudal de violencia que, actualmente y con la esperanza de que no siempre ocurre, resulta prácticamente inevitable, puesto que se creen con el derecho de poder hacer lo que les dé la gana cuando se les antoje.

Se pasa olímpicamente de la importancia de solucionar los problemas desde el civismo que tanto urge en esta sociedad y de abogar por una resolución de conflictos basada en el bien más preciado que tiene la humanidad; el diálogo.

Que se lo digan al hombre de 42 años que perdía la vida hace una semana al salir del concierto de Karol G, y todo porque a unas chicas se les pasó por la cabeza la idea de que las estaba grabando, tonterías de la existencia cuando probablemente todo dios iría con el móvil en la mano como tan acostumbrados nos tienen las personas. Maldita videollamada que la víctima hizo a su novia para mostrarle seguramente emocionado el ambiente que estaba viviendo, ya que se convirtió en la sentencia de muerte de un joven de Vigo que instantes antes había disfrutado del concierto de la colombiana. Y así, sin más explicación alguna, llega otro, a pesar de que la víctima había pedido disculpas y había intentado explicarles la situación, y le propina de manera fulminante un puñetazo o dos o los que se les antojó, demostrando ese exceso de hombría que sacude y les sobra a muchos verracos de este planeta.

Y así es la vida, te vas de concierto y acabas con un traumatismo craneoencefálico severo que te empuja irremediablemente a esa mejor vida que dicen que nos espera porque a ciertos putos lunáticos se les antoja aporrear a sus víctimas como si de contenedores viejos se trataran.

Imagino ahora a los y a las implicadas quienes con su remordimiento en mano se defenderán acogiéndose a su derecho de ser inocentes, imagino a una familia destrozada por culpa de un ataque brutal y gratuito y me preocupa considerablemente que vamos a tener que ir por la calle como los caballos de picar, rectos y sin mirar a nadie, no vaya a ser que la susceptibilidad de unos se convierta en el arma mortal de otros.